El segundo sexo

El segundo sexo
Por:
  • valev-columnista

La grandísima filósofa, escritora y feminista Simone de Beauvoir describió a la mujer enamorada y su trágico destino en El segundo sexo, escrito en 1949. Trágico por asimétrico en tanto que el hombre, durante siglos de patriarcado, se construyó como sujeto y ella como objeto de dominio. De Beauvoir entiende a la mujer como narcisista, herida profundamente (como Freud escribió en Duelo y Melancolía en 1917) al descubrir su falta total de poder en el mundo, en el que no tiene un lugar esencial sino ornamental y pasivo. La mujer deposita una idealización casi religiosa en un hombre al que dota de todas las cualidades y siempre termina desilusionada, porque el hombre es tan humano y tan falible como ella, aunque la cultura y las religiones sigan sosteniendo lo contrario.

De Beauvoir, además de feminista, fue una existencialista de su tiempo y sostenía junto con Sartre, su pareja de años, que no hay un sentido esencial de la vida, sino que se construye con decisiones libres. Podemos redefinir la situación en la que fuimos lanzados al mundo mediante el uso activo de la mente, aunque los existencialistas también son pesimistas respecto de las relaciones: estamos solos y jamás podremos conectar realmente con los otros sin que aparezca el conflicto. La mujer ha sido confinada a la pasividad y durante mucho tiempo se esperó de ella sometimiento, maternidad, gracia y autocontención. Tanto la mujer como el hombre se proyectan en el otro para existir. Adentro de cada uno no hay nada sin los otros —esta idea es armónica con la comprensión de la mente diádica (siempre de a dos) del psicoanálisis contemporáneo—. Convertir al otro en el único proyecto de vida es garantía de una relación insana. Las relaciones constructivas serían entonces una constante renegociación de territorios, espacios compartidos e individuales pero sobre todo, un lugar donde se garantice el ejercicio de la libertad del otro. De Beauvoir habla de la inestabilidad permanente del ser y de las relaciones, que jamás están resueltos del todo. Siempre estamos siendo y renegociando quién queremos ser, solos o acompañados.

La mujer vive con una herida fundamental por el hecho de haber nacido mujer y lo resuelve de forma patológica al afirmar su existencia a través de la mirada aprobatoria del hombre. Es melancólica, no por lo perdido, sino por lo que nunca ha tenido en un sistema de dominio masculino. El abandono puede enfrentarla con el sentimiento de haberse quedado sin nada.

Identificarse con otro, idealizarlo y existir a partir de su aprobación es un mecanismo para negar nuestra propia falla o falta existencial. Este problema se ha vuelto con el paso del tiempo y con los triunfos aún escasos de los feminismos, un conflicto recíproco de hombres y mujeres, aunque sigue siendo mucho más común en ellas. Abrazar nuestra falta y nuestra libertad es difícil. Aunque algunos hombres hayan cambiado, el matrimonio sigue siendo una institución que parte de la posesión del otro. Muchas mujeres siguen creyendo que es egoísta dedicarse a sí mismas y viven a través de la pareja: “Seré completamente tuya pero tendrás que sostenerme” en una dinámica que recuerda de modo inevitable la relación de la madre con su hijo, del adulto con la niña.