Evo en México

Evo en México
Por:
  • rafaelr-columnista

La concesión de asilo a Evo Morales, el más exitoso de los líderes de la izquierda bolivariana, es un gesto noble, que honra la tradición diplomática mexicana. Como bien dijo el canciller Marcelo Ebrard, la política exterior de México está llena de ejemplos de solidaridad con movimientos progresistas iberoamericanos.

Los mejores no serían los que menciona la cancillería –Garibaldi, Martí o Haya de la Torre llegaron por su cuenta – sino otros: republicanos españoles; Arbenz y los guatemaltecos; chilenos, argentinos y uruguayos, que huyeron de dictaduras. Entre cubanos de la Guerra Fría, asilados no fueron Fidel y los moncadistas, sino miembros del derrocado gobierno de Carlos Prío en 1952.

Ha sido aleccionador ver a Bolivia instalada tan centralmente en el debate público mexicano. Sucede con Bolivia lo que otras veces ha sucedido con Venezuela y Cuba. El conflicto político de un país latinoamericano se vuelve asunto interno de México. Gobierno y oposición confrontan sus visiones sobre una crisis andina.

Mientras el gobierno y sus partidarios insisten en que la renuncia de Morales, luego de la sugerencia del Ejército, es un “golpe de Estado militar”, la oposición defiende que la caída bajo presión del mandatario es una “restauración de la democracia”. Mi impresión, desde hace semanas, es que ambos se equivocan. Lo que ha sucedido en Bolivia, luego de las elecciones del 20 de octubre, no es un “golpe de Estado” como cualquier otro, pero la renuncia de Morales sí interrumpe el ciclo constitucional.

Académicos estudiosos de Bolivia, como Pablo Stefanoni y Fernando Molina, advertían desde fines de octubre un estallido heterogéneo, originado en la base electoral de Carlos Mesa, que no era poca —casi 2 millones y medio de bolivianos—, además de jóvenes de clase media, comunidades rurales, cabildos de los Andes y los Llanos, empresarios y líderes fundamentalistas como Fernando Camacho, trabajadores de La Paz, Santa Cruz, Sucre, Potosí e, incluso, Cochabamba. La petición de renuncia de la Central Obrera Boliviana fue la evidencia que faltaba: una parte de las fuerzas populares también se opuso a la reelección.

La policía y el ejército se sumaron al final, el pasado fin de semana, negándose a continuar la represión. Nunca llegaron a arrestar al presidente, ni giraron orden de aprehensión, ni crearon un régimen de facto. Las quemas de casas y la violencia física fueron practicadas por los manifestantes, pero también por los partidarios del MAS.

La idea del “golpe” se defiende con pasión analógica —no faltan los paralelos con Madero y Allende—, en tono bolivariano, porque justifica el rescate de Morales y el giro latinoamericano de la 4T para distanciarse de Trump. El canciller Ebrard sugirió que México podría reconocer otro gobierno boliviano, democráticamente electo. Con el asilo, esa opción se abandona y México establece un precedente ideológico para su relación con una América Latina cada vez más dividida.