Valeria Villa

La dismorfia del Zoom

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La revista digital Wired publicó en días pasados los resultados preliminares de una investigación de la escuela de medicina de Harvard, realizada por la dermatóloga Shadi Kourosh y su grupo, sobre el impacto del uso del Zoom, que ha sustituido al cuerpo durante la pandemia en juntas de trabajo, seminarios, clases y todas las actividades que tuvieron que migrar a la virtualidad de las pantallas (https://www.wired.co.uk/article/zoom-dysmorphia).

Uno de los hitos del desarrollo psíquico es descubrir que uno es uno. Es la etapa del espejo propuesta por Lacan en 1936, cuando describió cómo el bebé entre los seis y los 18 meses de edad se regocija al reconocerse como un cuerpo completo frente al espejo, acompañado de un otro imprescindible, casi siempre la madre, que se alegra con su alegría al descubrirse, que con su mirada lo carga de vida. Este logro del desarrollo que contribuye a la formación del yo, es una de las muchas fracturas mentales que trajo el coronavirus a nuestras vidas. La investigación de Kourosh revela que la demanda de procedimientos de cirugía plástica aumentó significativamente. Las personas están más preocupadas que nunca por la imagen que les regresa el espejo tecnológico al que se enfrentan todos los días como parte de la nueva realidad pos-covid. Nuevas obsesiones sobre el rostro, el tamaño de los ojos, de la nariz, el aumento de peso y una gran ansiedad ante la perspectiva de volver de modo presencial a las actividades cotidianas. Mucha gente piensa que invertir dinero en su apariencia disminuirá la ansiedad social de volver a convivir con personas.

Lacan abordó también, al hablar del estadio del espejo, la dialéctica entre el yo y el ideal del yo. Estas fuerzas en tensión cobran un protagonismo excesivo cuando las personas, de tanto mirarse en el Zoom o de tanto utilizar los filtros para mejorar su aspecto, no son capaces de aceptarse tal y como son y desean cambiar de rostro y de cuerpo. La crisis de salud mental es una de las consecuencias incalculables de la pandemia, manifestada en parte como dismorfia corporal por la sobreexposición a la propia mirada.

También Winnicott, en 1967, habló del espejo que deberían ser los padres para el niño, aceptándolo sin evaluación ni presión para que cambie. Esta mirada de aceptación hoy está distorsionada por la fantasía de una mejor cara y de un cuerpo diferente. Existir y sentirse real, encontrar una forma apacible de existir como uno mismo, dice Winnicott, es fundamental para el relajamiento, o sea para combatir la ansiedad. Sólo se llega a la autenticidad después de un trabajo de elaboración, es decir, de renuncias a ideales narcisistas de perfección y aclarando los límites de la propia existencia. La autenticidad y la aceptación del sí mismo se vuelven tareas imposibles frente a un fenómeno colectivo de imágenes distorsionadas por las cámaras de las computadoras. Nuestros rostros están demasiado cerca de la lente, experiencia inédita en la vida analógica, excepto con los íntimos con los que se puede soportar y disfrutar con confianza de la cercanía radical del rostro y del cuerpo, como en el acto sexual o al besar o abrazar a alguien y mirarlo de frente, sin filtros y sin cámaras que distorsionen la realidad. Dice Amit Katwala en el artículo de Wired, que las heridas de la pandemia no se irán tan fácilmente. La destrucción de la autoimagen necesitará mucho más que cirugías e inyecciones para recobrarse. Visibilizar las consecuencias negativas que la pandemia ha tenido en la salud mental, en lo individual y colectivo, es un primer movimiento hacia la recuperación.