Una mujer vestida de negro y analfabeta, que al volver de su trabajo como sirvienta contemplaba en silencio la calle desde un balcón, era la imagen que permaneció en Albert Camus de su madre. Esa escena justificó un concepto que Camus leyó en 1957 al recibir el Nobel: “Por definición, un escritor no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren”.
Camus pasó su infancia en un departamento de tres cuartos, que no tenía electricidad ni agua, y estaba ubicado a las afueras de Belcourt, en Argelia. Ahí vivía con su madre, su hermano mayor, dos tíos y su abuela, “gente muy pobre e ignorante, pero con la que se sintió amado, se sintió apoyado”, cuenta la filósofa Irma de Cassagne.
Catherine, madre de Camus, estaba parcialmente sorda. Sus hijos estaban seguros de que su discapacidad provenía de la fiebre tifoidea que padeció. Esa deficiencia la orilló a hablar cada vez menos, leer los labios y comunicarse con las manos; en contraste, la abuela se encargaba de mantener el orden “hablando más de lo necesario”.
Así transcurrió su infancia, en un barrio obrero en el que el trabajo era la constante para que los niños dejaran la escuela. La familia quería que Albert siguiera los pasos de su hermano, salirse de la escuela tan pronto fuera posible, conseguir un trabajo y llevar dinero a casa. Pero Camus tuvo la oportunidad de cambiar su destino, obtuvo una beca para el bachillerato con la consigna de que conseguiría trabajos de mejor paga.
En estos años de preparatoria, Camus leyó a autores como Gide, Proust, Verlaine y Bergson; también aprendió latín e inglés y desarrolló una pasión eterna por la literatura, el arte, el teatro y el cine.
IMPRESCINDIBLE DEL SIGLO XX. Para 1930, Camus se inscribió en la Universidad de Argelia, de donde se diplomó en Historia, así como Filosofía y Lógica. Tras esa educación y la tuberculosis que padeció desde los 17 años, Camus se convirtió en un autor imprescindible del siglo XX. Sus novelas y obras de teatro eran textos obligados, sus planteamientos filosóficos discutidos y su presencia en los medios, frecuente.
En el otoño de 1957 recibió la noticia de que era ganador del Premio Nobel de Literatura, una distinción que aceptó de sorpresa y que consideró que el honor lo merecía más su amigo Andre Malraux.
Ese fue su origen, cargado de imágenes que justifican su búsqueda de libertad, la explicación del contexto humano, para encontrar lo absurdo de la existencia. Como lo fue su muerte.
Un día antes del accidente automovilístico (el 4 de enero de 1960) que le quitó la vida, confesó: “no conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto”. Camus dejó su fama, sus recuerdos, sus amores, su existencia sobre el asfalto de la nacional 5, cerca de La Chapelle Champigny. La radio dio la noticia, y al escucharla, Jean Paul Sartré se despidió en un elogio publicado en el diario France-Observateur, agradeciendo la heroica moral y coraje de su antiguo amigo y adversario filosófico.
Germain, el maestro que lo descubrió
La muerte del padre de Albert Camus fue determinante en la fa-milia del escritor, pues además de la precaria situación económica, Camus encuentra a otros mentores, quienes lo ayudan a sobresalir e incluso ganar el Premio Nobel de Literatura.
Con nueve años, Camus estuvo a punto de abandonar la escuela para dedicarse a algún trabajo que le permitiera contribuir a la economía familiar. Su madre, preocupada por
el futuro de su hijo, pidió ayuda al
profesor Louis Germain, quien apoyó al pequeño a obtener una beca y a continuar con sus estudios de preparatoria. El profesor le dedicó dos horas diarias de clases gratuitas.
Tiempo después, los alumnos de Germain fueron sometidos a un examen para competir por una beca. Cuando el jurado publicó los resultados, Germain se acercó al pequeño Camus y le dijo “Bravo Mosquito, has sido aceptado”. Entonces Albert conoció el mundo de la literatura.
A los 17 años, se enfermó de tuberculosis y por lo tanto suspendió sus estudios. Fue en ese momento cuando aparece otra figura importante: Jean Grenier, su profesor de filosofía.
Grenier fue el mentor intelectual de Camus. Mientras Albert estaba ausente de clases debido a su enfermedad, el profesor lo visitaba en el hospital, le prestaba libros, lo acercó al comunismo, le consiguió trabajo como meteorólogo y, sobre todo, leyó sus textos.
Camus vivió y murió agradecido con sus mentores, principalmente con el profesor Germain, a quien le escribió una carta de agradecimiento después de ganar el Premio Nobel, en 1957: “he recibido un honor demasiado grande, que no lo he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto”.
Por Bettina Kiehnle
