Rehabilitación, del bien al mal

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Foto: larazondemexico

Por Lizeth Gómez De Anda y José Miguel Hiriart >

Cuando los padres de Miguel Ángel S. descubrieron que era adicto a la mariguana ya era un poco tarde. Hablar con él ya no fue suficiente. Entonces buscaron, durante 15 días a dónde llevarlo a rehabilitar. Sin saberlo, se jugaban a la suerte el futuro del joven de 17 años.

El Consejo Nacional contra las Adicciones afirma que la mayoría de las personas que mandan a sus familiares a centros de rehabilitación no conocen la enfermedad ni la forma de tratarla. Por ello a veces, desesperados, entregan a sus hijos, hermanos, padres, a lugares siniestros conocidos como “anexos”.

En México existen, según el Conadic, mil 730 unidades de rehabilitación, entre ellas los Centros de Integración Juvenil, unidades especializadas del Sector Salud y clínicas privadas, que cuentan con un plan para el tratamiento de la enfermedad.

Sin embargo, también existen lugares independientes sin ningún proceso específico para el tratamiento de los afectados, como los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA) y los llamados anexos “fuera de serie”.

Los primeros se apegan a la norma 028, publicada por la Secretaría de Salud hace 10 años, con la cual se establece que debe haber sicólogos, siquiatras y médicos generales para atender a los enfermos. Pero ésta no se aplica en los anexos “fuera de serie”. Ahí hay agresiones físicas y emocionales contra los internados y su familia.

A Miguel lo llevaron a un Centro de Integración Juvenil, reconocido por el Conadic, donde le recetaron Anapsique y Neurogeron para desaparecer la ansiedad que le producía haber dejado de fumar; también acudió a terapias.

Se mantuvo limpio seis meses pero luego reincidió cuatro veces, antes de recuperarse de manera definitiva.

Pero hay casos en los que la suerte no estuvo de su lado. Jorge C. estuvo en un AA, pero la rehabilitación no funcionó, durante muchos años recayó en el consumo de alcohol; por ello, su familia pidió ayuda a un amigo, quien contactó al anexo Emperadores Xaltocán, en Xochimilco.

“Me dijeron que me quedaría dos semanas en aquel lugar, y ahí fue donde conocí el verdadero infierno. Me tocó ver cómo amarraban a un chavo a un pilar, lo encueraban y le metían un palo por andar con una mujer del anexo. Cero recuperación”, comenta en entrevista con La Razón.

“Cuando alguien no obedecía lo amarraban a un pilar y le daban nalgadas con una tabla. Me la pasaba rezando para que no me tocara la siguiente aplicación”, menciona.

“La comida era mala: puro arroz y frijoles. Aveces nos daban el famoso caldo de oso, que son verduras podridas, sin pelar, nada más hervidas. La neta, sólo pensaba en salirme”.

Jorge C. salió después de dos meses pero ese tratamiento no le funcionó y, en su primer día fuera del anexo, volvió a tomar.

Miguel Ángel S., quien no fue maltratado durante su rehabilitación, comenta: “Fui a fundaciones en donde estaba internado, nos levantaban temprano para hacer los servicios, después desayunábamos y se comenzaba a dar las terapias, pero todo tranquilo”.

Después de salir sus padres y él hicieron un compromiso de que asistiría diariamente a las juntas: “me sentía muy bien, de vez en cuanto me daban ganas de drogarme pero cuando seguí limpio pasaron cosas agradables en mi vida”

Tras su experiencia en Emperadores de Xaltocán, Jorge C. llegó a otro anexo, el Oceánica de los pobres, ubicado en Chimalhuacán. En ese lugar logró superar su adicción y lleva dos años sin consumir alcohol.

El aumento en el número de adictos a las drogas y al alcohol, el 12.6 por ciento en hombres y 4.9 por ciento en mujeres,trajo como consecuencia la proliferación de grupos y anexos.

El caso del sitio conocido como Los Elegidos de Dios, en donde los internos sufrían maltrato y eran tratados como esclavos, plantea endurecer las leyes en materia de asistencia pública, para tener un control sobre las formas de trato y terapias en esos centros.

La Secretaría de Salud ya analiza las estrategias de operación para regular o impedir que abran este tipo de sitio.

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