Esta historia se gestó en 1968, en México, e incluye episodios de amor, victorias y tragedia: un país invadido en su territorio y otro en lo más profundo de sus afectos.
La entonces checoslovaca Vera Caslavska (hoy checa, por la separación de su nación años después), dejó una estela de cariño a su visita a México con motivo de los Juegos Olímpicos de 1968.
Era ya una atleta consagrada, con dos participaciones en la magna justa a cuestas y tres medallas de oro y dos de plata, logradas entre Roma 1960 y Tokio 1964, pero en el Auditorio Nacional tuvo su salto a la inmortalidad.
La cosecha fue de cuatro medallas de oro y dos de plata, la más grande en una sola edición de Juegos Olímpicos en la gimnasia artística femenil, sólo equiparable a la que logró la húngara Ágnes Keleti en Melbourne 1956.
En México 1968, Caslavska se llevó las preseas de oro en el all-around individual, piso, salto de caballo y barras asimétricas; y medallas de plata en el all-around por equipos y viga de equilibrio.
La frialdad de lo datos da, sin embargo, cuenta de la gran atleta que fue. Una gimnasta carismática, bella, con una agilidad adelantada a su época y, además, consciente del escenario que pisaba y valiente en sus convicciones.
Hizo sonar cuatro veces el himno nacional de Checoslovaquia, pero si por alguna melodía se le recuerda a Vera Caslavska, fue por una combinación de temas populares mexicanos.
Sus graciosos pasos y maravillosas piruetas en la rutina de piso fueron acompañadas por las notas en piano de un popurrí del Jarabe tapatío y Allá en el rancho grande. La conexión fue instantánea entre la rubia de Europa del este y el entusiasta público azteca.
Caslavska y su novio, el fondista Josef Odlozil, hicieron una promesa: si ella refrendaba su título individual en el all-around y él llegaba a la Final de los mil 500 metros planos, se casarían en la Ciudad de México. El corredor había ganado la medalla de plata en Tokio 1964.
Ambos cumplieron. Con mariachi de fondo y en la Catedral Metropolitana, se dieron el sí ante una multitud de gente que tenía fresco el recuerdo olímpico.
Vera y Josef volvieron a México, cuando ella fue contratada como entrenadora de gimnasia, a poco menos de cumplirse 10 años después de los Juegos. Paradójicamente, aquí se deterioró su matrimonio y se divorciaron en 1987., ya de vuelta en la República Checa.
Mantuvieron su amistad, pero en 1993,Josef murió en un altercado con Martin, su único hijo varón del matrimonio con Vera, con un golpe en la cabeza tras un empujón.
No todas las historias de amor tienen finales felices.
La activista que retó al gigante comunista
En dos ocasiones, en el podio, Vera debió escuchar el himno de la Unión Soviética; en ambas ocasiones, se volteó y agachó la cabeza.
Meses antes de los Juegos de 1968, su país fue invadido. Su protesta la hizo esconderse en un pueblo en las montañas, donde cambió las barras por ramas de árboles y las tarimas por los prados. Así fue su preparación.
Pese a la adversidad, contó con el permiso para viajar y revalidó su título del all-around.
Pero su desafío al gigante comunista le valió mantenerse en la clandestinidad por dos décadas como entrenadora y pasar un periodo en México.
Al caer el comunismo, recibió el trato que una leyenda merece.
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