Dancers of Damelahamid debuta en México

Dancers of Damelahamid debuta en México
Por:
  • raul-campos

En Guanajuato, Guanajuato

Una tenue neblina comenzó a descender en el interior del Teatro Principal de Guanajuato, antes de la tercera llamada. Al caer la penumbra, una figura etérea vestida de rojo se paró bajo la tenue luz lunar que bañó el escenario y, a los cuatro vientos sopló una delicada flauta que invocó a cinco entidades enmascaradas, avatares de los antepasados, que, al ritmo de un cántico femenino místico y el cascabelear de sonajeros, efectuaron un ritual nocturno.

Así inició ayer la coreografía Minowin, de la compañía de danza canadiense Dancers of Damelahamid, la cual posee más de media década de historia y pretende a través de esta obra mostrar al público la importancia de la supervivencia de la identidad y las tradiciones indígenas. Es su espectáculo debut en México, en el marco de la edición 47 del Festival Internacional Cervantino.

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Minowin es una coreografía que narra la forma en que uno mismo recupera el camino y reinterpreta las enseñanzas que lo han definido como persona. Para ello, la puesta dancística orquestada por Margaret Grenier, directora de la compañía, integra en su narrativa elementos de la actuación, el canto y componentes multimedia, como proyecciones escenográficas, para retratar desde la contemporaneidad el bailar de la comunidad indígena de Gitxsan, asentada en el noreste de Columbia Británica.

El escenario se tornó azul y ondas submarinas proyectadas en paneles atrajeron a escena a un grupo de peces luminiscentes que nadaba libremente y era interceptado, sin éxito, por un enorme tiburón. Una voz resonó en los alrededores y su hablar en una lengua indígena fue traducido por el cantar de una doncella que expresó en inglés: “los animales fueron llamados para recuperar algo de la tierra del fondo del mar para así crear tierra”.

El océano se disipó y una pareja de pescadores vestidos de rojo y dorado danzaron hasta que uno cayó rendido. “La primera de las tierras fue recuperada”, dijo la voz femenina, al tiempo que tres individuos más subieron al escenario del teatro.

Un lobo blanco fantasmal apareció de entre las penumbras, regresaba de las cuatro esquinas del mundo. La voz explicó que una isla se formó, tras lo cual la majestuosa bestia deambuló por el mundo a lo largo de cuatro generaciones, hasta llegar a una cálida pradera rebosante de caballos salvajes.

La oscuridad llegó y el “fuego nació para asegurar resurgencia y resiliencia”. Alrededor del elemento caótico y de comunión, los bailarines danzaron hasta la aparición de un místico que, mientras cantaba en el idioma originario del noroeste canadiense, tocaba levemente un tambor de mano ceremonial. El día llegó y los rayos del sol bañaron las montañas gélidas y el resto de la tribu se unió al líder en la entonación de los cánticos.

Los gélidos valles se llenaron de vida, y los danzantes festejaron a las fértiles tierras, hasta que un devastador relámpago incendió todo aquello hasta donde la vista llega. Tras la tragedia, entidades enmascaradas —elemento simbólico del tiempo lineal— realizaron un ritual con el que rítmicamente la tierra fue sanada.