No se puede negar que tras el mucho más consistente thriller de acción en formato de serie Falcon and the Winter Soldier, la consolidación como el nuevo Capitán America del personaje alado de dicho título interpretado por Anthony Mackie -The Banker (2020)-, encuentra una clara continuidad en esta que representa la película número 35 del Universo Marvel. Es entre las dudas que le sigue generando la comparación con el legendario portador del manto del héroe de rojo y azul, el estira y afloja lleno de intrigas de su relación con el gobierno ahora al borde de un choque internacional por la disputa de una isla donde se descubre el yacimiento de un codiciado elemento, la posibilidad de reformar el equipo de The Avengers, amén de asumir las consecuencias de no haber aceptado tomar el suero del “súper soldado”; que se recupera en este heredero del escudo la esencia del concepto del superhéroe en el mundo de las viñetas, esa que le definía como la representación de un modelo al cual aspirar.
Aunado a lo anterior está la comprometida presencia de Harrison Ford -Indiana Jones y el dial del destino (2023)- que con todo el oficio del mundo hace valer la contención emocional para reflejar la conflictiva personalidad del General Thaddeus “Thunderbolt” Ross, quien ya convertido en presidente de los Estados Unidos y consumido por los remordimientos con respecto a su hija, se empeña en mantenerse bajo control y hacer funcionar los mecanismos de manipulación que ha puesto en marcha con supuestas intenciones de paz.
Sin embargo todo lo anterior no logra salvar de lo rutinario una película cuyo principal problema es un guion que raya en lo infantiloide. Empezando por la manera en que desperdician la llamativa presentación del Hulk Rojo, un antagonista que en los cómics impactó por sus alcances de violencia y el misterio con el que rodearon durante bastante tiempo su verdadera identidad, estrategia que por razones obvias no podían replicar para la pantalla grande, pero que al decidir aplicarla al origen de su transformación caen en obviedades que abaratan las variables implicadas en el surgimiento de un monstruo de estas características, reduciéndolo a algo que prácticamente podría compararse en la farmacia de la esquina.

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Luego tenemos la fallida reivindicación del supervillano conocido como El Líder, quien como en aquella The Incredible Hulk (2007) vuelve a ser interpretado por el actor Tim Blake Nelson -¿Dónde estás, hermano? (2000)-, pero que para nada le hace honor a su apodo. Y es que si por un lado se plantea tan inteligente como para ver y analizar las probabilidades, al grado de planear ataques y escapar de las cárceles, por el otro es tan tonto como para ceder ante ridículas promesas de recuperar su vida, por que en realidad ¿Que es lo que esto podría implicar? ¿Una cirugía estética? ¿Nuevos documentos de identidad? Por lo que se ve, todo eso podría conseguirlo por sí mismo y con suma facilidad. Y así por el estilo nos podemos encontrar con múltiples situaciones mal sustentadas, dígase el acoso mental a través de un transmisor que para evitarlo bastaba con haberse quitado los audífonos, o irrupciones fácilonas en lugares dizque ultra secretos, y hasta la consabida escena postcréditos que poco o nada aporta a lo que ya se sabe.
Claro, hay batallas que pese a lo confuso del armado que muchas veces no se preocupa del sentido secuencial, resultan espectaculares luciendo vertiginosos puntos de vista en los desplazamientos aéreos y las perspectivas de los lances en los combates cuerpo a cuerpo, sobre todo el del gran final en donde ya ni bajé la pena quejarse de que la ficción abandona casi por completo su propia verosimilitud ante lo desigual en las fuerzas de los implicados. Pero bueno, eso es de lo poco rescatable de Capitan America: Un nuevo Mundo, producción dirigida por Julius Onah -The Cloverfield Paradox (2018)-, la cual afortunadamente nunca pierda el ritmo y por ello resulta al menos entretenida, pero no es más que una rutinaria y predecible transición hacia un evento mayor que cada vez emociona menos.
JVR