El hombre que causó temor a los guerrilleros e izquierdistas de los años 50, 60 y 70 en México, fue para los gestadores de la Revolución Cubana un amigo y un apoyo. Se trata del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, relata el ex integrante del Partido Comunista Mexicano, Gustavo Hirales.
El que fue por 30 años custodio de la seguridad nacional de México, que se convirtió en leyenda negra por las acciones del Estado para limitar la actuación de guerrilleros, “fue muy duro con la izquierda, tenía la mano muy pesada y no se andaba con contemplaciones”, cuenta a La Razón Hirales, quien participó en la guerrilla de los años 70 en México.
Sin embargo, la relación con Fidel Castro fue otra. El 21 de junio de 1956, dos autos, uno al frente y el otro detrás encerraron al Packard verde, modelo 1950 con cinco hombres adentro. El líder, un hombre alto y corpulento, al ver que los seguían —y temiendo que fueran agentes de Fulgencio Batista—, salió del auto con una pistola automática, oculta, con un peine de 20 tiros, dispuesto al combate.
Al intentar sacar el arma, sintió una pistola en la nuca. Ahí comenzó todo. Era Fidel Castro, junto al Che Guevara y otros 20 hombres fue apresado. El grupo de extranjeros fue llevado a la estación migratoria de la calle Miguel Schultz, en la colonia San Rafael. De acuerdo con el libro Guerrillero del tiempo, de la periodista cubana Katiuska Blanco, “fueron confundidos con miembros de una organización delictiva que se dedicaba al contrabando de mercancías de Estados Unidos”.
Quedó una imagen testimonial, recientemente revelada, en la que se observa a un Fidel de 29 años y a un Ernesto Guevara de 28, en el centro de detención para migrantes en la capital mexicana.
Fueron tres días de interrogatorios y quien había organizado la redada, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, dio el informe de la “conjura contra el Gobierno de la República de Cuba”. Ese jefe policiaco se enteró que el grupo cubano había llegado a México en 1955 y que en el rancho Santa Rosa, en Chalco, impartían “prácticas de tiro, topografía, táctica, guerrilla, explosivos, bombas incendiarias, voladura con dinamita…”, además, contaba con información sobre armamento, correspondencia, claves, fondos, contactos, financiadores... de los detenidos.
No obstante, Barrios concluyó el informe: descartó cualquier nexo con el Partido Comunista y a pesar de las armas encontradas, que calificó como “fáciles de adquirir”, escribió que se trataba sólo de un “grupo opositor independiente” que buscaba derribar a Fulgencio Batista, y después de poco más de un mes fueron liberados.
Eran de izquierda, guerrilleros, conspiradores del gobierno, pero no mexicanos. “Gutiérrez Barros tenía esa doble característica: tenía mano dura para tratar a la izquierda, en particular a la que asumía la lucha armada; y tenía mano amable para tratar a los exiliados que llegaron aquí de distintos países, en primer lugar con Fidel Castro y el Che Guevara”, dice Hiriales.
Esa relación entre el capitán mexicano y el líder revolucionario se prolongó.
“Se sabe que después del triunfo de la revolución, los servicios de inteligencia de la Isla tenían una relación muy aceitada, digamos, con Gutiérrez Barrios, que durante mucho tiempo fue el que presidía o dirigía la Dirección Federal de Seguridad”.
El autor de Memoria de la guerra de los justos, asegura que México jugó un papel fundamental en la gestación de la Revolución Cubana. Primero al aceptar a los exiliados cubanos, y después al no obstaculizar un proceso revolucionario, “y eso se demuestra porque hubo buena relación entre los cubanos y el capitán Gutiérrez Barrios, hasta su muerte”.
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