Ángeles San José: la pureza de la abstracción

Ángeles San José: la pureza de la abstracción
Por:
  • miguel_angel_munoz

La pintura es el arte de la composición…

John Berger

La idea de pintura me lleva a imaginar líneas, colores, formas, signos – configuración de un lenguaje -, descubrir un universo, visiones y obsesiones; contemplar un lienzo, escuchar su vibración, sentir su aparición en grandes proporciones. La pintura de Ángeles San José (Madrid, 1961), retrocede – muestra de ello es su reciente exposición: Invisible azul en la Galería Adora Calvo de Madrid, 2019-, y gira en imágenes sorprendentes. Apetito visual incandescente. Conjunción estética a veces pictórica y otras, las más, simplemente poéticas. San José estudió Bellas Artes en 1984; recibe las becas de Artes Plásticas de Banesto (1991) y Endesa (1995) y la Beca de Investigación del FPI. En 1989, presenta su primera exposición individual en la Galería Antonio Machón de Madrid y en la Feria ARCO. Su obra se decantó en sus inicios por el expresionismo matérico que irá evolucionando hacia soluciones más intimistas. Influenciada por el pintor alemán Gehhard Richter. Trabaja de un modo serial no ajena a las fotografías que también realiza de modo paralelo a su pintura. Dice la artista: «No pienso que esa sea una aproximación acertada a mi trabajo. Sí que es posible, tanto en las pinturas como en las fotografías, hacer una especie de lectura metafórica, en la medida en que la elección del material, la fijación del encuadre, el vacio del resultado y la lentitud del procedimiento, parecen aludir a algo que se sitúa fuera de contexto.Una suerte de metáfora que superpone campos conceptuales distintos ». En su proceso de evolución estética ha conseguido la fusión entre la pintura y al fotografía, como lo reflejan sus series: SAMBURUS, DESDE LA CARRETERA, HOTEL LONDRES y BIRMANIA TRISTE.

¿Cómo interpretar, traducir, entender la pintura de San José? Diálogo que me atrae, y al mismo tiempo, me provoca distancias. Su obra se proyecta como abanico de vibraciones múltiples, composición y distribución del espacio, y una sabia arquitectura que forma grandes planos transparentes. Experiencia poética más que intelectual. Espacio vivo, construido por formas poderosas y sutiles. San José es una artista solitaria, que busca en el pasado y en el presente romper sus límites, pero sobre todo, confrontarse con ella misma. En sus cuadros la materia no aparece como simple extensión estética sino como una vibración más cromática. Para San José el color es inseparable del espacio. A su vez, el dibujo delimita, recrea, determina. Textura mineral que impone espejos abismales.

La abstracción lírica está llena de símbolos, y de un lenguaje universal. Cada símbolo designa formas inéditas. Quizá esta idea la encuentro en Barnett Newman; y su definición más pura, más alta está en Rothko. Tránsito de la línea poética creadora de espacios a los grandes bloques de color, de espacio, de materia. En Rothko el color es su maduración, la cumbre más grande de la modernidad.

La pintura de Ángeles San José es ritmo. En su discurso pictórico, todo cambio es consecuencia de la pintura, no de mera investigación pre científica. Descubrimiento metafórico, la gran recompensa del lenguaje que es la pintura. Y de esta forma, la atracción por la materia se vuelve cambio, secreto, exploración. La materia es sonido, la imagen es signo. Cada elemento es una totalidad, no la definen, lo descubren. Es una pintura que cuestiona, interroga, pregunta. Algo sorprendente en nuestros días Bien lo decía Octavio Paz: “Hoy la mayoría de los artistas están empeñados en decir, afirmar, proclamar e incluso en gritar: no quieren oír”. No es extraño: la pintura de San José nace del silencio. Su arte está lleno de enigmas, y su pintura es la traducción visual de todas sus preguntas.

La artista investiga las texturas, descubre el secreto de la melancolía en la mancha, que evoca el desierto, el mar, las metáforas del infinito. Cada lienzo es un monocroma, un bloque de un solo color: el negro, que en su etapa más reciente se resuelve en una constante monotonía, llena de matices, contrastes y sombras. Su pintura se aleja de la figuración: evoca en contraposición formas abstractas. Pero no es entidad metafísica sino sensible: no se define, se percibe. Me refiero, al espacio abismal de las superficies que la artista trabaja con una conjunción de óleo y grafito hasta lograr una orografía que la lleva a un umbral de grandeza, acertado en todos los sentidos. Energía creativa, irradiación que evoca fuerza, gravitación y monumentalidad.

Pintura que se sobrepone ante la materia. San José extrema la pintura: la materia se transforma en vitalidad, energía creadora y destructora. Si el espacio es ritmo, la materia es forma; algunos cuadros, dibujos y serigrafías de San José me recuerdan a diversos poemas de Mallarmé y Baudelaire. El dibujo en su trabajo pictórico es síntesis, quizás el esqueleto como decía Paul Klee. Grandes planos, compactos, relación entre forma y espacio. El espacio parece respirar, animado por una voluntad poética; a su vez la forma se despliega con gran sensibilidad por las enormes atmósferas. Oscilantes estos elementos la artista crea un equilibrio momentáneo entre ambos. Cierto, su preocupación es más poética que formar; sin embargo, su trabajo es la prolongación de grandes percepciones estéticas.

¡Vértigo! He aquí que se estremece

el espacio como un gran beso

que, loco de nacer para nadie

ni estalla al fin ni se apacigua.

Parafraseando estas líneas de Mallarmé imagino y redescubro cada obra de Ángeles San José como aventura estética: encuentro y confrontación. Celebración abstracta. Evoco un mundo, no sólo centra y controla, sino destruye y construye. El espacio es un campo de batalla: lo penetra, lo rompe, lo descubre, lo perfora, lo elimina, lo recupera. Dice sin decir. Esta fuente creativa está presente en todas sus épocas creativas, y no ha dejado de madurar en las dos últimas décadas. El color es cómplice, y esa unión es metamorfosis. Continuidad es cambio. Importa la riqueza de revelaciones que encierran las superficies pintadas.

Cada cuadro atrapa el tiempo, no lo delimita, lo define: silencio, aire, tierra, memoria. Miró, Rothko, De Kooning, Agnes Martin, Tàpies, Ràfols-Casamada, han traducido la sensibilidad del mundo. Apetito universal que San José ha traducido en cada una de sus obras. La diferencia con su pasado y presente es significante. San José está revelando una imagen renovada, una estética inédita; cierto, no niega la tradición, la asimila, se nutre, y al mismo tiempo, retrocede, para crear un lenguaje único. Explora el gusto en la simplicidad de la línea, la pasión por la abstracción, los contrastes en el color, la pasión por el negro y su recreación de los sentidos. Su mundo es un espacio convergente. Por ello, descifra su propio movimiento. De hecho, San José se mueve sin problemas entre lo plano y lo bidimensional, porque, sea cual sea la forma de sus soportes, lo que realmente le preocupas es la activación reverberante del espacio generando ambientes donde las formas, el color y los materiales dialogan poéticamente.

Como a muchos de los pintores abstractos líricos españoles – pienso en Jordi Teixidor, Ràfols-Casamada o Hernández Pijuan-, a San José no le interesa traducir las resonancias históricas y simbólicas, sino que las integra, haciendo con ello más compleja, rica y sintético su lenguaje pictórico. De hecho, San José maneja conceptos geométricos regulares, junto a un amplio repertorio de prototipos clásicos. Con ello, no logra caer en una cierta identidad fuera de la historia y, en particular, la de la potente identidad del expresionismo abstracto clasicista, que ha condicionado tan positivamente el mejor arte europeo moderno.

Es fascinante la forma con que Ángeles San José desaloja, aligera y propone el uso del espacio, diluyendo los contornos de los objetos, el límite que obstaculiza y delimita, su abstracción vegetal y mineral. Este juego sorprendente lo descubrí en una serie de grandes cuadros que presentó en la Galería Antonio Machón, bajo el título de Fade to black, en 2006.

Me refiero a un grupo de lienzos – sin título -, en los cuales la percepción de diversas preocupaciones, a través de los constantes cambios de formas, revela la pasión de su espíritu por la abstracción vegetal. Cada cuadro emerge de nuevo en las superficies de una abstracción pura, más desinhibida incluso que a mediados de los 90; icónica e implacable. No es una ruptura con su obra pasada, sino la recuperación de un idioma, un ánimo de releerse constante. Todo un guiño poético a la abstracción

Afirmación sin respuestas, o pregunta sin respuesta. Juego de silencios. Quizá la manera en que despoja el espacio hasta lo esencial parece de una sobriedad minimalista, pero yo lo llamaría, poético; aunque todo conduce a percatarnos de la brillante y singular manera de San José de tratar y trazar un discurso estético, cuyas atmósferas multiplican los puntos de vista, dinamitan un espacio que se hace prodigiosamente cambiante. Sin embargo, no satura el espacio, lo llena de luz, materializa, lo inmaterial, hace visible lo invisible. En momentos, la obra de San José va más allá de situarla en el espacio o de enfrentarnos con él, sino que se nos revela ante nosotros. Una propuesta, pues, que es revelación. El silencio es un signo claro del vacío. Una obra situada entre razón y la sensibilidad. Cada uno de los cuadros de San José es, como el silencio, un signo claro de paisajes ciertos, llenos de luz, eco de espacios y espacios de vibraciones, revelaciones instantáneas que, descubren la experiencia artística de Ángeles San José, una artista que es ya parte esencial del arte contemporáneo español.