Elogio de la templanza

Elogio de la templanza
Por:
  • rafaelr-columnista

Buen momento este, en España, para regresar a las páginas de Norberto Bobbio en aquel librito, Elogio della mitezza (1994), que leímos en los años que siguieron a la caída del Muro de Berlín. La traducción al castellano más difundida del título opta por templanza, pero hay conocedores del italiano que aseguran que es preferible traducir mitezza como como “suavidad” o “mansedumbre”.

En el lenguaje político castellano templanza se asume, mayormente, como moderación. Y la moderación es mal vista en culturas políticas como las latinoamericanas, tan dadas al arrobamiento de los grandes gestos y las grandes declaraciones. El radicalismo es tan bien visto entre nosotros que, lo mismo desde la derecha que desde la izquierda, los políticos dicen aspirar al “cambio de raíz”.

Bobbio, por el contrario, exponía que la templanza supone un estado de racionalidad permanente, de vigilia de lucidez sobre cualquier toxicidad en las decisiones políticas. El afecto en política, decía Bobbio, es mal consejero porque subordina acciones que pueden alterar la vida de millones a una satisfacción simbólica momentánea, generalmente favorable al poder mismo.

“Vox es para muchos la punta de lanza del trumpismo, que, a su vez, no pocos ven como el fascismo remasterizado de hoy. Unidos Podemos, por su parte, no puede quitarse de encima los emblemas del comunismo, a pesar de que Pablo Iglesias ande con la Constitución de 1978 en la mano”

Las actuales elecciones en España tienen lugar en un momento en que se juegan tendencias globales decisivas. Pero esas tendencias aparecen generalmente hiperbolizadas por una creencia excesiva en el poder del contagio. Es como si la imaginación política hubiera quedado finalmente presa de la epidemiología. A los radicales de ambos polos se les percibe como agentes de trasmisión de plagas letales.

Vox es para muchos la punta de lanza del trumpismo, que, a su vez, no pocos ven como el fascismo remasterizado de hoy. Unidos Podemos, por su parte, no puede quitarse de encima los emblemas del comunismo, a pesar de que Pablo Iglesias ande con la Constitución de 1978 en la mano. Cada vez que Iglesias empuña aquella Constitución, que él mismo y otros de los líderes del Podemos originario tanto denigraron, sus detractores ven a Nicolás Maduro o a Diosdado Cabello blandiendo el manualito azul.

El tercer extremo de la política española es el de los separatismos catalán y vasco. Hay diferencias entre las formaciones políticas que en cada una de esas regiones defienden la independencia y hay diferencias, también, entre los nacionalismos culturales y los nacionalismos políticos del País Vasco y Cataluña. Sin embargo, en la corriente central del espectáculo político español cualquier nacionalismo es visto como radicalidad.

“Las actuales elecciones en España tienen lugar en un momento en que se juegan tendencias globales decisivas. Pero esas tendencias aparecen generalmente hiperbolizadas por una creencia excesiva en el poder del contagio”

¿Dónde está, finalmente, localizada la hegemonía? Al parecer, en algún lugar de un centro capaz de moderar aquello que la mayoría siente como dañino y amenazante. El próximo domingo ganará no sólo quien mejor encarne esa templanza sino quien con más eficacia presente a su rival como peligro. Las propias alianzas que se perfilan, PP/ Ciudadanos o Casado/Rivera, y PSOE/UP o Sánchez/ Iglesias, son ejercicios de moderación hacia adentro y hacia fuera de sí mismos.

Sánchez modera a Iglesias y ambos a los separatistas. Rivera modera a Casado y ambos a Vox. En esa difusión de la templanza se juega la suerte de la política española este domingo. Mi impresión es que ganarán los socialistas y que a Sánchez le habrá salido bien la riesgosa jugada de aquella moción de censura contra Mariano Rajoy. Tantos meses de legitimidad incompleta pudieron haberlo deteriorado mucho más.

Si ese fuera el desenlace, muchos de los pronósticos sobre el futuro de la izquierda española, que se hicieron hasta hace un año, habrán fracasado. Unidos Podemos no absorbió ni rebasó al PSOE y la socialdemocracia española, contra lo que suponían o apostaban sus muchos enemigos, siguió en pie. Los viejos liderazgos de la izquierda socialista deberán reconocer el mérito de Sánchez, si logra formar gobierno. El juego del poder, a partir de entonces, tendrá que ver, en buena medida, con el arte de moderar a la izquierda más radical.