Me ilusiona reencontrarme con Rosa Montero. Esta vez, con el Premio Nacional de las Letras Españolas en su poder. Lo merece tanto, que hasta me animaría a piropearla con elocuencia si no fuera porque sé que, si lo hiciera, me soltaría un “anda, anda”. Da igual que tenga una trayectoria excepcional y que varias generaciones de periodistas y escritoras le deban la vocación a haberse mirado en su espejo.
Rosa agradece las amabilidades, pero le incomoda que la celebren tanto por pura inseguridad. Una zozobra que, tal vez, debería desaparecer con todos los premios que ha recibido, incluido este último, que no es uno más...
“Es que yo tengo la inseguridad habitual de los escritores y es tremenda. Pero es verdad que este premio no es uno más. Es un premiazo que ni me esperaba y ha sido terapéutico porque me ha proporcionado una especie de rara serenidad.
“ Ojalá me dure, porque luego enseguida reaparecen los demonios, el miedo y la sensación de que ya se ha acabado, que no tienes más que decir y que eres un desastre. Algo habitual, como digo, en lo neuróticos que somos todos los escritores”.
Sólo cinco mujeres. Rosa Montero está más que acostumbrada a los grandes premios, los lleva recibiendo toda la vida. Antes de cumplir los 30 ya era suyo el Nacional de Periodismo de España.
Conviene que no olvidemos que sólo cinco mujeres han recibido el Premio Nacional de las Letras. Sólo cinco en 34 años. La vida sigue sin tratarnos bien.
“Es un desastre, porque en esa falta de apreciación del lugar y el valor de la mujer también estamos nosotras. El sexismo y el machismo son ideologías en las que nos educan a todos. Nadie —ni siquiera nosotras — nos valora igual que a los hombres. Hay muchos estudios hechos sobre esta discriminación.
“En Yale, una de las universidades más prestigiosas de EU, en 2013, había una plaza para jefe del laboratorio de química a la que se presentaron dos chicos que hacían el doctorado: John y Jennifer. Valoraron sus currículos y proyectos 120 catedráticos de ciencias. Los mejores hombres y mujeres del país. Ganó el de John por un punto y dijeron que le pagarían 35 mil dólares anuales. El de Jennifer sacó un punto menos y convinieron un salario de 28 mil. Hasta ahí todo bien, pero la cuestión es que no había ni Jennifer ni John, los currículos eran idénticos y sólo cambiaba el nombre. Es atroz. Y lo hicieron hombres y mujeres. Lo tenemos todos tan metido en el fondo del cerebelo que tenemos que hacer un verdadero esfuerzo para ser justos. Yo no pido –prosigue– que a las mujeres nos den por caridad un puesto en no sé dónde o que nos miren en las listas y nos incluyan en los premios para compensar la falta de presencia femenina; sólo pido que nos miren y nos miremos y juzguemos con la misma y exacta imparcialidad con la que se juzga a los hombres”.
De momento parece que no pasa en casi ninguna parte, incluida la RAE. Somos legión los que nos quedamos con las ganas de que entrara Rosa Montero.
“Pues, mira, a mí se me ha olvidado ya”, concluyó la escritora.
