El narrador Carlos Velázquez (1978, Coahuila) celebra que en este momento de su vida, la editorial Océano cree una biblioteca dedicada a sus relatos publicados en libros como La marrana negra de la literatura rosa o El menonita zen. Comparte a La Razón cómo ésta se irá nutriendo con nuevos títulos y cómo ha sido reencontrarse con los cuentos reeditados.
Generalmente estos proyectos se dedican a autores que ya fallecieron o que ya tienen bastantes años recorridos. ¿Cómo recibe la Biblioteca Carlos Velázquez? Me quieren matar —dice entre risas—. Se siente muy gratificante que reconozcan el trabajo, porque nunca piensas en los alcances. Cuando volteas atrás y te das cuenta de que hay alguien que tiene la capacidad de ver que has hecho las cosas bien, el resultado es éste.

¿Se seguirán agregando títulos? La intención es no sólo reeditar estos libros, sino sacar más. Nutrir la biblioteca, crear libros inéditos que vengan a engrosar las filas. Mi intención es que, cuando me muera, dejar una obra cuentística dilatada. Siempre y cuando los libros cuenten con la misma calidad, porque en el momento en el que empiecen a perder esto que ha hecho que les guste mucho a los lectores, sí me tendría que replantear mi vida entera. A lo mejor a los 60, 64 años termine como empacador en el Superama. La vida da muchas vueltas.
¿Se aferrará a la escritura? Tengo cinco libros de relatos y el sexto que viene, la perseverancia me indica que no me voy a rendir fácilmente. La ventaja de que la biblioteca llegue en esta etapa de mi vida es que yo mismo la voy a ir viendo crecer. Esto es lo más importante; no se va a quedar como un hecho anquilosado, sino que va a estar viva con los libros nuevos.

¿Cómo fue reencontrarse con los títulos que ahora se reeditaron y con los personajes de éstos? Fue atestiguar que no han envejecido en un sentido tradicional. Continúan respirando después de todos estos años que han pasado; es un tanto insólito. Mis personajes no me abandonan, siempre los tengo presentes para no repetirme. Cada uno ocupa un lugar dentro de todo este universo.
En varias de las historias, los personajes están dentro de la esfera de lo marginal y encuentran un tipo de redención que pudiera ser victoriosa, pero no como ellos esperaban. ¿Por qué le han interesado estos aspectos? Los personajes obedecen a un sustrato marginal, porque mi formación como lector y escritor proviene de corrientes marginales. Cuando era adolescente, leí a José Agustín, por ejemplo. Como bien dices, son personajes que están luchando siempre por trascender su propia circunstancia y que llegan a una resolución victoriosa, pero no es la del discurso oficial. Es muy agridulce y en muchos casos implica una pérdida, una renuncia total.

¿Cómo ha sido salirse de los márgenes convencionales con sus relatos? Para mí fue muy importante la irrupción de autores como Fernando Vallejo o Guillermo Fadanelli, quienes empezaron a contar lo que verdaderamente pasa en la calle y narrar el derrumbe de las instituciones. Un poco, lo que hago también es contraponer la versión oficial de la República de las Letras, porque hay una literatura whitexican en la que se habla sobre gente que vive en la Roma, en la Condesa, los problemas de la clase media, que como tema literario también es muy rico para explotar. Sin embargo, se ha quedado todo en describir únicamente esta burbuja. Para mí es importante escribir lo que está fuera de la burbuja.

Ahora que se habla tanto de lo políticamente correcto. ¿Cree que esto un poco está acabando con la autenticidad que se puede encontrar en el arte y en la literatura? No sólo está acabando con la autenticidad y con el humor, porque ya no te puedes reír de alguien con defectos físicos porque te vuelves la persona más horrible del mundo, pero es arrojar una versión muy hipócrita, pues la realidad es políticamente incorrecta. Queremos proteger mucho las redes, los libros, pero súbete al Metro para darte cuenta de lo que es la realidad, porque ahí nadie te va a respetar por el color de tu piel ni por la claridad de tus pensamientos. En esa competitividad, esa lucha constante, esa supervivencia, lo políticamente incorrecto no tiene cabida.


