Sí, la vida es sagrada

Sí, la vida es sagrada
Por:
  • bernardo-bolanos

Muchas personas religiosas creen que el aborto provocado en cualquier instante del embarazo es terrible y criminal. Afirman que los embriones humanos son personas y que, incluso durante las doce primeras semanas de gestación, interrumpir su desarrollo es un asesinato. En las próximas décadas, cientos de millones de campesinos tradicionales en el mundo perderán sus cosechas y, previsiblemente, algunos millones de ellos morirán de hambre porque las lluvias cambiarán por el cambio climático y no podrán migrar. Aquellas mismas personas religiosas, cuando se enteran de este pronóstico científico, creen que es terrible, pero natural.

Quienes estamos convencidos de que la vida es sagrada debemos reconsiderar nuestras actitudes y creencias. Los abortos, cuando no se permiten legalmente, de todos modos se practican de manera clandestina. En cambio, el planeta Tierra sí podría ser un lugar sustentable. Se podría mitigar el cambio climático y reducir la explosión demográfica. Pero nuestras creencias tradicionales son costumbres que nos fueron heredadas y que heredamos.

Católicos y protestantes eran invitados hace siglos a procrear familias numerosas bajo el santo sacramento del matrimonio. Hoy todavía, la mayoría de la gente religiosa cree que los males del mundo no tienen nada que ver con que seamos siete mil quinientos millones de seres humanos vivos. A muchas de esas personas les parece horrible que alguien tome la píldora del día después, “¡es abortiva!”, pero son indiferentes a la crisis ambiental. Suelen recurrir a la falacia del envejecimiento de algunos países: “si Japón o Europa son regiones con pocos niños y muchos viejos, es que no somos tantos”. Excepto que, mundialmente, aún crece la población humana y que la más eficiente contribución que alguien puede hacer contra el cambio climático es tener un hijo menos.

Las personas religiosas menos inquisitoriales suelen pedir que no se encarcele a la mujer que interrumpe su embarazo tempranamente, pero exigen que tampoco se practiquen abortos en los hospitales públicos a quien lo solicite. “Despenalizar, sí —dicen—; pero usarlo como método anticonceptivo ¡Eso nunca!”. El resultado de esa política es: condenar a los pobres a tener hijos no deseados. Con nuestra desbordada omnipresencia como especie en el planeta, estamos abortando de éste a los demás animales y estamos abortando la vida de las generaciones futuras. Debería ser sagrado que conservemos la vida humana muchos siglos más.