LOS SIN MEÑIQUE

LOS SIN MEÑIQUE
LOS SIN MEÑIQUE
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La herida era minúscula, hacía unos años ni se le hubiera dado importancia, un poco de alcohol, una gasa o un bandita y listo, la vida seguía como si nada. Ahora el riesgo era una infección que ningún antibiótico podía curar. Un niño jugando en la calle, una caída, un corte en el brazo, una carrera al médico y un “lo siento, no queda nada por hacer” una historia de terror que dejó de impactar al repetirse constantemente.

Las superbacterias, la resistencia a los antibióticos por el uso indiscriminado de medicamentos agravado por la pandemia reciente y los transgénicos sumados a plaguicidas terminaron por arruinar nuestro campo, cada vez eran más potentes lo usado y eran proporcionalmente ineficaces, las bacterias se hicieron resistentes y un tomate en perfecto estado, rojo, brillante, casi como salido de una sesión fotográfica de revista era un asesino en potencia, los microbios antes inocuos eran una condena segura. La hambruna, la falta de operaciones que eran de rutina, el miedo, la ciencia médica retrocediendo 200 años, enfermedades que creíamos erradicadas arrasaban poblaciones enteras y otra vez, como si nos estuviéramos reiniciando como sociedad, el oscurantismo de la edad media se asentó en nuestra psique, en nuestras vidas, en nuestra existencia.

¿Casarse a los 14? ¿Por qué no? El promedio de vida era de nueva cuenta 37 y cuando vives tan poco, no hay tiempo que perder en estudios, ni en autorealización, ni en preocuparse en lo que sucedería en unos años cuando la única certeza era que no los tendrías.

En esta época oscura, mientras unos cuantos podían darse el lujo de aislarse en enormes torres, en donde grandes máquinas de uv purificaban los alimentos a cambio de dejar sin energía a buena parte de la ciudad restante. Era simple, o emigrabas o morías y aunque el pesimismo era la emoción imperante, el instinto hizo que muchos nos saliéramos, el terreno no era problema, éramos muchos menos pero, nos seguimos agrupando, seguimos orbitando en torno a quienes ostentaban un poder económico aunque no fuera en metálico o en poder, aunque fuera intimidatorio, de ciudades cosmopolitas a pequeñas villas, de grandes naciones a pequeños feudos, de un hedonismo displicente y complaciente, al cabizbajo sacrificio por unas migajas.

A pesar del riesgo, se tenía una mayor cantidad de hijos, si había suerte varios vivirían, ayudarían en las tareas y se continuaría la especie. Dentro de esta “regresión” las cosas se simplificaron, ya no existía la necesidad de “gustarle” a los demás, de buscar una aprobación ficticia y temporal cambiando todo lo que eras en esencia para ser, lo que creían que deberías ser, no había tiempo, nos ocupábamos de lo esencial y no de lo superfluo y esa, en medio de la crisis, fue una gota de felicidad.

Era curioso como “involucionábamos” de diminutos vestidos de telas etéreas a grandes y bastos tejidos que cubrieran del sol, de la dependencia de la tecnología al regreso de la habilidad adquirida y con eso retomamos un sentido de la virtud, de la meritocracia, de la ética, del honor olvidado y si bien no podíamos enfocarnos en el futuro, vivir el presente facilitaba el obviar las crisis existenciales de otros tiempos.

En estos tiempos aciagos de días productivos de amanecer a puesta de sol; de noche de velas y descanso; de miedo a las heridas, a las comidas, a las personas fuera de tu comunidad. En un entorno que era hostil para la humanidad, tuvimos los primeros nacimientos de niños sin meñique, los llamamos así porque era lo visible, los bebés habían perdido los meñiques de ambas manos y pies pero no era lo único, crecían de forma acelerada, al año, corrían, hablaban, interactuaban, aprendían mejor y más rápido y lo más importante de todo, su metabolismo era resistente a las superbacterias.

La evolución nos había dejado de lado, fuimos una plaga por mucho tiempo pero ahora, nos daba otra oportunidad, la extrema dependencia de paliativos nos había condenado al estancamiento pero, la naturaleza había hecho una criba, un acelerado proceso de selección y nuestras nuevas generaciones habían cambiado, eran mejores, más fuertes, más rápidos, menos dependientes y aunque eran descendencia, algunos les tuvieron miedo y entonces empezó el peregrinar, los padres de los sin meñique abandonamos todo para darle una oportunidad a nuestros hijos, nos perseguían nos cazaban, conforme huíamos, fuimos encontrando otros en condición similar y nos fuimos uniendo, fuimos un pueblo nómada hasta que nuestros niños dejaran de serlo, los padres moríamos, fuera por las heridas, por la comida o por la persecución pero, nuestros hijos prevalecían, continuaban y cada día se unieron más hasta que dejamos de movernos y empezamos a fortificarnos, los niños eran jóvenes fuertes, mucho más que cualquiera de nosotros, eran los precursores de una nueva especie, mi herida en el pie era mi condena, pero mis tres hijos eran los mayores de los sin meñique, les había enseñado lo poco que sabía, les había hablado de los grandes señores de la electricidad, de cómo había sido el mundo en mi infancia, de como nos veía y lo que esperaba de ellos, no hubiera querido que tuvieran que pasar por sangre y fuego para tomar su lugar pero, lamentablemente, así era mi especie, espero que ellos, fueran mejores… ojalá... por el bien de todos.