Valeria Villa

El amor en los tiempos de Internet*

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa
Por:

Sólo abandonando la fantasía, la idealización y la negación, es posible aceptar que el amor de pareja es difícil, contradictorio y que así como alegra la vida, también duele y mucho. En esta era de la hipermodernidad, aumenta el número de pacientes que sufren la revolución digital y su impacto en el amor. Amar es más difícil en los tiempos de Internet.

La velocidad está detrás del híper que antecede a modernidad. En la velocidad, se diluyen el amor y el deseo, y las personas se vuelven datos, cosas que se consumen, genéricas, reemplazables, intercambiables, desechables. Conectar reemplaza la idea de vínculo. Alguien dijo el otro día que nunca se había sentido más patética, triste e irrelevante que cuando abrió su cuenta de Tinder. La búsqueda del amor ocurre cada vez más en el terreno de lo digital. Se sigue a alguien, se le pide su amistad, se le da favorito a sus tuits. Alguien, en idealización total, se le vuelve genial a otro alguien, que comienza a sentir algo por unas fotos, unas letras, algo que aparece en la pantalla fría y plana del celular, en interacciones donde el gran ausente es el cuerpo. El mundo hipermoderno es uno de selfies: Narciso, enamorado de su propia imagen. Eros va muriendo porque es mejor tener seguidores o sexo veloz que construir amor. Existen toda clase de aplicaciones y herramientas tecnológicas que amplifican y alimentan nuestros frágiles egos. Para algunos, la dopamina que se produce al ser visto en las redes sociales es un motor central de la existencia. En el ciberespacio es difícil encontrarse con el yo de los otros. Lo que se puede ver es una marca que seduce para vender algo. Dice Burdet que mirar la pantalla, esperar las notificaciones, los likes, se vuelve algo tan vital como la mirada del primer objeto: la madre. También es dramática su desaparición. El cuerpo como carne y hueso, está ausente en las pantallas, que nos dan ilusión de realidad. Es más simple proyectar ideales y deseos cuando no hay un cuerpo. El gadget, sea el celular, la computadora o la tableta, se convierte en objeto de amor y en una extensión del cuerpo. Basta con atestiguar la angustia infinita cuando perdemos el teléfono. La disponibilidad de 24 horas para estar conectados, estorba la capacidad de elaborar la pérdida y la separación. Sustitutos para las pérdidas, las redes pueden funcionar como antidepresivos, hiperdopamizando cerebros que mal funcionan sin su megadosis de aprobación o seducción virtual.

En la hipermodernidad el tiempo no existe y todo es presente. Para el psicoanálisis, el tiempo es dialéctico: hay un antes y un después. El presente depende del pasado, el sujeto es histórico e historiza y es un decantado de trauma, porque el desarrollo de la personalidad, crecer, dejar la infancia, ser adulto, es trauma. El paso del tiempo es una herida universal, que la hipermodernidad pretende borrar, apelando a vivir en el presente sin referencia al pasado ni al futuro. La relación entre el individuo y la realidad y el otro se modifica por este presentismo. El aquí y el ahora es lo único que cuenta. La historia del otro aburre o ni siquiera genera curiosidad. La hipermodernidad es la antítesis del psicoanálisis, que afirma que el

vínculo verdadero requiere tiempo. Si se acelera el tiempo social, es imposible construir una realidad psíquica. La experiencia del otro requiere tiempo. El tiempo acelerado es el enemigo del deseo. La habilidad de anticipar algo, prepararse para una futura satisfacción, está fuera de los usos de la hipermodernidad, que valora la cantidad sobre la calidad y la velocidad sobre la espera. Las sexualidades veloces la caracterizan, ignorando que toma tiempo conocer a alguien, dentro y fuera de la cama. En la hipermodernidad se diluye el amor entre tantas conexiones y fascinación por la novedad, que deriva en vacío e insatisfacción. Son tantas las alternativas que todas se vuelven nada. La soledad y el duelo se compensan con las pantallas, porque no hay tiempo para el sufrimiento, que debe evitarse a toda costa. La paradoja es que evadiendo los duelos se llega a la melancolía permanente, a un tiempo presente que nunca se vuelve pasado. La hipermodernidad condena al presente eterno y cada vez es más difícil pensar en futuro y mucho menos en futuro compartido. En este mundo de citas digitales y relaciones virtuales, hay ausencia de deseo y aceptación de la complejidad y de lo irremplazable. Este mundo de hoy es el de la adoración a la selfie, el del exhibicionismo, el de la masa indiferenciada de seguidores anónimos. Un mundo en el que sólo importa ser visto, seguido y hacerse la fantasía de conexión.

*Amar en tiempos de Internet (¿Me am@s o me follow?), Marina Burdet, Ed. Underbau, 2018