Valeria López Vela

La próxima secuela: crisis de aprendizaje

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela
Valeria López Vela
Por:

Hace tiempo que las niñas y los niños dejaron de ser vistos como “humanos prelingüísticos”, carentes de derechos, subordinados a las necesidades, deseos y condiciones de los adultos. Hoy sabemos que sus cuerpos y sus voces deben ser respetados y escuchados y que, en los primeros años, se aprenden y se construyen los hábitos que sostienen la edad adulta.

Y aunque el Covid-19 no haya impactado con fuerza en la salud de la infancia, sí trastocó —reciamente— su cotidianidad.

El confinamiento, de inicio, interrumpió las interacciones con sus amigos de la escuela; redujo, además, los estímulos sensoriales a los ofrecidos por la televisión o las computadoras.

Los niños que han atravesado esta pandemia lo han hecho a costa de su propio desarrollo motriz y neurológico, pues la reducción en la movilidad se traduce —irremediablemente— en un déficit de actividades físicas, sociales y de estimulación sensorial, mismas que son determinantes para lograr un desarrollo adecuado.

Además, las tasas de mortalidad han dejado a buena parte de ellos sin abuelos y, con ello, se ha roto el hilo que sostiene la continuidad entre las generaciones. No somos pocos los que fuimos criados por nuestros abuelos; de ellos aprendimos la cultura y las tradiciones que los padres —en aras del progreso— suelen desdeñar. Pero, más importante aún, se ha roto el ciclo del cuidado, pues la experiencia de cuidar a los mayores se había aprendido en los hogares, enfrentando las enfermedades de los abuelos.

Desafortunadamente, muchos han quedado huérfanos o han perdido a tíos o familiares cercanos. Es inevitable que la experiencia de la muerte masiva repercuta en las sociedades; pero para los niños es más complejo, pues la fugacidad y el dolor han acompañado sus primeros años.

Los niños que han vivido esta pandemia, además, han experimentado tanto miedo como tedio, una mala combinación que presenta a la vida como un abismo, del que no se sabe qué esperar.

Tal vez, los jóvenes y los adultos estemos esperando mejores días para “recuperar” los meses que duró la pandemia. Muchos otros derrocharán su vida y su patrimonio olvidando los días negros, en noches inacabables y placeres inagotables, como en los felices años veinte del siglo pasado.

Para los niños será diferente, pues los momentos y las experiencias perdidas no son recuperables. Y no me refiero a los conocimientos escolares, sino al desarrollo de sus personalidades: a la construcción de sus sistemas de afectos, cuidados o comprensión, pues no han aprendido a ser adultos sino a sobrevivir como adultos. Algunos, con desdén por los problemas sociales; otros, con miedo y carencias. Pero, todos, con la fragilidad a flor de piel.

Así como durante algunos meses nuestro primordial objetivo era desarrollar las vacunas, me parece que hoy nuestras fuerzas deben estar en reconstruir a nuestros niños: en enseñarles a vivir, a cuidar y a sentir.