El discurso de la tribu

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Foto: larazondemexico

“El futbol —escribió Pier Paolo Pasolini— es la última representación sagrada de nuestra época. El último gran rito que nos queda”. La literatura y el futbol son rituales que el hombre inventó para condicionar su propia existencia. En ambos está presente la metáfora de anhelar aquello que no podemos alcanzar, pero impacta nuestra geografía emocional. Hoy ese deporte se resignifica pues además de jugarse y mirarse, también se verbaliza. Veamos ejemplos.

LA OTREDAD Y EL BALÓN

En el prólogo de Cuentos de futbol (1995), Jorge Valdano presenta al intelectual Alcides Antuña Cavallero que, indignado por lo que el balompié provoca, trata de entenderlo a la luz de la antropología social y rastrea que la pelota primitiva fue la cabeza de un hombre. La locura se apodera de su mente y su esposa lo encuentra hablándole a un balón, como Hamlet al cráneo. Ser o no ser gol, he ahí la cuestión. Por cierto, las primeras referencias literarias se encuentran en Shakespeare: tanto en la Comedia de los errores (1592) como en el Rey Lear (1603). En esta última lo hace con un insulto: “Tú, ¡despreciable jugador de futbol!”.

Durante mucho tiempo, los intelectuales conservadores rechazaron este juego porque en él las pasiones se imponen a la racionalidad. Aunque pensadores más progresistas lo descalificaban por desviar la energía revolucionaria de los pueblos, el marxista italiano Antonio Gramsci lo definió como: “ese reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”. Por su parte, en El futbol a sol y sombra (1995), el narrador uruguayo Eduardo Galeano afirma que el futbol se parece a Dios en la devoción que le tienen sus fieles y en las sospechas que levanta entre la élite culta.

Albert Camus fue uno de los primeros intelectuales en reivindicarlo con la palabra. Como portero del equipo de la Universidad de Argel entendió que la pelota guarda semejanzas con la vida: no es lo que parece. En el periodo de entreguerras, patear un balón fue el único refugio para jóvenes que buscaron en él una salvación. El novelista Henry de Montherlant dedicó páginas al fenómeno en Lección de futbol en un parque y  en Los 11 ante la puerta dorada —que integran parte de su obra Las Olímpicas, publicada en 1924 a propósito de las Olimpiadas de París—. Este Píndaro moderno encontró poesía en el estadio, además de hallarla en valores como dignidad y nobleza. Se preguntaba qué ocurría en la danza de los cuerpos, que provocaba una fuerza de atracción igual que el amor.

Un tercer representante de la tierra de la liberté, egalité, fraternité ahondó en la retórica del juego para ejemplificar la condición humana: en su tratado Crítica de la razón dialéctica (1960), Jean-Paul Sartre —entusiasta del Paris Saint-Germain— afirmó que en la cancha “todo se complica por la presencia del otro equipo”. Una analogía genial para explicar el existencialismo, la otredad: “El infierno son los otros”.

En 1928, los poetas Rafael Alberti y Gabriel Celaya protagonizaron un duelo a raíz de los tres partidos disputados entre el Barcelona y la Real Sociedad por la Copa del Rey. Ante la actuación del guardameta culé, Alberti escribió una nostálgica “Oda a Platko”, quizá una de las primeras expresiones del futbol como seña de identidad. Celaya, seguidor de la escuadra donostiarra, respondió con su “Contraoda”.

[caption id="attachment_932279" align="alignnone" width="990"] Valdano y Maradona en México 86. Días de gloria. Fuente: marca.com[/caption]

LA ESTRELLA: EL JUGADOR

La figura solitaria del arquero reviste un atractivo literario único. Es un mártir condenado a presenciar el partido de lejos, destinado a impedir anotaciones. Se trata del único actor entre los once que está preparado para lo imprevisto. Su romanticismo ha provocado versos recordados: “Te sorprendió el fotógrafo el momento / más bello de tu historia / deportiva, tumbándote en el viento / para evitar victoria, y un ventalle de palmas te aireó gloria”, reza la “Elegía al guardameta”, del poeta español Miguel Hernández.

Habla, memoria, autobiografía de Vladimir Nabokov, es un elogio a sus pasiones: la literatura, las mariposas, el ajedrez, la familia y el futbol. Durante sus años en Cambridge fue un excéntrico cancerbero, posición que asumió como un arte en virtud de lo impasible de su desempeño. Ese mismo halo metafísico se advierte en el poema “Estadio de noche”, del alemán Günter Grass: “Lentamente ascendió el balón en el cielo. / Entonces se vio que estaba lleno el graderío. / En la portería estaba el poeta solitario, / pero el árbitro pitó fuera de juego”.

En los versos de “El ángel de piernas chuecas”, el carioca Vinícius de Moraes encumbró a Garrincha, el extremo brasileño que brilló en Suecia 58 y Chile 62. Fue un homenaje para ese antihéroe loco por el aguardiente y todo lo ardiente —la pelota, la música y las mujeres, si bien murió entre pobreza, alcohol y soledad.

En Las cenizas de Gramsci (1957), Pier Paolo Pasolini mostró indicios de su devoción por el futbol: descubrimos al tifoso detrás del poeta que entiende tanto las virtudes del balón como la delicadeza de las palabras. En su ensayo El futbol es un lenguaje con sus poetas y prosistas (1971) sostiene que se trata de un sistema no-verbal de signos y tiene un código definido por medio de las jugadas y la estructura táctica. Apunta además a la idea de que ese objeto redondo es también producto de una reflexión de cariz filosófico.

"En Las cenizas de Gramsci (1957), Pier Paolo Pasolini mostró indicios de su devoción por el futbol: descubrimos al tifoso detrás del poeta que entiende tanto las virtudes del balón como la delicadeza de las palabras".

CREATIVIDAD VS. ESTUPIDEZ

La anécdota de la conferencia que dictó Jorge Luis Borges el 2 de junio de 1978, mientras Argentina y Hungría inauguraban en Mundial de aquel año en tierra albiceleste, fue una muestra sutil de hostilidad de la escena cultural hacia el fóbal. Según el genial ciego de Palermo, ese deporte es popular porque la estupidez es popular. Incluso un erudito como él percibía más viril el desafío entre cuchilleros; aunque implicaba matar, contenía cierta nobleza que no encontró en quien patea un balón. A pesar de esto, el autor de El Aleph y su compatriota Adolfo Bioy Casares se unieron bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq y nos regalaron “Esse est percipi” (Ser es ser percibido), cuento ubicado en una época en que no existen partidos y todo ocurre en los medios, a través de una falsa excitación de los relatores.

En 1967 irrumpió Futbol, dinámica de lo impensado (2011), de Dante Panzeri, un referente del periodismo adelantado a su tiempo, un transgresor que modificó la crítica deportiva en Argentina. Postula que el futbol, para ser serio, tiene que ser juego. Además hace un juicio a la modernidad, el espectáculo, el intelectualismo y la engañosa profesionalización del placer. Este concepto lo retoma más tarde Futbol sin trampa (1986), de César Luis Menotti, un convencido de que el balompié nació en la calle, donde “los chicos para gambetear a un adversario tiraban la pelota contra la pared y la recibían detrás del contrario”, y luego fue saboteado por técnicos que no valoran el espíritu aventurero, obsesionados por tener funcionarios en lugar de creativos.

Otro argentino imperdible en este recuento es Roberto Fontanarrosa —hincha de Rosario Central—, quien declaró que las únicas dos veces  en que su esposa le interrumpió la siesta fue para informarle que los argentinos habían ocupado Las Malvinas, y que Maradona jugaría con Newell’s Old Boys. El Negro destacó como guionista, dibujante y humorista gráfico, pero lo mejor lo destinó al balón hecho palabra. La novela El Área 18 (1982) presenta un equipo de mercenarios patrocinado por una multinacional que viaja a Congodia, un inverosímil país que recientemente logró su independencia y basa el crecimiento económico en el desempeño de su selección nacional. El futuro político de la patria depende del resultado del partido.

A su vez, 19 de diciembre de 1971 es un cuento que Fontanarrosa basó en un hecho real, con referencias concretas a la dialéctica entre canallas y leprosos. Esta historia de hinchas que lloran por el triunfo también es la celebración de la muerte como una despedida deseada. Tal vez por eso el creador de Boogie, el aceitoso imaginó el cielo como un sitio plagado de canchitas y bares, aderezado por la transmisión de los partidos.

Sin embargo, quien mejor describió el incipiente proceso de globalización del futbol fue el uruguayo Mario Benedetti. En el cuento “Puntero izquierdo” (1954) se adentró en los conflictos laborales de un jugador seducido por la tentación del arreglo de partidos, con funestas consecuencias. El hincha del Nacional de Montevideo y vinculado con la izquierda escribió una obra cumbre, “El césped” (1989). El cuento explora la condición humana por medio de la fantasía a partir de los sueños que experimenta Benja, en los que imagina juntos a sus ídolos, entre ellos Nasazzi, Obdulio, Piendibene, Gambetta y Schiaffino.

Una piedra angular en la construcción de este filón editorial es Sueños de futbol (1994), de Jorge Valdano, argentino nacionalizado español. Es su versión más menottista, es decir, de admirador del futbolista pensante, con su planteamiento de que un equipo es un estado de ánimo. Una mitología con la que consolidó un branding que se expandió en sus múltiples cuentos, cuadernos y apuntes, que lo sitúan como el juglar por excelencia de esta expresión. Por eso no fue casual que Valdano apareciera en la primera portada de Líbero, revista española independiente que se pregunta: ¿futbolizar la cultura o culturizar el futbol? Entre los colaboradores de Líbero destacan Luis García Montero, Andrés Neuman y Manuel Jabois. El autor de Futbol: El juego infinito (2017) cree que el balompié sin palabras es poca cosa, y que en la obsesión por la pelota empieza todo.

En México contamos con un crack que es Juan Villoro. Heredero de la tradición filosófica, entiende que escribir de futbol es una de las múltiples reparaciones que permite la literatura. El autor de Los once de la tribu (1995) y Dios es redondo (2006) cree que el sistema de referencias de este deporte involucra las emociones de tal forma que construye su propia dramaturgia.

Un testigo fundamental en la poética de esta misa pagana es el uruguayo Eduardo Galeano, quien exploró la realidad de la cancha como la de un monstruo que habla distintos idiomas y desata pasiones universales. Hizo con las manos lo que nunca pudo hacer con los pies; pidió a las palabras lo que la pelota le negó. Su obra capital es El futbol a sol y sombra (1995), pero conviene acercarse a Su majestad el futbol (1968) y Cerrado por futbol (2017).

[caption id="attachment_932278" align="alignnone" width="620"] Irvine Welsh en el estadio de su equipo, el Hibernian. Fuente: thescottishsun.co.uk[/caption]

EN INGLÉS SE DICE SOCCER

En lengua sajona sobresale The Soccer Tribe —traducido al español de forma deleznable como El deporte rey— (1981), del inglés Desmond Morris, una interpretación antropológica del juego. Indaga el comportamiento de las antiguas civilizaciones y traza los vasos comunicantes entre la evolución y supervivencia del hombre y el balompié moderno.

De 1990 es Among the Thugs (Entre los vándalos), que es un testimonio revelador en torno a la cultura del hooliganismo escrito por Bill Buford, intelectual estadounidense que no tenía interés por el deporte. Su postura cambió al presenciar usos de los aficionados ingleses más radicales: decidió infiltrarse como espectador. Escrito sin miramientos y con una dosis alta de humor negro, explora los rincones más sombríos de la violencia en los ochenta.

La transmutación de la First Division a Premier League en 1992 marcó un parteaguas en Inglaterra. En ese contexto se publicó Fever Pitch (Fiebre en las gradas), del inglés Nick Hornby, libro medular en la reconstrucción de la sociedad británica posterior a las tragedias de Heysel y Hillsborough. Por medio del relato autobiográfico, el autor nos adentra en un viaje sentimental a lo largo de veinte temporadas como seguidor del Arsenal.

El escocés Walter Scott —una de cuyas novelas inspiró el nombre del Heart of Midlothian, equipo que representa a los protestantes de Edimburgo— decía que la vida en sí misma es un partido.

Casi dos siglos después, su compatriota Irvine Welsh conmocionó al mundo con Trainspotting, suceso literario cargado de guiños a la cultura urbana, las drogas, la evolución del punk a la música electrónica y el futbol. Una frase del libro resume su pasión por el Hibernian —el otro club de la capital escocesa y de filiación católica—: “Preferiría ver a mi hermana en un burdel que a mi hermano con una bufanda de los Hearts”. El novelista sentencia: “El futbol en sí mismo es horrible. Representa todo lo que es feo en el mundo. Es el tipo de negocio más explotador, feo y neoliberal que existe, pero la cultura que existe en torno a él es maravillosa”.

El deporte del balón es y será un relato de mitos, ritos y símbolos. Una repetición sin punto de partida: el eterno retorno. El juego perdura y se mantiene. También su carácter espiritual. Hasta el modo de levantar una copa cuando se es campeón tiene un claro paralelismo con la liturgia religiosa. Es verdad que en el principio fue el juego. Pero a veces, el mejor futbol se lee.