Rubén Bonifaz Nuño: el juego de la memoria estética*

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Foto: larazondemexico

“La locura del arte es igual al abuso del espíritu”

Charles Baudelaire

La  historia del arte es,  una disciplina  difícil, compleja, sometida  como pocas a las oscilaciones del tiempo. Si hasta ayer para entender el arte desde su historia  bastaba con recurrir a un gran cantidad de datos entrecruzados – obras, artistas, escuelas, estilos, lugares y un  momento determinado del tiempo -, hoy parece  necesario un árido  entramo conceptual que debe   textual izar  los contradictorios  componentes de la obra particular,  pero no sólo aquellos  que lacónicamente  podemos calificar de referenciales, de anecdóticos  en un lenguaje plano,  sino de las imprevisibles  configuraciones  formales que destacan la  obra de arte en el contexto de la cultura  visual. Ante la mirada del lector, la historia del arte parece decantarse  hoy por la  erudición de datos  concretos, de motivos  lingüísticos, sociológicos, psicosomáticos, que actúan  sobre las obras y amenazan  con ahogar su potente   significación  formal. En tanto que la  crítica de arte, orientada en su origen a la  descripción de las variables   figurativas de una obra  específica, se muestra incapaz de desasirse  del marasmo  teórico   contemporáneo,  que lleva años  neutralizando  asimismo la energía plástica de la obra y la disuelve en una secuencia de síntomas de algún enunciado trascendente, “confusamente entrevisto- dice el crítico ingles Robert Hughes- o  dogmáticamente supuesto, que  complica la apreciación del arte”.[1]

Lo cierto es que la crítica de arte como especialidad autónoma en el relato artístico nació, como cualquier otra especialidad surgida de la modernidad, como consecuencia  temprana de la división capitalista del trabajo intelectual,  y se ha justificado, a mi modo de ver a la contra, en paralelo con la progresiva emancipación de los lenguajes creativos, con su distanciamiento de una trama histórica estratificada en estilos y momentos formales.  Parece que el historiador y el crítico - me gustaría incluir a los poetas que ejercen y han ejercido la crítica de forma brillante como Octavio Paz, José Hierro, José Ángel Valente,  Luis Cardoza y Aragón,Yves Boneffoy, John Berger, John Ashbery, Claude Esteban  o Rubén Bonifaz Nuño -, se sitúan en dos polos antagónicos, cuando de hecho la escritura del arte demuestra la dosis de voluntad adivinatoria y el conjunto de saberes inéditos, necesarios para adentrarse en la esfera artística que privilegia la inmersión  sensible,  frente a la interpretación narrativa lineal. De aquí el deseo del poeta de  escribir una explicación en torno a la obra que ofrece al lector. La tradición quedó establecida en el siglo XIX precisamente  porque fue un siglo de  cambios revolucionarios en que la relación entre el individuo y la historia se estaban volviendo constantes. Esa mirada del poeta sobre el arte es única, inédita, donde  la mirada juega un papel clave, pues ese saber ver sólo los poetas lo tienen. “La razón – dice John Berger- de ser de lo visible es el ojo; el ojo evolucionó y se desarrollo donde había luz suficiente para que las forma de vida visibles se hicieran cada vez más complejas y variadas. Las flores silvestres, por ejemplo, tienen los colores que tienen a fin de ser vistas”. [2] Y eso lo entendió de forma simple Bonifaz, pues descubrió en el arte prehispánico una estética universal, que sirvió para desarrollo del arte mexicano contemporáneo, y cuyo esplendor fueron los muralistas, pero también Rufino Tamayo, Carlos ´Mérida, Juan Soriano, Ricardo Martínez y Francisco Toledo.

En sus orígenes, la historia del arte era poco más que la de los artistas   – Vasari es el  ejemplo  – vinculados por parentelas del oficio, taller y patronazgo. Winckelman subrayó la excelencia individual de las obras de arte con relación a los ideales de perfección del arte griego, que en alguna medida debían imitar.  La historiografía romántica sintetizó un proceso lineal de progresiva complejidad formal y modelo cíclico – inicio,  madurez y declive -, que hacen de los estilos sucesivos variables temporales del arte, y que tiempo después llevó al crítico norteamericano  Clement Greenberg  a negar que el interés de la “crítica reside en el método y no en el contenido de los juicios”.[3]

Pero la  difusa realidad artística, política y cultural de hoy hace superflua cualquier diferencia y apela a la desnuda sensibilidad subjetiva, casi personal, frente a la obra plástica. Algunos críticos contemporáneos  Arthur C. Danto, André Chastel, John Golding,  Clement Greenberg,  Meyer  Schapiro,  Rosalind E. Krauss, Francisco Calvo Serraller, Valeriano Bozal, David Sylvester, Robert Hugues, Donald Kuspit,  Benjamin H.D. Buchloh  universales y diversos en formación, método y análisis,  utilizan en su aproximación al arte cuanta información  histórica colabora a desvelar el misterio o la trama de la obra nueva, pero conscientes siempre de las trampas que la autonomía formal supone para la coherencia de su narración, en algunos de ellos hay un rechazo total a la metodología historicista, para apoyarse en las teorías estructuralistas sobre la relación existe entre significado e imagen, para formular un discurso  sorprendente, como es el caso de Rasalind E. Krauss.

Por ello  considero una iniciativa importante, el rescate de autores esenciales para la comprensión del arte  antiguo  y contemporáneo de México, como la obra crítica y poética sobre artes visuales de  Rubén Bonifaz Nuño (Córdova, Veracruz, 1923- Ciudad de México, 2013)). Cada texto de Bonifaz es  una lección de las dificultades de pensar el arte a través de la visión de un poeta, quizás no tanto por detalles de su teoría, resueltamente  histórico, sino por el refinamiento y elegante elaboración de sus ideas y conceptos.

La obra de Bonifaz  Nuño está hecha a medias de asombro y de esperanza, de conceptos y amor. El poeta estudió derecho,   se doctoró en letras clásicas  y ha dedicado  buena parte de su vida a la traducción (Virgilio y Catulo sobre todo) a la crítica de arte y a la coordinación de múltiples eventos universitarios. Así, su escritura  debe tanto a los surcos del amor como a los estantes de las bibliotecas. Tal vez por eso afirma que “el único  heredero posible del labrador es el artista”; esto es, aquel capaz de encontrar “en la vida de los minerales,  en el pasado prehispánico, en una escultura o en el lienzo más sorprendente, podemos encontrar los acordes para mantenernos vivos”.

Para Bonifaz,  las palabras son, a la vez, un límite y un cauce: lo único que nos aleja del mundo, pero también lo único que puede encontrarnos con él. Espanto y esperanza, dijimos. ¿Cómo romper esa contradicción? Acudiendo a “ la majestad de las cosas sencillas” – y de las  palabras sencillas- y teniendo  presente que, en  poesía, son los matices – y no las abstracciones- las que iluminan cualquier  posible esencia, algo que, desterrados los dioses, ha dejado de ser la piedra para ser la fractura que atraviesa la piedra.

La de Bonifaz es, pues,  una poética de lo concreto que en Versos 1978- 1994 ( FCE, 1996) se manifiesta en un viaje de lo particular a lo general. Tras la imaginación constante y la intimidad     De otro modo lo mismo (FCE, 1979),  su anterior  antología, surge  la pasión y el amor como  un momento en el que confluyen plenitud  vital y la conciencia de la muerte: “ Preso del vivir y los amores/ no del amor ni de la vida,/ el animal de sueños late/ distinto, cuando no vencido…”. Son palabras de un hombre de más de ochenta años. En este libro hay, pues, mucho de amor: voces lejanas, piedras arrojadas al viento, al agua y, a la vez, lápidas sentenciosas, que avisan de que lo que un día fue certeza hoy es nostalgia.  La escritura, como la infancia,  es una forma de ver por primera vez el mundo. Se trata de, siguiendo a Keats, ver en las cosas de aquí y ahora el resto del “lugar perdido” y de encontrar así “la belleza  misma, en su lugar de nacimiento, / cuando aún no es más que verdad”.

Con todo, para  Bonifaz, la poesía  - sucesiva y  atada al concepto – ha perdido su  batalla  por atrapar lo inmediato. Por el contrario, la  pintura – simultánea y liberada por el color-  sigue librando ese combate. “La mayoría de los poetas no comprende bien la pintura”, me decía con agudeza Yves Bonnefoy.[4] En los escritos sobre arte de Bonifaz,  eluden el impresionismo liricoide  al que recurren muchos escritores cuando se enfrentan al arte. Al contrario, él distingue lo pictórico de lo pintoresco y se enfrenta con rigor a cuestiones como la escultura azteca, olmeca  o el valor de artístico y cultural de la  Coyolxauhqui, en la cual encuentra  la  grandeza del arte azteca. Sus  monumentales libros  El arte en el Templo Mayor,  Imagen de Tláloc, Hombres y serpientes. Iconografía Olmeca  continúan   siendo en la actualidad un corpus imprescindible   para el  estudio de la cultura  prehispánica de México. Libro directo, sin  meandros  retóricos  ni  impertinentes  incursiones  eruditas.  “Durante  siglos – dice Bonifaz-  hemos  sido testigos, y hemos escuchado,   que  nos digan  ¿quiénes somos?. Lo malo de ello es que  hemos  llegado a creer lo que nos dicen. La barbarie española  nos   calificó por medio de la humillación; para  comprobarlo, bastaría  con poner  los ojos sobre lo escrito  por Cortés o Díaz del Castillo; los frailes, luego,  nos hicieron   vernos como servidores de las fuerzas del mal;  diablos  eran  los objetos de nuestra veneración…”.  Así,  Bonifaz  ha intentado revertir nuestra historia prehispánica a través de  entender no sólo las culturas del pasado, sino ver en el arte nuestra propia identidad.  Los insuperables análisis  descriptivos   relatan con destreza y legibilidad los modos de la crítica artística cuando se enfrenta a  las obras de arte  antiguas, como por ejemplo,  El chapulín, La calabaza, Cabeza de serpiente, Felino de Colima,, El hombre y el ave en el Monumento 14 de San Lorenzo, El sarcófago de La Venta, Monumento 6, El vaso de maíz, Tláloc,  con un intuitivo punto de poesía y crítica. Una escritura  saturada de   matices  u obstinada  hasta la obsesión en dar  cuenta de la evolución de los detalles formales y la secuencia de  motivos gráficos que configuran a lo largo del tiempo las imágenes, esculturas y figuras antiguas.

Para Bonifaz, la historia del arte es   sencillamente  historia de la crítica de arte. El poeta se sitúa   frente a la filología artística y contra la  positivista religión del dato, sin  interés más allá de la precisión erudita, de cronología, género y escuela.  Bonifaz  considera que la obra de arte adquiere su condición de excelencia sólo cuando se interpreta desde las ideas y la cultura destiladas en el  gusto  de un artista. Las  reacciones  críticas sobre la obra constituyen así el juego de valor que encauza la producción sensible y visual del artista.  Para comprender la escultura de Ángela Gurría o la pintura de  Ricardo Martínez, por ejemplo, debemos determinar las bases teóricas de su arte, su visión de la naturaleza y sus preferencias artísticas sobrepuestas a las propias experiencias intelectuales. (No dudo en decir, que tanto Gurría como Martínez, fueron los dos artistas contemporáneos que más admiro Bonifaz). A esta  trama de influencias  concéntricas Bonifaz  la califica de gusto, una tradición   crítica que permite el juicio de valor sobre la obra de arte y nos da su medida de calidad en el doble contexto de la cultura y del arte de u tiempo. Dice sobre Ricardo Martínez: “… las grandes superficies estáticas de la pintura de Martínez, agitadas por el asalto luminoso se volvieron móviles infinitamente, como la frente en llamas del mar…”.[5]. En las obras Ángela Gurría descubrió los juegos del espacio y el vació escultórico:

Desde el alma de sus manos, brota

muchedumbre de pueblos; lúcidas

ciudades proféticas revela,

y hace que la piedra se despliegue

en racimos de alas; reconcilia

las sucesiones de las olas,

y en fondos aéreos asegura

el engarse al cáliz de la flama.[6]

Bonifaz renuncia  a diferenciar las peculiaridades formales del artista.  No le interesan sus motivos figurativos  ni el conjunto de signos que nos ayudan a decidir el estilo de la obra.  El poeta  busca más bien lo que en la obra  hay de común con otras  obras de su tiempo y del pasado, el gusto es una palabra, que se transforma en el regulador  fiable del arte de una época. El gusto sintetiza “un conjunto de preferencias  compartidas” en el mundo del arte, como vio con claridad Mario Praz, de un artista o  de un grupo de artistas, por supuesto. Sus escritos sobre Ricardo Martínez,  Fernando Alba, Pedro Cervantes, Ángela Gurría o Santos Balmori, son la verificación audaz de esta hipótesis: cierto sentido del gusto unifica a los artistas de un momento histórico, escuelas o tendencias, y sólo desde aquí, por afirmación o negación,  podemos comprender la obra individual. El artista  trabaja con   modelos, que  ofrece la historia del arte, pero el gusto condensa la manera de tratarlos, la mirada del artista.  Para él,   la actitud que encarna la vanguardia  surgió a mediados del siglo XIX. Si Manet  es el pintor  que  la representa, Baudelaire  es el poeta y Flaubert el novelista. En sus  análisis de arte  contemporáneo, Bonifaz no excluye la idea de un puente común con el pasado. Ese engarce  constituye una de sus preocupaciones más constantes. Si el análisis de la forma como elemento estructural puede rastrearse en la crítica de arte inglesa de principios del siglo XX ( Clive Bell y  Roger Fry), la voluntad de mantener  los vínculos  con la tradición sin, al mismo tiempo, olvidar la modernidad de la época en que se vive parece proceder de T.S. Eliot.

Publicados al azar, por lo general en catálogos y en libros concretos,  constituyen, sin embargo,  una aproximación a obras, artistas, momentos de arte e incluso  problemas de interpretación  histórica que, al releerlos, los considero de actualidad renovada a la vida de las distancias caprichosas que la literatura  artística  postmoderna se empeña en hacer  suyas.  Del  minimalismo  metodológico en alza al neopsicologismo de la percepción con pretensiones   tecnológicas, o  el retorno  intempestivo de la vieja  historia de género. Como   si   la  Coyolxauhqui, Cihuatéotl o la “mal  llamada   Coatlicue” – como dice Bonifaz -, por hablar del arte antiguo,   fueran secuencias  intercambiables   de un eterno  universo de formas.

El arte se  convierte de este modo en experiencia  del arte, en disección del gusto desde el punto de vista de su tiempo, de la síntesis expresiva y comunicativa que la obra configura. Bonifaz se permite desautorizar la normativa clasicista propuesta   por el tradicionalismo  ilustrado y la  vuelve  consistente en mera esquematización  abstracta.  Sin embargo,   con una mayor experiencia del arte desde su tiempo, el  clasicismo del pasado, sería otro momento en las preferencias del gusto, entre el arcaico y el helenismo, como distintas respuestas a ese conglomerado de actitudes culturales y preferencias  individuales. El autor  reivindica en definitiva  la comunidad de experiencias estéticas de los artistas como “fuerte  necesidad de la  intuición crítica”. Y esa es la lección contemporánea de cada de uno de sus ensayos. El caso  contrario nos  lleva a no entender nada, a  medio entender el arte, como hizo Hegel, al  priorizar  intuitivamente el modelo  clásico.   Así, Baudelaire  ha sido, sin lugar a dudas, el crítico de mayor sensibilidad   moderna, acaso sólo igualado por Mallaré.  Entiende  el arte de siempre desde su proceso de creación, reconstruyendo la personalidad del artista a partir del gusto, las opciones formales narrativas e incluso éticas que con las preferencias  personales   perciben en motivos sensibles las aspiraciones  visuales de un tiempo. Si  atendemos al proceso de creación, curiosamente el arte contemporáneo nos abre  un territorio  fascinante de asociaciones con el presente se  desdibuja  la rutinaria   familiaridad con el arte del pasado, cuyas  construcciones quedan disecadas en secos arquetipos estéticos. “el arte del pasado de México – me dice Bonifaz-  está mal interpretado en sus raíces, de continuo  hemos estado a punto siempre de renegar de lo que somos. Muestra de ello  son las opiniones  consagradas acerca del arte de los aztecas. Alrededor  suyo se ha tejido, por la  incomprensión y los prejuicios, una viscosa tela de falsedades que ha llegado a constituirse  casi en verdad oficial”.

Porque  hablar del arte prehispánico, escribir sobre  arte, es para   Bonifaz,  una forma de  hablar y escribir sobre la vida: Por eso no ha dejado de hacerlo nunca. Él como María Zambrano, que hay cosas que no pueden decirse hablando y que, por esto, se escriben.  Y Bonifaz lo ha hecho  animado por el lector que siempre  ha sido, convencido sin duda de que la escritura  puede preguntarse  por todo  y puede, también,  intentar  responder todo. Desde  aquel primer ensayo largo sobre  su amigo el pintor Ricardo Martínez escrito en   1965, no dejó de  pensar   y reflexionar sobre el arte. Gadamer  sostenía que, “de alguna manera, la obra  nos arrastra a la conversación”. Y añadía que dicha conversación, es interminable, porque no hay  forma de agotar el sentido que una obra propone a la reflexión y a la conversación, porque  no hay  palabra que pueda tener un final. Bonifaz no  ha dejado de pensar sobre arte en los mismos términos, que al mismo tiempo, también es para él una reflexión  íntima y compartida.  Y sus textos siempre  han contenido, en  cierto sentido,  esta misma invitación a reflexionar. Su fortaleza crítica residió en una cierta humildad: el poeta despreocupado por ejercer la crítica de arte de forma total.  Pero, sí, en cada texto que escribió sobre arte,  esta su magistral visión de enseñarnos lo que nuestros ojos no han podido ver. Esa fue, para mí,  una de sus grandes  lecciones.

*Texto que forma parte del libro La flama en el espejo. Homenaje a  Rubén Bonifaz Nuño, publicado por la Universidad Autónoma Matropolitana ( México, 2018). El libro se presenta 1 de marzo a las 6 pm en el Palacio de Minería durante la Feria Internacional del Libro.

[1] Robert Hughes  A toda  crítica. Ensayos sobre arte y artistas. Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1992

[2]  John Berger  Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible. Árdora Ediciones, Madrid, España, 1997.

[3] Clemen Greenberg La pintura moderna. Editorial Siruela, Barcelona, España, 2006

[4] Miguel Ángel Muñoz. Entrevista con  Yves Bonnefoy en el libro El instante de la memoria Editorial Praxis, México, 2013.

[5]  Rubén Bonifaz Nuño  Ricardo Martínez. Dirección de Publicaciones, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1965.

[6] Ribén Bonifaz Nuño,  El corazón de la espiral. Homenaje a Ángela Gurría. Miguel Ángel Porrúa, Librero-Editor, México, 1983.

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