En un bosque de símbolos

En un bosque de símbolos
Por:
  • guillermoh-columnista

Como todos los seres humanos, yo fui un analfabeto. Desde muy pequeño tuve contacto con libros infantiles en mi propio idioma, mas no los entendía. Tenía que pedirle a los mayores que me descifraran esas inscripciones para contarme la historia que yo quería escuchar.

Aprendí a leer al entrar a la escuela y pude disfrutar de mis libros sin necesidad de la ayuda de los adultos. Un día, cuando ya sabía leer de corrido, hice un descubrimiento que me dejó anonadado. Iba con mi madre por la calle cuando caí en cuenta de que por todos lados había palabras, frases y oraciones: en los carteles, en los anuncios, en las vitrinas. No me había percatado de que afuera de los libros también hubiera mensajes escritos. Cuando era analfabeto no distinguía las letras en las cosas que veía por la calle: las palabras se me perdían entre las imágenes percibidas. Pero de repente, en un instante, fui capaz de encontrarlas y, más aún, de entenderlas. En ese momento sentí que el mundo se me ensanchaba.

Los seres humanos hemos escrito todo tipo de avisos sobre los muros, los letreros y los postes. Pero también podría decirse que el mundo ha escrito por sí solo —o por la mano invisible de un ser misterioso— otros mensajes que muchas veces están ocultos, esperando ser descifrados.

[caption id="attachment_1125999" align="alignnone" width="696"] Letreros con caracteres chinos, en las calles de Hong Kong.Foto: Especial[/caption]

El tema es tan antiguo como la poesía y como la magia, su prima hermana. En un célebre soneto, Baudelaire nos dice que la naturaleza contiene palabras forasteras que apenas alcanzamos a escuchar; que los seres humanos vamos por el mundo como por un bosque de símbolos que nos observan impávidos:

La Nature est un temple où de vivants piliers

Laissent parfois sortir de confuses paroles;

L’homme y passe à travers des forêts de symboles

Qui l’observent avec des regards familiers.

Hay un poema breve de Octavio Paz —casi un haiku— que expresa una idea semejante y dice así:

Anoche un fresno

a punto de decirme

algo — callóse.

Cuando he ido a China he tenido esa sensación de pasar de largo todo tipo de mensajes que ignoro lo que significan pero que sé que están ahí, mudos para mi entendimiento. Lo mismo, entonces, podría pasar con la creación entera. No sabemos el idioma en el que están escritos todos esos secretos, esas advertencias, esas revelaciones que nos acompañan del día a la noche. ¿Y si el universo nos estuviera queriendo decir algo que no somos capaces de entender?

En la película El eclipse (1962), de Michelangelo Antonioni, hay una escena bellísima que creo que captura, como ninguna otra, aquella sospecha. Monica Vitti sale en búsqueda de un perrito que se ha escapado de una casa. Es de noche, la mujer alcanza a ver al can en una plaza en la que corretea junto con otros perros callejeros. Entonces se percata de algo aparentemente trivial. En ese sitio hay una hilera de astas. Los cables metálicos en el que se insertan las banderas están sueltos, ninguna enseña pende de ellas. El aire mueve esos cables y hace que choquen contra las astas. Como si fuera un gigantesco instrumento musical, el ruido de esa rítmica colisión genera un sonido dulce e hipnótico. Monica Vitti se percata de la melodía y camina entre las astas, como si quisiera entender el aviso que le están susurrando. La cámara la filma desde lo alto. El efecto de la película en blanco y negro añade dramatismo a la escena. La actriz mira hacia la bóveda nocturna. ¿Qué destino se le tiene deparado? ¿Qué futuro tiene con ese joven que recién ha conocido? ¿Qué debe hacer con su vida?

Hay filosofías que niegan que haya más mensajes que los que nosotros mismos escribimos. Proyectamos al universo nuestras preocupaciones, nuestros deseos, nuestras creencias. Buscamos historias allá afuera, porque no queremos reconocer que estamos solos en el espacio sideral. Como decía Blaise Pascal, nos da pavor el silencio de los espacios infinitos.

A mí no me convence esa áspera doctrina. No porque disponga de elementos para refutarla. Pero al igual que Baudelaire y Paz y Antonioni tengo el presentimiento de que seguimos siendo analfabetos, de que hay lenguajes desconocidos que guardan recados para nosotros.