Contextos del ser*

Contextos del ser*
Por:
  • valev-columnista

Robert Stolorow y George Atwood son dos psicoanalistas norteamericanos de la corriente intersubjetiva, que arrojan ideas nuevas sobre los procesos que conforman la personalidad. Lo más interesante de sus explicaciones es la centralidad que otorgan a las emociones como organizadoras de la personalidad:

“Los afectos pueden ser vistos como organizadores de la experiencia del self a lo largo del desarrollo, si encuentran un tipo de respuesta en los cuidadores que les proporcione afirmación, aceptación, diferenciación, síntesis y contención. La ausencia de una respuesta sintonizada y estable para con los estados afectivos de un niño conduce a descarrilamientos significativos en cuanto a una integración óptima de los afectos y a una propensión a disociar o negar las reacciones afectivas”.

En otras palabras, los niños en desarrollo, necesitan cuidadores sintonizados con sus emociones: que las registren y puedan aceptar y festejar, tanto la grandiosidad del narcisismo primario del pequeño que acaba de aprender a vestirse, como a contener la frustración y la rabia del niño cuando no le dan lo que quiere para enseñarle los límites de la realidad. Las fallas en el desarrollo ocurren cuando hay afectos prohibidos y entonces el niño comienza a percibirse como defectuoso, de lo cual se derivan sentimientos de aislamiento, vergüenza y odio hacia sí mismo.

El contexto familiar, escolar y sociocultural tendría que ser más respetuoso de la experiencia infantil. A veces los padres se frustran, se enojan, regañan, se desesperan, porque los niños no son lo que esperaban. Quizá es demasiado callado, o llora con facilidad, o aprende lentamente, o es extremadamente romántico a los 5 años. Estos escenarios pueden ser enfrentados con aceptación empática o con juicio descalificador. Es práctica común que el padre o la madre le digan al niño que es tonto lo que siente, que es muy pequeño para sentir ciertas emociones, que debería hablar menos o más. Se le pide que cumpla con imágenes idealizadas de los padres, del sistema escolar y de la cultura, que poco tienen que ver con la particularidad del humano en crecimiento.

En la vida adulta pueden detectarse huellas de vergüenza de distintas formas: por ejemplo una pareja que pelea y deja de hablarse, reproduce el método con el que fue castigada en la infancia. Que sólo haga falta pedir perdón es señal de que cuando niños, podían equivocarse sin consecuencias graves, pero otras exigen largos periodos de penitencia, porque vienen de crianzas en las que era muy costoso equivocarse.

Las personas cuyo principal temor es hacer el ridículo, probablemente crecieron en ambientes hostiles a la expresión de ciertas emociones. Hay familias en las que está prohibido abrazarse, decir te quiero, contar intimidades. Otras más evitan el enojo o las lágrimas. Las emociones prohibidas se convierten en zonas emocionales oscuras que el adulto no comprende. Por qué no pueden ser cariñosos aunque tengan ganas, o abrazar fuerte y largo sin sentirse ansiosos o confiar en que lo que cuenten será resguardado en un lugar seguro. Estas zonas son reparables a partir de vínculos nuevos, pero hay que arriesgarse a tener esperanza en que esta vez, las cosas pueden ser diferentes y mejores de como fueron en el pasado.

*Contexts of being, R.Stolorow y G.Atwood, Routledge, 2012