Valeria López Vela

La política de la maldad

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hago un brevísimo recuento sobre la idea del mal en la filosofía. Decía San Agustín que “el corazón de todos los hombres alberga la semilla de la maldad”, anclándola a coordenadas teológicas que la Ilustración dejó atrás para poner en el centro de la discusión dos visiones encontradas: el “buen salvaje” rousseauniano frente al “hombre es el lobo” del hombre de Hobbes.

En el siglo XX, la filósofa Hanna Arendt recuperó el concepto de San Agustín en forma secular e incorporó la noción de “banalidad del mal” para explicar las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.

En el libro La maldad política, de 2013, Alan Wolfe insistió en que “la maldad política hace referencia a la muerte, a la destrucción y sufrimientos intencionados, malévolos y gratuitos infligidos a personas inocentes por los líderes de movimientos y estados en sus esfuerzos estratégicos por conseguir objetivos realizables”.

Es decir, en nuestras sociedades coexistimos ciudadanos que respetamos las leyes y las normas junto con otros que están dispuestos a traicionar los principios e imponer sus intereses. Continúa Wolfe: “La maldad política destruye las prácticas e instituciones con las que nos protegemos de las cosas malas que son capaces de hacer algunos de nuestros congéneres”.

Específicamente, hay maldad política cuando los terroristas propagan el miedo entre los que sobreviven a sus atentados; cuando tropas motivadas por el odio étnico ordenan la expulsión forzosa de sus hogares de la gente, o incluso de su país; cuando se usa la tortura para extraer información o inducir la confesión; cuando los líderes de regímenes autocráticos contratan a matones para intimidar a sus posibles oponentes; cuando las mujeres son violadas y los niños arrebatados de sus padres; cuando se construyen campos para confinar a inocentes, y el crimen organizado impone el silencio a los que se oponen a ellos o los investigan.

La descripción que hizo Wolfe retrata la realidad de nuestros días: el populismo descarado que carcome a la democracia, los estragos de la guerra en Ucrania, el avance de los movimientos totalitaristas, la institucionalización del crimen organizado, la normalización de la mentira, la victimización como moneda de cambio.

Sería ingenuo creer que esta lógica no impacta en las relaciones cotidianas; así como no podemos conformarnos con lecturas maniqueas sobre la naturaleza humana —ángeles o bestias—, tampoco es posible que continuemos viviendo el sueño dogmático de que nuestros derechos y libertades individuales sobrevivirán a la maldad política.

Aunque, todavía, no hayamos sido alcanzados por alguna atrocidad mayúscula, el ejercicio cotidiano de la crueldad, de la mentira o de la dominación, socavan de igual forma a individuos, familias, relaciones que a instituciones, gobiernos o sociedades.

Remata Wolfe: La maldad política ataca al cuerpo y mata el alma. “La brutalidad destruye la fe en la humanidad, del mismo modo que la sed de sangre socava la creencia en la razón”.