El movimiento del 68 Según Gilberto Guevara Niebla

Julio Cortázar lo explicaría con cinco palabras: la magia de las coincidencias. Gilberto Guevara Niebla vive en el Distrito Federal, a escasos cien metros de la Avenida México 1968. Él fue uno de los líderes

del movimiento estudiantil de ese año; lo detuvieron el 2 de octubre en Tlatelolco, lo encerraron diez días en el Campo Militar número 1, y estuvo preso en Lecumberri durante dos años y medio.

Guevara Niebla nació en Culiacán, Sinaloa. Estudió la carrera de Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM y se especializó en áreas de la educación en París y Londres. En 1992 fue nombrado subsecretario de Educación Básica, cuando Ernesto Zedillo era el titular de esa dependencia. Ha sido maestro en el Instituto Tecnológico Autónomo de México, en la Universidad Autónoma Metropolitana y en la unam. En la actualidad es integrante de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.

Es autor de una amplia bibliografía sobre el tema educativo y de Pensar el 68, en coautoría con Raúl Álvarez Garín (1988), La libertad nunca se olvida. Memoria del 68 (2004), y 1968: Largo camino a la democracia (2008), libros editados por Cal y Arena, que son fundamentales para entender el origen, desarrollo, clímax y consecuencias de un movimiento social de enorme trascendencia en la historia de México. A continuación, la síntesis de una larga charla.

En La libertad nunca se olvida, usted dice que el 2 de octubre de 1968 murió algo en su interior.

Lo que murió ahí fue mi infancia. Una experiencia de ese calibre enciende todos los focos rojos para darte cuenta que la vida era más difícil de lo que parecía. Si acaso te puedes imaginar la detención, la tortura en el campo militar y la cárcel, entenderás que uno no puede salir de ese túnel como si nada. También perdí la claridad del sentido mismo de mi vida. Al salir de la cárcel tomaba mucho y me casé de una forma irracional, algo muy absurdo que estaba destinado al fracaso.

¿Recibió terapia?

Mucho tiempo después, sí. Vives el día a día y no te das cuenta que te hace falta sacar muchas cosas que traes dentro y que te hacen daño.

¿Le costó trabajo escribir que al ser torturado soltó información de sus compañeros?

Sí. Viví muchos años atormentado por esa situación, porque los delaté. Era un puñal que traía en el corazón y no lo compartía con nadie.

¿Piensa escribir algún día acerca de su estancia en la cárcel?

Tengo apuntes, registros de muchas situaciones que viví ahí. He reflexionado mucho sobre lo que sentía entonces. Vives la vida como una actuación. Hay una interioridad que tienes oculta y no sacas a flote. Cada instante lo vives con la conciencia de la culpa.

¿Ya se perdonó a sí mismo?

Lo hice cuando publiqué el libro.

¿Usted veía en Gustavo Díaz Ordaz la imagen de su propio padre, de una persona autoritaria?

Es un hecho que buena parte de la rebeldía de los jóvenes se explica como una proyección del conflicto con el padre. Sí vivíamos en una sociedad muy autoritaria. Mi padre era policía judicial y acostumbraba despertarnos pegándonos con una correa en la planta de los pies desnudos. También tenía un lado fantástico, nos hizo apreciar la vida, amar la naturaleza, el mar, los ríos, la pesca, un montón de cosas buenas.

¿Le gustó el tratamiento del 68 en la película Rojo amanecer?

Fui asesor de esa película. Platiqué con los Bichir, con Palomo, los estuve ambientando, les platiqué cómo estaba el edificio Chihuahua, cómo entró el ejército. A pesar de eso, luego en una entrevista Héctor Bonilla dijo que el único que les había ayudado fue Heberto Castillo. Heberto no fue líder estudiantil, él era maestro y Raúl Álvarez Garín y yo lo metimos al movimiento.

¿Trató a José Revueltas?

Revueltas no fue líder del 68. Él andaba ligando chamaquitas en Filosofía. En alguna sesión del Consejo Nacional de Huelga se puso a leer una interpretación hegeliana de lo que ocurría. Los estudiantes le silbaron y lo sacaron. Después se escondió, lo capturaron y dijo “yo soy el líder”.

Luego de dos meses de represión, ¿no era previsible un golpazo por parte del gobierno?

Hoy podemos reconstruir la escalada de violencia, pero entonces había mucha ingenuidad. Entendimos la retirada del ejército de Ciudad Universitaria como un repliegue del gobierno. Por eso mismo, el 2 de octubre sucede un derrumbe, una ruptura de la sicología colectiva. Si ves los comunicados posteriores de los estudiantes, te dan ganas de llorar. Incrédulos, los muchachos se preguntaban por qué les disparaban, por qué los mataban. El del 68 fue un movimiento democrático contra el autoritarismo, realizado por muchachos que, en términos generales, creían en las instituciones y en la ley. Después de Tlatelolco, toda la educación superior se radicalizó y floreció un discurso antidemocrático.

“Pinche demócrata” era un insulto típico.

Sí. A mí me lo dijeron varias veces. Yo no hallaba qué hacer y me fui de la unam a la uam por un tiempo. Cuando empieza a darse la democratización en México, el prd logra una presencia masiva en la unam, sobre todo con Juan Ramón de la Fuente. Les da la Secretaría General y direcciones de facultades; la Junta de Gobierno es dominada por ese partido. Jamás un partido político había tenido ahí tanta influencia. El primer candidato a la Presidencia que entró a la unam con un mitin espectacular fue Cuauhtémoc Cárdenas.

¿Cómo llega usted a la subsecretaría de Educación Básica

de la SEP?

Me llamó Zedillo y me ofreció el puesto con ironía: “Anda, deja ya tu virginidad”.

¿Y cómo le fue?

Fue una experiencia de mucho estrés. Zedillo me dio posesión en un almacén muy oscuro y luego no me contestó el teléfono durante meses. El salto de la academia a la función pública es muy abrupto y complicado, uno ignora muchas reglas escritas y no escritas. El entramado del poder es muy complejo.

En 1968: Largo camino a la democracia usted cita a Karl Manheim para explicar el 2 de octubre: “Lo que marca a una generación es una experiencia memorable”. ¿Se puede ahora aplicar la frase al caso Ayotzinapa?

Sí, sin duda. Sobre todo para los estudiantes normalistas y tal vez para el magisterio en general. Hay una indignación muy extendida por lo de Ayotzinapa, y se han venido agregando otras tragedias. No veo el caso de Ayotzinapa como una expresión estudiantil sino algo más allá que cuestiona a la estructura del poder político, al aparato de justicia, a la policía, la pobreza, la desigualdad, el abandono de las comunidades. Desafortunadamente, el movimiento que acompaña los justos reclamos no tiene un discurso político original y articulado: me refiero a organizaciones como la ceteg y otras que se han sumado.

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