En Monterrey, Nuevo León
En su paso por la Feria Internacional del Libro de Monterrey (FILMTY), la cronista argentina Leila Guerriero reflexionó sobre la memoria, la escritura y, sobre todo, la necesidad urgente de seguir contando las tragedias que siguen presentes en América Latina. La autora de Los suicidas del fin del mundo y Frutos extraños explica que la literatura puede ser también una forma de resistencia ante el dolor.
“Muchos países latinoamericanos atraviesan ahora momentos sangrientos, de personas desaparecidas, de violaciones a los derechos humanos. Toda la región comparte esos lazos de dolor. En México me estremece pensar en la cantidad de desaparecidos, todos ellos transcurridos en democracia. He hablado con familiares de los ausentes y el dolor es el mismo aunque hayan pasado meses o años. Por eso es importante seguir contando estas historias, para darles voz que de otra manera muy difícilmente encontrarían quien las cuente”, explicó Leila Guerriero en entrevista para La Razón.
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La llamada, uno de sus más recientes libros, parte de ese impulso: mantener viva la memoria a través de una historia real, la de Silvia Labayru, una guerrillera secuestrada en los años 70 y llevada a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el principal centro de detención y tortura de la dictadura argentina, donde se calcula que desaparecieron unas cinco mil personas.
La historia atrajo a Leila Guerriero por un par de particularidades: la protagonista fue la primera mujer en dar a luz en la ESMA y, además, su caso es excepcional: su hija no fue robada por los militares, como ocurrió con muchos bebés nacidos ahí, sino entregada a sus abuelos paternos, por lo que cuando ella fue liberada, pudo recuperarla.
Aun así, el horror no terminó con su libertad, pues cuando la exiliaron a Madrid con su hija pensó que el infierno había terminado; sin embargo, sus excompañeros la tachaban de traidora o colaboracionista. Su vida fue un calvario fuera de la ESMA también y, desafortunadamente, pagó las consecuencias de haber sobrevivido.
“La llamada ha dejado conversaciones abiertas y nunca zanjadas. Me parece que generar conversación acerca de eso es mejor que no generar más conversación, porque las cosas de las que no se habla se enquistan, se pudren”, explicó la autora.
Guerriero, reconocida por su precisión y su devoción por los detalles, contó que su proceso al momento de escribir no es algo excepcional. “Simplemente yo grabo absolutamente todo y transcribo yo misma. Para mí es sumamente importante volver a escuchar todo y volver a recuperar el espíritu de todos esos meses, de todas esas conversaciones”.
La también periodista confesó que, aunque el proceso de escritura “es la complicación máxima porque ahí se pone a prueba la calidad de la investigación”, el proceso le resulta de cierta manera adictivo. “Cuando vas llegando al final del texto y sientes que está sólido, que incluso te emociona volver al texto para corregirlo, te entusiasma, te produce deseo, que no ves la hora de levantarte al día siguiente para seguir editando y corrigiendo, eso es una señal de que todo lo que viste desde muy cerca está contado”, contó Guerriero.
Con humor, compartió que, a pesar de que un obstáculo nunca ha sido demasiado grande para detener su labor, no son pocas las veces que se ha cuestionado sus propias decisiones. “Meterte en problemas es lindo con la escritura, todo es bueno con la escritura, aunque a veces me diga ‘Estoy perdida, ¿quién me mandó a meterme en esto? ¿Por qué estoy haciendo esto de nuevo? ¿Por qué no me dedico a otra cosa?’. Es un gran desafío”.
Durante su paso por la FIL Monterrey, Guerriero también pudo observar con alegría la efervescencia lectora. “Fui a la feria en la tarde (del sábado) y estaba repleta de gente, mucha gente joven, incluso disfrazada, con estas nuevas tendencias. Me pone contenta ver tanto público, había pasillos donde no podías caminar”, contó.
Aunque reconoció que no todos los libros que ve son de su gusto, se niega a juzgar a los lectores por sus preferencias y, al contrario, defiende esa libertad de elección. “A veces veo mucha autoayuda, pero a mí me parece que la lectura es algo que te consuela a veces. Muchas veces hago una defensa de la ‘mala literatura’ como punto de entrada a la literatura. Pienso que a lo mejor a los chicos en el colegio en vez de darles a leer El Quijote, que por supuesto es una gran obra, les dieran algún librito más liviano y así a lo mejor no estaría esta idea tan instalada de que la literatura es una especie de cosa marmórea, sólo para una élite. Me pone contenta ver todo ese enjambre de gente en torno a los libros”, aseguró.
La escritora también habló del impacto de la tecnología en el periodismo, pues, para ella, el problema no es la herramienta, sino el uso que se le da. “La tecnología ha hecho muchas cosas más fáciles: hoy podés entrar a los archivos de un museo en Berlín o a una biblioteca en Princeton. Pero que un periodista le pida a ChatGPT que le escriba una nota es pereza. Y si hacés eso, dedícate a otra cosa”, advirtió.
Esa comodidad, afirmó, lleva a un riesgo mayor: “La precarización absoluta. En vez de tener 20 periodistas investigando, un medio tiene cuatro y el resto lo hace la IA; eso es darse disparos en el pie y contribuye al desprestigio del oficio”.
Por último, reconoció que, como toda tecnología, la IA no se puede frenar: “No tengo la manera de saber en qué va a terminar todo eso, pero el periodismo siempre ha sido para gente fuerte, no es un oficio para debiluchos, y tengo la sensación de que más o menos cada uno desde su lugar tiene que hacer una defensa de lo que hace, si cree en lo que hace y si quiere seguir haciéndolo”.