Valeria Villa

Vida y pandemia

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La pandemia trajo fenómenos psíquicos inéditos, entre los que se encuentra un nuevo dilema: elegir entre las pulsiones de autoconservación y las sexuales. Hoy mucha gente teme los encuentros sexuales con personas que no conoce bien por temor a contagiarse de Covid-19 y enfermar gravemente o morir. No es ya el miedo a la falta de aceptación o a desilusionarse frente a la realidad después de días, semanas o meses de un idilio cibernético.

El miedo es mucho más primitivo y la disyuntiva es el confinamiento preventivo o una sexualidad más despreocupada, como la de antes. Ésta es una de las muchas decisiones que enfrentamos en estos meses complejísimos. El placer en todas sus manifestaciones, la fiesta, el sudor, bailar y cantar con un grupo de amigos, organizar comidas o cenas, se volvieron actividades peligrosas.

Todos los días aprendemos novedades sobre las variantes, las vacunas y las precauciones que debemos mantener a pesar del hartazgo. Todos los días estamos menos seguros de lo que ayer pensábamos. “Esto no va a terminar pronto”, escucho decir a los pacientes desde distintas latitudes, durante la consulta virtual. Tristes, desgastados, aburridos, sufriendo el aislamiento o saturados de la misma compañía en pareja o familia. Planes frustrados de viajes, estudios, mudanzas, separaciones, bodas, relaciones que no pudieron ser y muchas otras manifestaciones de la vida, suspendidas frente a la amenaza de un virus que sigue en investigación. Parece que la vida se ha retirado del exterior y se ha replegado sobre el yo. Nos hemos encapsulado en islas de seguridad en las que a veces sólo cabe una persona. Múltiples síndromes se exacerban en el aislamiento. Ansiedad, depresión, trastorno obsesivo compulsivo, fobia social, intentos de suicidio. La lista es larga y demoledora.

En las últimas semanas, el ánimo colectivo vuelve a ser del fin del mundo. El duelo atravesó todas las dimensiones de nuestra humanidad. Que haya que seguir teniendo mucho cuidado con decisiones tan simples como ir al supermercado, es agotador. Ir o no a esa comida, a esa cena, a esa cita romántica con una desconocida que parece fantástica por WhatsApp pero qué no sabes realmente quién es y si es portadora asintomática del virus letal. Cansancio inimaginable, inédito. Insomnio crónico y la certeza de que el descanso se interrumpirá a las tres de la mañana, la hora de la depresión y la angustia. Fantasías “salvajes” sobre poder dormir y olvidarse de todo inundan el discurso.

La pregunta es dónde encontrar pequeños espacios de vida en este presente que sigue paralizado, aunque los semáforos cambien arbitrariamente. Qué pequeños actos podemos realizar para darnos el mensaje de que vale la pena seguir adelante, caminando: comprar una bicicleta, ordenar o regalar la ropa que se hizo vieja de tanto estar guardada, tomarse cafés con amigos mientras se camina en un parque, estudiar algún diplomado en línea, enamorarse nuevamente de la pareja porque es una zona segura y confiable, oro molido en los días que corren. Cada uno tendrá que buscar la respuesta.

Vivir mejor se trata, en parte, de encontrar algún equilibrio, por precario que sea. Darle sentido al presente, con gestos pequeños, sin esperar nada espectacular, es fundamental y casi de vida o muerte para la salud emocional.