En París florecían sus jardines. La luz de un sol tranquilo comenzaba a declinar esa tarde. Ferdinand Ossendowski (1870-1945), cuyos ojos habían visto el crepúsculo incendiado en el horizonte de las estepas inmensas, los picos nevados de cumbres lejanas y majestuosas en su soledad eterna o la entrada oscura de grutas misteriosas en las montañas de regiones dejadas a la mano de Dios, miraba ahora con agrado el encanto de esa primavera sobreviviente en su belleza a pesar de convivir con los ruidos citadinos.
Se dirigía a la redacción de la revista Journal Litteraire, donde lo esperaba un tribunal singular para dirimir la impugnación a su obra, Hombres, bestias, dioses, relato de sus aventuras en Siberia, Mongolia y el Tíbet, el cual era un gran éxito editorial en ese momento, causando furor entre los lectores de varios países. El fiscal era el doctor George Montandon y se asignaron como abogados defensores a Pierre Benoit y a Henry Massis, siendo el jurado un grupo de escritores y académicos interesados en dilucidar la verdad del caso.
Montandon había escrito un intento de refutación de la obra de Ossendowski, con base en argumentos geográficos que cuestionaban fueran posibles o tuvieran alguna verosimilitud algunas de las jornadas del viaje contado por el escritor polaco, un periplo extenso enfrentado al acoso de los bolcheviques, a la desconfianza de los nativos y a las furias y sorpresas de la naturaleza.
El epígrafe de Tito Livio: “Hay épocas, hombres y acontecimientos de los cuales sólo la historia puede emitir un juicio definitivo; los contemporáneos y los testigos oculares únicamente deben referir lo que han visto y oído. La verdad misma lo exige”, puesto en el libro servía de referente para la desautorización del mismo y de sus personajes, circunstancias y revelaciones extraordinarias, pues todo se quería denegar como una mera fantasía de su autor si se podían demostrar inexactitudes en sus páginas.
Cuando Ossendowski llegó a la redacción de la revista convertida en tribunal, saludó a todos inclinándose a la manera asiática; vio con atención a su fiscal, quien revisaba nerviosamente sus papeles y después de tomar asiento se dispuso a escuchar las acusaciones:
—Agradezco la presencia de Ferdinand Ossendowski, quien ha aceptado comparecer ante esta honorable Corte de Assises (tribunal de jurado) —dijo el fiscal—, donde se juzga sólo con la intención de que prevalezca la verdad. Y su libro adolece de ésta, pues se trata de un conjunto de fantasías tal como he demostrado en mi acta a partir del análisis de las distancias imposibles de haber sido recorridas en los tiempos señalados por el autor. He agregado también una carta del famoso explorador del Polo Norte, Sven Hedin, enviada desde Estocolmo, quien ha encontrado también otros errores geográficos e incluso históricos en la narración que nos ocupa…
Mientras el fiscal exponía su alegato, el escritor polaco atisbaba por la ventana las nubes rosadas del ocaso parisino. Cuando el almirante Kolchak —el último de los blancos resistiendo la tiranía roja— cayó, debió huir por los bosques siberianos de Yenisei una tarde helada para seguir así luchando a brazo partido con la muerte. ¿Qué podía saber este fiscal de esos largos días vividos en regiones inhóspitas, con los bolcheviques pisando sus talones en las fronteras más lejanas, donde el Extremo Oriente se extiende habitado por sus pastores, sus hechiceros, sus jinetes mongoles, sus bandidos, sus monjes, sus sabios? En lugar de entender las impresiones vívidas de su relato, su acusador hacía cuentas mezquinas para invalidar todo su texto como si éste fuera una patraña y su propósito difundir una mentira. ¿No será este profesor un simpatizante de los bolcheviques?, pensó de pronto, aunque esto le sería indiferente.
En su momento, Ossendowski respondió: “Bien pude haber escrito este libro sin haber visitado como hice la Mongolia o el Tíbet; no se trata de un texto científico, ciertamente es literatura, pero esta literatura tiene una base de verdad, de experiencia, de certeza en lo explorado y en las circunstancias vividas; hay en mis páginas misterios no desentrañados y situaciones fantásticas, cierto, pero le pertenecen a la existencia en esos lugares remotos”.
El jurado concluyó en un acta firmada por todos sus integrantes: “La obra de Ossendowski, como él mismo lo ha declarado a las Sociedades Geográficas de París y de Londres, así como a otras sociedades, no es de orden científico, sino una obra compuesta de elementos relativos a impresiones personalmente vividas o a relatos recogidos por el escritor.
Contrariamente a las deducciones sacadas por M. Montandon de la cronología del libro, M. Ossendowski mantiene que ha estado en el Tíbet en la parte norte, lo que M. Montandon sigue negando”.
Su descripción en Hombres, bestias, dioses, de la historia del barón alemán
Ustergn-Sterberg, conocido como el último khan de los mongoles y enemigo mortal de los chinos invasores del Tíbet, ha sido avalada por otros biógrafos de ese extraño personaje quien fuera un guerrero despiadado a pesar de su conversión al budismo lamaísta y un profeta de su propia muerte, cayendo impasible a pesar del suplicio al cual fue sometido por los chinos posiblemente por haber practicado un ejercicio de autohipnosis.
También sigue siendo sugestiva en
círculos esotéricos su descripción del Rey del Mundo, es decir, de Agartha, un centro misterioso y subterráneo similar al descrito por el mago Saint-Yves d”Alveydre en su obra La mission des Indes, escrita en 1910 e inédita cuando Ossendowski hizo su relato, que sigue fascinando a sus lectores porque un libro de esta clase es, al mismo tiempo, fantasía y verdad.
Sus obras
» Bestias, hombres y dioses (1922) » El hombre y el misterio en Asia (1923) » Desde el presidente a la cárcel (1925) »La sombra del Gloomy Oriente: Historia Moral del Pueblo Ruso (1925) » El fuego de la gente del desierto: El Relato de un viaje a través de Marruecos (1926) » El aliento del desierto: Oasis y Simoon: El relato de un viaje a través de Argelia y Túnez (1927)