Foto Archivo de la biblioteca Francisco Xavier Clavigero
A sólo dos gobernantes de México se les dice “Don”: a Benito Juárez y a Porfirio Díaz. Ni siquiera a Lázaro Cárdenas se le llama “Don Lázaro”. Pero a diferencia de Juárez, que es uno de los grandes héroes de nuestra historia, Díaz es uno de sus más grandes villanos. Es interesante recordar que fue Díaz quien construyó el principal templo cívico a Juárez: el monumento que se encuentra en la Alameda. A pesar de haberlo combatido durante años, Díaz tuvo la altura para reconocer a Juárez como al más grande estadista de nuestra historia. Quizá Díaz pensó que a su muerte se levantarían otros monumentos, no menos grandiosos, a su memoria. Si Díaz hubiera muerto en el poder, seguramente el país estaría repleto de estatuas y bustos de él. Pero no tuvo esa suerte. Murió en el exilio, derrotado y despreciado.
Aunque sea un villano, Don Porfirio sigue siendo en nuestro imaginario colectivo el paradigma del jerarca , es decir, del hombre que manda y se le obedece. Se cuenta que cuando en su exilio europeo entraba en algún restaurante, los comensales, sin saber quién era, se levantaban de sus asientos movidos por la majestad que proyectaba. Don Porfirio fue un emperador sin corona, más imperial que Iturbide o incluso que Maximiliano.
Podría decirse que, toute proportion gardée, Don Porfirio es, para nuestra historia, el equivalente de César para los romanos o de Napoleón para los franceses. César, Napoleón y Porfirio fueron brillantes militares que llegaron al poder y se convirtieron en temibles dictadores. Los tres fueron odiados intensamente, pero se les sigue admirando como los ejemplos más puros de lo que significa ser dueños de un poder absoluto. Ni el más poderoso de los presidentes del PRI del siglo anterior tuvo el dominio que tuvo Don Porfirio.
Todavía hoy existe una nostalgia porfirista que ha idealizado un México de orden y progreso. Siempre que se piensa que hace falta mano dura es inevitable traer a la mente a Don Porfirio. Si él pudo pacificar al país, se dice, ¿por qué no podrían hacerlo las autoridades actuales? Nuestra derecha liberal es porfirista por antonomasia. Esta ideología consiste en la convicción de que los mexicanos no pueden gobernarse a sí mismos y que requieren ser dirigidos con disciplina, es más, con el fuete en la mano, pero que el gobierno tiene que estar controlado por una élite educada, liberal, laica, con tendencias modernizadoras y abiertas al extranjero. Durante el gobierno de Don Porfirio esa élite fue conocida como “los científicos”. Hay que reconocer que Díaz tuvo el buen juicio de rodearse de funcionarios extraordinarios. Uno de ellos fue José Yves Limantour, su secretario de Hacienda; otro fue Justo Sierra, su secretario de Educación. Pero esos hombres cultos e ilustrados gobernaban sobre una plataforma fundada en la represión más salvaje. Por más que Limantour o Sierra le dieran al gobierno de Don Porfirio un barniz de ilustración y sofisticación, se trataba de un régimen fundado en la fuerza de las armas.
Si Don Benito gobernó con la ley en la mano, Don Porfirio gobernó con la espada desenvainada. Es por eso que la Revolución que estalló a finales de 1910 tuvo tanta fuerza y se extendió por casi todo el territorio nacional. Los mexicanos estaban hartos de la dictadura: querían ser libres. Es por eso que si Don Porfirio ejemplifica el poder por la fuerza, su sorprendente némesis, un hombre de poca estatura y de voz aflautada, ejemplifica el poder de los ideales. ¿Quién hubiera imaginado que una persona aparentemente tan insignificante como Francisco Ignacio Madero lograría levantar un movimiento que acabaría con el poder del gigantesco, del mítico Don Porfirio? El derrumbe de Don Porfirio fue tan estrepitoso que dejó temblando al país durante muchos años. La espada no pudo vencer al ideal. Es por eso que Don Porfirio está condenado a seguir siendo un villano de nuestra historia. No es posible que un dictador, por bueno que haya sido, sea un héroe. Nuestro único héroe de estatura universal en el siglo XX fue Francisco I. Madero. A él no le decían “Don Francisco”, cuando mucho le decían “El señor Madero”. Pero mientras la memoria de Madero siga viva, los mexicanos defenderemos que el orden no debe sacrificar a la libertad y el progreso no debe ignorar a la justicia .
