Valeria Villa

Olvidarse del reloj

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El amor es el espacio y el tiempo medido por el corazón

Marcel Proust

La felicidad pasa rápido y la desdicha nos hace sentir que el tiempo está detenido. Cuando somos niños, el tiempo transcurre lento y cada día parece interminable. Mientras vamos cumpliendo años, nuestra percepción del tiempo cambia y los días se van como agua. Se nos van, decimos, y comenzamos a sentir que no nos alcanzan las horas para cumplir con todos nuestros compromisos. Pienso que una razón de sentir que la vida se escurre es la poca atención con la que vivimos.

Es frecuente pensar que los días y las semanas son idénticos entre sí. La repetición de actividades, horarios, responsabilidades, cuentas por pagar, dan la falsa impresión de que no pasa nada. Tal vez estamos distraídos o adormilados, sin poder observar las sutiles diferencias entre un momento y otro.

Imaginemos un momento reciente durante el que nos sentimos felices: unas vacaciones, una celebración, un viaje, una tarde de esas en las que todo está bien. Es probable que haya pasado rápido. Se parece a la intensidad de los perros que viven rápido y rápido envejecen, porque lo entregan todo cada día, porque viven al máximo y muy pronto, en comparación con sus humanos, abandonan la vida terrestre. Vivir con un perro tiene esa ventaja: todos los días sale a la calle como si fuera la primera vez e investiga cada olor como si fuera nuevo. Los perros son un modelo digno de imitarse en su avidez incansable por vivir. Los perros no piensan más allá de lo inmediato. No tienen ese defecto de fábrica que los humanos padecemos y que nos hace sufrir cuando pensamos que un momento perfecto terminará y así nos lo amargamos.

Cuando llega la desdicha el tiempo se congela. Le llamamos duelo congelado al sentimiento de pérdida que es una sombra que todo lo oscurece. Nunca se sabe cuándo dejaremos de sufrir, de llorar, de sentir el vacío. El tiempo se detiene y todos los días de desolación son idénticos unos a otros. La única referencia es lo perdido, que se vuelve la medida del tiempo: seis meses después de la muerte del padre, tres años después del divorcio, dos años antes del accidente. El tiempo se divide en antes y después de la desgracia. El tiempo, además de relativo, está atravesado por muchas paradojas. Una muy posmoderna es la idea maniaca de aprovechar el tiempo. Hay quienes tienen tantas ganas de disfrutar de la vida, que se angustian con la idea de no lograrlo. Como cuando durante un viaje parece más importante cuántos lugares se visitaron que la alegría de cada momento. También durante los fines de semana a los que llegamos muy cansados, pero nos imponemos la tarea de aprovecharlos. Obligarse a disfrutar y a aprovechar el tiempo, es una aproximación angustiosa a la vida.

El melancólico siempre piensa que el tiempo pasado fue mejor. El activista cree que sólo existe el presente. El ansioso o el planeador compulsivo piensan excesivamente en el futuro. En la vida del inconsciente no hay tiempo y todo existe como un presente perpetuo. Los sueños y las fantasías nos recuerdan que todo sigue pasando en este momento: la vida infantil, los viejos amores, los remordimientos, el vigor de la juventud, lo que se perdió en el camino, lo que queda por hacer. Aprovechar el tiempo es una consigna ridícula que vuelve de lo disfrutable una obligación. ¿No es verdad que cuando se es inmensamente feliz, una se olvida del reloj?