Un hombre no es sólo memoria

•Marzo, 1999. Durante las guardias interminables de la residencia médica, el peor escenario posible de este hospital neurológico es el sótano. Descender allí significa la obligación de realizar una autopsia a las cuatro de la mañana, exhausto, tras perder seguramente la batalla más álgida con la enfermedad. Una escalera conduce al cuarto frío, mal iluminado, donde un cadáver esconde secretos de la desventura.

Salgo a la azotea: mi refugio en este edificio de cuatro pisos. El paisaje helado del amanecer estimula mis instintos de vigilia. Horas después, al pasar visita en el área de urgencias, recordamos al Sr. D. La figura final es un eufemismo. ¿Por qué no está en su cama? Se fue al quinto piso, decimos. La ironía melancólica esconde con dificultad la frustración de la pérdida. La metáfora de un piso superior inexistente es un residuo, supongo, de nuestra formación infantil en las mitologías del cielo, la tierra, el inframundo: pero ante todo es un artefacto o encanto verbal, una fórmula de resignación para seguir adelante y atender, sin demora, al enfermo que ocupará en cualquier momento la cama vacía.

• Septiembre, 2015. Todo hospital tiene sus rituales, sus leyendas, una lista de supersticiones, un panteón ultraterreno en el quinto piso donde hablar a solas, cara a cara, con los maestros perdidos. Oliver Sacks conversaba siempre con los investigadores clínicos que lo formaron en vida o en las redes simbólicas de la cultura médica, y su obra se ha convertido también en una red de vivencias donde reconocemos figuras clínicas poco exploradas por la ciencia médica, debido a su extravagancia o su singularidad. En El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Sacks nos advierte que su proyecto clínico es ante todo un diálogo con los maestros que lo preceden. Un momento desconcertante del libro se refiere al Marinero perdido, donde el doctor Sacks invoca la figura rusa, decimonónica, de Sergei Korsakoff: ¿de dónde surge la necesidad de remontarse a la fundación de la neuropsiquiatría para entender un caso clínico que aparece en plena era tecnológica?

• Nueva York, 1975. Oliver Sacks entra en contacto con Jimmie, un hombre de 49 años, envejecido prematuramente, “desvalido, demente, confuso y desorientado”. Jimmie se aterroriza cuando el doctor le muestra un espejo, porque cree sinceramente que tiene 19 años. ¿Se trata de una pesadilla, estoy loco, es una broma?, pregunta, frenético, al mirar las canas sobre el rostro arrugado. No se preocupe, responde el doctor, es sólo un error, y lo lleva entonces a la ventana. A los lejos unos muchachos juegan beisbol en medio de un día soleado. ¿Verdad que es un maravilloso día de primavera?, pregunta el doctor, quien confiesa, en su escrito, que Jimmie “recuperó el color y empezó a sonreír, y yo me escabullí llevándome aquel espejo odioso”. Cuando el médico regresa, el paciente lo saluda tranquilo, mirando por la ventana, pero no guarda recuerdos de haber visto al doctor. Con tristeza, Oliver Sacks advierte en la historia clínica que la extraordinaria patología neuropsiquiátrica de Jimmie tiene como origen el más ordinario de los problemas humanos: el alcoholismo.

• 25 de junio, 1884. Un escritor ruso, de 37 años, se aficionó a beber grandes cantidades de brandy durante sus viajes a Siberia. Su memoria se deteriora; la marcha luce inestable. Un día, el escritor decide suspender, para siempre, el consumo de alcohol. Los amigos ignoran el motivo. Su memoria se ha deteriorado tanto que olvidó seguir bebiendo, especulan.

• 30 de junio, 1884. Tal y como lo hará Oliver Sacks muchas décadas más tarde, el doctor Sergei Korsakoff ha entrado en la habitación de un hombre que recuerda su alcoholismo, porque está inscrito en la memoria de largo plazo, pero ignora su situación actual: su abstinencia reciente, si ha comido o está en ayuno, dónde se encuentra. Desconoce al doctor, pero después de un rato de conocerlo sigue desconociéndolo. ¿O bien hay una parte de sí que recuerda, aunque ignora recordar?

• Francia, 1889. El escrito de Korsakoff ha visto la luz: en el volumen número 28 de la Revue philosophique ha publicado su Étude médico-psychologique sur une forme des maladies de la mémoire. La historia del escritor amnésico, y no menos de treinta casos, han quedado inscritos en los pilares de la neuropsiquiatría: el alcoholismo aparece en el texto junto al vómito persistente, las complicaciones del parto, la intoxicación por monóxido de carbono, plomo o arsénico, como parte del conjunto de causas de un síndrome amnésico que perturba ante todo la formación de nuevos recuerdos. La sospecha de Sergei Korsakoff se confirma: a pesar de la profunda pérdida de memoria, el escritor parecía retener algún rastro de la experiencia, en palabras del médico, “en la esfera inconsciente de la vida psíquica.” Faltan seis años para la publicación de los Estudios sobre la histeria, de Sigmund Freud y Josef Breuer, faltan diez años para la monumental La interpretación de los sueños. Y Korsakoff plantea ya, sin titubeos, un estrato inconsciente donde se depositan rastros de memoria inaccesibles para la experiencia subjetiva. ¿En qué se basa para plantear una hipótesis impopular y arriesgada? Cuando el paciente ve a Korsakoff, clama que nunca lo ha visto. Cada vez es el primer encuentro, según su discurso. Lo afirma, convencido: nunca ha visto al doctor. Y sin embargo el doctor se aproxima en los nuevos encuentros sin bata, sin la indumentaria de un médico, sin anunciar su identidad profesional o sus intenciones clínicas, y el paciente lo trata cada vez con más familiaridad, como si ya lo conociera, como se trata a un médico. Sergei Korsakoff no revela su identidad ni su práctica, solamente conversa. El escritor dice que nunca lo ha visto, pero se relaciona con familiaridad, se dirige a él como a un profesional de la medicina. La contradicción, inaccesible para el enfermo, es percibida por el investigador, y aparece escrita en el Étude médico-psychologique, bajo la propuesta de un estrato inconsciente de la vida psíquica.

• Nueva York, 1995. ¿Es el material de las contradicciones humanas lo que despierta la curiosidad de Oliver Sacks? En “El último hippie”, el segundo relato de Un antropólogo en Marte, Sacks regresa al problema de la memoria emocional en personas con formas graves de amnesia.

“Que la memoria implícita (especialmente si tiene una carga emocional) puede existir en los amnésicos, fue demostrado cruelmente en 1911 por Édouard Claparede, quien, mientras le daba la mano a un paciente al que presentaba a sus alumnos, le clavó un alfiler en la mano —escribe Sacks—. Aunque el paciente no lo recordaba explícitamente, a partir de entonces se negó a darle la mano.” La preocupación del doctor Sacks no es solamente teórica: le preocupa ante todo el diseño de mapas ortodoxos o heterodoxos hacia la recuperación, hacia el despertar de funciones capaces de suplir los recursos perdidos. Tras su diálogo con Sergei Korsakoff, el doctor Sacks invoca a otro maestro ruso de la neurología cognoscitiva, Alexander Luria, quien formalizó la neuropsicología contemporánea durante el espectáculo de la Segunda Guerra Mundial, como una consecuencia de las heridas bélicas. “Un hombre no es sólo memoria —le escribió Luria a Oliver Sacks durante su afortunada relación epistolar—. Tiene también sentimiento, voluntad, sensibilidad, yo moral… son cosas de las que la neuropsicología no puede hablar. Y es ahí, más allá del campo de la psicología impersonal, donde puede hallar medios de conmoverlo y de cambiarlo.”

Sacks se apropia de la carta de Luria de manera creativa, aunque lejos del formato de las ciencias biomédicas: en “El último hippie”, encuentra a un joven obeso y calvo, llamado Greg, quien hace gala de una sonrisa invencible. Ha pasado cinco años recluido en forma voluntaria en dos templos de la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna, a donde ha llegado tras una larga temporada de inmersión en drogas. En el segundo año de su reclusión informó a su maestro espiritual de ciertas anomalías: veía todo borroso, pero el maestro y sus compañeros dictaminaron un estado de iluminación. El comportamiento de Greg se alejó cada vez más de cualquier asunto mundano. Es un santo, concluyeron los habitantes del templo. Sus padres lograron contactarlo tras muchos esfuerzos. Lo encontraron completamente ciego. En el hospital se demostró la existencia de un tumor cerebral gigantesco que destruyó las vías visuales del cerebro. Tras la cirugía, Oliver Sacks debe hacerse cargo de él: descubre una profunda secuela amnésica que lo incapacita para el aprendizaje de manera global: no logra aprender, por ejemplo, el sistema Braille que le devolvería el mundo más amplio de la cultura. Se muestra desinteresado por cualquier tipo de reto, aunque la sonrisa permanente y superficial le da el aspecto poco común de la apatía amable. Pero el doctor observa que su mundo musical permanece intacto: el fluir del tiempo, interrumpido por la fragmentación de los recuerdos, alcanza su mejor estado melódico mediante la sucesión de música en el entorno hospitalario, a través de su propio canto devocional al estilo Hare Krishna, y mediante el recuerdo de sus amados conjuntos de rock psicodélico. Con ayuda del doctor y la familia, rehace su discografía, y es llevado incluso a un gran concierto del célebre grupo Greateful Dead: durante el concierto, Greg se encuentra en éxtasis, pero se desconcierta con las canciones recientes de la banda: han aparecido durante los años de reclusión, y la música le resulta extraña. En los días siguientes, no guarda recuerdos del concierto, pero al escuchar las piezas nuevas del conjunto, manifiesta un sentido innegable de familiaridad, y puede aprenderlas cantando.

• Septiembre, 2015. El problema de la memoria emocional ha sido abordado por los mejores científicos de la actualidad, pero representa aún el punto de inflexión donde las contradicciones humanas se revelan frente al observador atento, el testigo clínico interesado en la construcción de puentes entre la subjetividad dislocada y la materialidad descompuesta. En esa zona de inflexión se requiere la empatía y curiosidad de un neurólogo británico que no está más con nosotros.

En los pisos inferiores del edificio neurológico, hemos visto a un hombre hosco, taciturno, rígidamente honesto, que detesta a sus empleados en un banco, pues juzga que pierden el tiempo haciendo amistades. Durante décadas de esfuerzo malhumorado ha optimizado sus mecanismos controladores de eficiencia financiera y laboral. Un tumor crece en lo profundo de su lóbulo frontal derecho, en la región conocida como el giro del cíngulo anterior. El dolor de cabeza lo lleva al quirófano. La mano hábil del neurocirujano extirpa el tejido patológico, pero una lesión residual queda en su sitio. Al despertar, asegura conocer a personas desconocidas. Dice que yo soy su hermano, y otro médico es su primo. Se enamora de una paciente y pide a un enfermo hospitalizado que funja como juez y lo case con ella. Tras unos días, la medicación aminora el estado amoroso y ligeramente incómodo para la enferma que no quería casarse en el hospital con un desconocido, pues llevaba al menos una década de feliz matrimonio. El hombre que ha sobrevivido al tumor cerebral mejora notablemente, pero hay secuelas que le impiden ponerse a trabajar en la intensa labor de control en el banco: una deficiencia grave de la memoria de trabajo. Una observación fortuita de la familia revela, sin embargo, que la personalidad completa del enfermo ha cambiado tras la lesión: ahora se trata de un hombre afable, cuyo sentimiento de familiaridad ilusoria frente a personas desconocidas lo conduce a entablar relaciones amistosas en cualquier lugar: puede tardar horas en regresar a casa cuando realiza una diligencia en el mercado, pues conversa despreocupadamente con los agentes de seguridad, los vendedores ambulantes, la empleada de una tienda, las amas de casa que caminan junto a él. ¿Y dónde está el escritor neurólogo para comentarle esta historia clínica sobre los excesos de la memoria emocional?

• Oliver Sacks mantuvo una relación epistolar con su maestro, Alexander Luria, quien estudió a su vez a los clínicos del siglo XIX. Luria no pudo conocer en persona a Korsakoff, pues la vida de Sergei se trasladó al quinto piso de la neurología en el año 1900, cuando tenía 49 años, como consecuencia de una enfermedad cardiaca. Aquí, en la azotea del hospital neurológico, es fácil aprender que el quinto piso es solamente un artefacto verbal, el mito de un domicilio donde las cartas que dirigimos al doctor Sacks serían bien recibidas. La primera carta es una larga pregunta sobre la memoria emocional, la que guarda en el “plano inconsciente de la vida psíquica” la presencia imaginaria de los maestros.

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ. Escritor y neuropsiquiatra.

En 2009 recibió el premio de ensayo José Revueltas del inba. Autor de Paramnesia y Breve diccionario clínico del alma. Su próximo libro es Ensayo de la incertidumbre.

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