Valeria Villa

La paradoja del placer

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Shankar Vedantam es el anfitrión del podcast The Hidden Brain cuyo objetivo es usar la ciencia y el recuento de historias para explicar patrones inconscientes que mueven la conducta humana, dan forma a nuestras decisiones e influyen en nuestras relaciones.

En días pasados entrevistó a la psiquiatra Anna Lembke, profesora de psiquiatría y ciencias de la conducta, quien es actualmente profesora y directora médica de Medicina de las adicciones, en la escuela de medicina de la Universidad de Stanford y autora del libro Dopamine nation: finding balance in the age of indulgence (2021, Random House).

La doctora Lembke explica que son las mismas regiones del cerebro las que están involucradas en sentir placer y dolor. Los circuitos de gratificación pierden su equilibrio cuando sentimos dolor, pero también cuando sentimos placer. El cerebro busca recuperar su homeostasis. Los humanos estamos hechos para buscar, para nunca estar satisfechos y siempre desear más. En estas actividades de búsqueda el neurotransmisor llamado dopamina juega un papel central. La motivación para ir a buscar lo que deseamos requiere dopamina. El placer produce dopamina; sin embargo, hoy todo está disponible con sólo tocar un botón. La posmodernidad se caracteriza por la abundancia y disponibilidad de placeres.

El contexto en el que vivimos es, para muchos, de sobreabundancia, que en lugar de producir placer genera dolor. Al bombardear al mecanismo de la recompensa con sustancias y conductas cada vez más intensas, cuesta cada vez más sentir la euforia que producía en algún momento un trago, un cigarro de marihuana, una línea de cocaína, cincuenta miligramos de Tafil, una hora de pornografía o una hora de apuestas o de compras por Internet. Entonces se necesitan actividades o drogas cada vez más potentes para sentir. Después comienzan los episodios de ansiedad, insomnio, irritabilidad y el síndrome de abstinencia. No es casualidad que se hayan elevado las tasas de suicidio en los países más ricos en los que la abundancia de satisfactores se volvió la causa del dolor y no del placer.

Lembke explica que la cantidad y el acceso a lo que se consume son factores importantes. Antes del Internet, el barrio en el que se crecía marcaba una diferencia en el consumo de drogas. Hoy podemos conseguir lo que sea 24/7 con un celular.

La potencia de las sustancias también cuenta: algunas personas empiezan consumiendo opio, después heroína, luego fentanilo y luego combinan drogas. La novedad es otro factor en las adicciones porque el cerebro es sensible a lo nuevo. Hoy es posible conseguir algo nuevo en relación a todos los deseos. Cuando hay un exceso de placer, se produce un déficit de dopamina. Éste es el efecto paradójico del placer.

La Dra. Lembke afirma que deberíamos buscar el camino de lo suficiente con abstinencia, para romper el estado de trance que produce la adicción. Es necesario reprogramar la relación con el dolor y con el placer, para volver a sentir satisfacciones duraderas.

Al abstenerse durante 4 semanas, el cerebro recibe el mensaje de que debe producir su propia dopamina. Hay algunos síndromes de abstinencia que deben acompañarse de supervisión médica (alcohol, benzodiacepinas y opioides) porque pueden ser mortales.

Lembke relata el caso de una paciente adicta al cannabis, que llega a consulta por ansiedad y depresión, pidiéndole una receta para calmarse. La doctora le sugiera que deje la marihuana durante 4 semanas porque tal vez ésa sea la causa de sus síntomas. La paciente acepta abstenerse de su consumo y al hacerlo toma conciencia sobre el grado de su adicción. Después de pasarla mal durante esas semanas, comienza a sentirse mucho mejor con sólo detener el consumo. Dejar de beber cura la depresión en el 80% de los casos, afirma la Dra. Lembke, que propone además de la abstinencia, un programa que implique algo de dolor, por ejemplo, hacer ejercicio todos los días es un esfuerzo que nos saca del calor de la cama, que duele, pero que garantiza la producción de dopamina que nos mantendrá más equilibrados. También la meditación o cualquier otra práctica espiritual que implique una disciplina puede ayudar a resetear los circuitos del placer y del dolor.

Resulta interesante cómo convergen la investigación sobre las adicciones desde la perspectiva médica con las nuevas propuestas psicoanalíticas que entienden a los pacientes posmodernos como estructuras psíquicas que sufren de vacío, de falta de deseo genuino (El hombre sin inconsciente, de Massimo Recalcati), debido a la sobreabundancia de placeres.

También puedes escuchar la columna aquí.

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