El Príncipe y los hallazgos de la intuición

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Foto: larazondemexico

La muerte de José José fue seguida por tres días de silencio y vacío informativo ante la virtual desaparición de su cuerpo, bajo los manejos de su hija menor, quien surgió y se consagró en esos días como villana insuperable. Fue vapuleada en hashtags como #SaritaBuitre y #Sari-taCulera. Así los fans cobraron venganza por el escamoteo de los restos del cantante y la incertidumbre sobre sus exequias, en medio de una disputa familiar que habrá de continuar. La espera del público para despedirlo se acerca así a un final, con apoteosis por calles y recintos de su ciudad en los próximos días. Será el tributo a un ídolo popular destinado a permanecer, al margen de las rencillas y mezquindades que marcaron sus últimos años pero no sellaron su destino. En otro lance de la idiosincrasia mexicana, fue necesa ria la intervención de la Secretaría de Relaciones Exteriores, a través del consulado en Miami, para negociar entre sus hijos una paz al menos transitoria, a fin de superar el conflicto familiar que escaló hasta ser considerado un tema de interés nacional.

José José gozó del éxito y la fama, sobre todo a lo largo de dos décadas —los setenta y ochenta— en que cantó para la eternidad no sólo “El triste”, cañonazo fenomenal que inicia su carrera. Además hizo suyo un vasto repertorio que perfiló en buena medida la sensibilidad y educación sentimental de aquellas generaciones de la segunda mitad del siglo XX, para extenderse por su cuenta hasta la actualidad, cuando sin distinción de edades la mayoría de los mexicanos conoce de memoria sus canciones.

A la par de su fulgurante ascenso en México y el continente, su debacle fue larga, también expuesta al dominio público durante más de dos décadas. Antes, con el reinado absoluto de sus canciones en el radio y las ventas de acetatos —aún no llegaba el disco compacto—, José José consolidó en su voz un temperamento a flor de piel, sitiado por el clímax y anticlímax del corazón dichoso o desgarrado por los altibajos del amor.

Fue al inicio de la década de los setenta cuando Raúl Velasco apadrinó su lanzamiento en Siempre en domingo, con motivo del Festival de la oti donde José José concursó con la canción “El triste”. Pese a que no ganó, ese tema se convirtió en su primer gran hit (luego vendría todo un rosario) y es sin duda la canción que mejor ha sobrevivido de aquellos festivales muy pronto atiborrados de mensajes positivos, justo en la línea de lo que hoy se llama autoayuda y superación personal.

EL MUNDO A LA DISTANCIA

En un registro por demás distinto de la escena internacional —contemporáneo de Led Zeppelin, por decir algo—, José José pudo construir su identidad al desplazar las pautas del bolero, con su remate y cierre de operaciones de la estética modernista. Lo proyectó hacia la balada, más urbana, moderna o novedosa que los cartabones y las rutinas previas. Desde el principio, su voz privilegió el temple melancólico de un ser arrebatado por las cumbres borrascosas del enamoramiento y sus tortuosos desengaños. Con el tiempo, la vida privada también alimentó esa percepción o esa leyenda: sus propias inmolaciones pasionales —casi un acto reflejo de su lírica—, aunadas a las disipaciones y los estragos del reventón, conformaron al personaje que en algún abismo señaló, con la inspiración de Pérez Botija, una certeza invariable: en las lides del amor se trata siempre de entregarse con todo y sin medida.

Su anhelo muestra los atributos de una adicción que lo vuelve incapaz de resistir el acicate de ese vicio, el amor, y lo somete a sus dictados, con la secuela inevitable de la desventura. Aunque sería un disparate identificar al pie de la letra cada una de sus canciones con la vida del intérprete, sin duda la elección de los temas y compositores, a la que no fue ajeno, fundó el espacio de un gusto delineado con toda nitidez. En sus estados de ánimo y sus devaneos puede permitirse cualquier contradicción, pero jamás abandona el ímpetu pasional de los amantes, en las buenas y en las malas. Experto en decepciones, camina “entre fracasos” y esquiva “los zarpazos” que le lanza “el dolor”.

El tono autobiográfico le interesó de manera creciente, hasta ser casi un sello de la casa; suele insistir en el tono confesional y en la identificación o representación de un temperamento a través de sus temas y letristas. Desde este ángulo, resulta ejemplar la

canción sobre pedido que Rafael Pérez Botija tituló “Seré” y que el cantante llamó su “biografía artística”, donde dibuja un posible autorretrato:

Seré

quien todo lo dio por triunfar

dejando su vida al pasar

hecha pedazos

seré

un sueño que sí se cumplió

un hombre al que nadie domó

sólo los años [...]

un hombre que no pudo más

un viejo gavilán cansado...

DÍAS DE VINO Y ROSAS

Así, desde los vuelos de su inspiración romántica, José José dominó con ventaja el panorama. Mientras tanto, se consolidó como El Príncipe y al mismo tiempo se lanzó, de lleno y sin red de protección, a la vorágine del éxito, el torbellino de la vida bohemia que distingue su peculiar ascenso y caída.

En el paisaje histórico se halla el antecedente funesto de Díaz Ordaz, seguido por los sexenios y destrozos de Echeverría, López Portillo y De la Madrid como paisaje ineludible, para no ir más lejos. En las antípodas, su lírica opta por una salida al sentimiento, a la intimidad, la apuesta radical de los amantes que conmueve desde la superficie hasta lo más profundo de la piel y desde luego, el corazón. Más tarde será necesario afrontar los costos de cada renuncia y rendición sin condiciones, soportar el estigma de los amantes proscritos (años luz antes del free, libre de todo compromiso), ésos de los que ya casi no hay: los que dan rienda suelta a su capacidad de entrega incondicional, los elegidos por esta aptitud cada vez más escasa que ellos mismos reconocen, asumen o celebran como una aparición sagrada. En su arrebato, los amantes delimitan un territorio propio, se alejan del mundo colectivo o lo confrontan, pues “aquí sólo contamos tú y yo”. Es la certeza de un estado de excepción y gracia que transporta a sus oficiantes a una existencia alterna, prodigiosa, intransferible. Es la certeza de su canción “Almohada”: “Amor como el nuestro no hay dos en la vida”.

Durante el apogeo de su principado, José José consagra su disposición a jugarse el resto en cada lance, capaz tanto de resistir como de reincidir o desmoronarse de cara a las afrentas, los altibajos, el desencanto. Pero el consuelo es que su viaje siempre tiene boleto de regreso: un nuevo amor puede salvar una vez más el mundo. Entre tanto, vivimos en el sube-y-baja, el carrusel, la rueda de la fortuna, el volantín o la ruleta rusa que de pronto deposita a los elegidos —ya en el extremo opuesto de la gracia— en un estado de postración, vulnerables, inermes, pero eso sí: genuinos hasta la ignominia y alguna vez tocados —de modo inolvidable— por la fortuna y el hechizo del amor.

Víctimas y victimarios en rotación constante, en la rifa continua del tigre añorado. Con las letras perfectamente ad hoc de autores como Armando Manzanero, Rafael Pérez Botija y

Manuel Alejandro, la voz de José José logró un salto cualitativo. La balada le permitió un deslinde frente a los almidones del bolero, donde no se reconocían del todo las generaciones emergentes, sino las que entonces ya tocaban la puerta de la jubilación.

Así, en la agonía romántica encarnada por José José despuntó esa brecha generacional, acompañada o propiciada por una sensibilidad incipiente. Pese a la distancia y el relativo aislamiento, aquella juventud compartía, por otra parte, el aliviane juvenil, cosmopolita, que prosperaba desde los años sesenta con rock, hippies y comunas, en busca de una expresión más libre: en el caso de José José, una sexualidad más natural y una elocuencia renovada (“ya no soy ningún muchacho / sabes bien que te deseo”).

"Durante el apogeo de su principado, José José consagra su disposición a jugarse el resto en cada lance, capaz tanto de resistir como  de reincidir o desmoronarse de cara a las afrentas, los altibajos, el desencanto".

NOTICIAS DEL PARAÍSO

Con la fuerza de su sinceridad a quemarropa, más cómodo en la media luz, la intimidad y la alcoba, José José lanzó su gran apuesta por el sentimiento. No hacía falta sintonizarlo con el mundo ancho y ajeno pues se saciaba con su propia vehemencia, la voz de su pasión, acaso más genuina que las novedades del mundanal ruido. Su territorio fue esa recámara, ese lecho compartido sólo por quienes saben lo que es jugarse el todo por el todo, de espaldas (a veces) a la historia y la razón, porque nada es más poderoso para quien se confiesa “preso / de la cárcel de tus besos / de tu forma de hacer eso / a lo que llamas amor”. El requisito indispensable es la renuncia que desde otros ojos puede ser un motivo de condena, una forma de capitulación, como lo expresa con toda claridad una de sus frases emblemáticas: “el que ama no puede pensar / todo lo da, todo lo da”. Y como queda claro, todo es una palabra recurrente en José José.

Sus canciones más personales contienen un erotismo que trasciende el pudor (“entrar muy despacito por tu piel”) y se demora en la profusión descriptiva, más atenta al cuerpo y sus placeres. Así dispuso la sensualidad de sus canciones como una auténtica renovación: cierta franqueza liberadora que se atreve a decir su nombre o develar sus aficiones (antes impronunciables), mediante lo que entonces pudo escucharse como un abanico de audacias, añoranzas, descubrimientos y complicidades al filo del abismo, ya desde la promesa de un paraíso realizado, o bien desde la cruda del desengaño, el desamor y sus variantes infinitas.

[caption id="attachment_1023561" align="alignleft" width="1068"] Fuente > la3.80.3.65[/caption]

CUMBRES Y PRECIPICIOS

En la consumación de su personaje, el drama de José José tiene lugar casi frente a su público. Por fatalidad, elección o destino, sus amores, caídas, redenciones, alimentaron a lo largo de los años los chismes de la farándula. Lejos de ocultarse, confesó sus problemas de salud y dinero, dio incontables declaraciones públicas y proyectó su interés autobiográfico más allá de las canciones, al actuar y cantar una historia de sus andanzas en la película Gavilán o paloma (que no tiene la obligación de ser una obra de arte); ese interés lo llevó también a publicar su libro, Ésta es mi vida.

La lección fundamental postula ante todo que amar equivale a rendir la plaza, desbarrancarse, abrirse las venas y el pecho en los altares de ese paraíso que tiende a ser efímero y desembocar en los calabozos del abandono. Luego de alcanzar la fascinación más absoluta, los habitantes de ese paraíso deben reconocer tarde o temprano que “el amor acaba”, entre otras cosas porque “el sentimiento es humo / y ceniza la palabra”, según la letra de Manuel Alejandro como anillo al dedo. La situación se complica al constatar que en este pueblo sí hay ladrones y traidores, las apariencias no dejan de engañar y la fidelidad o la lealtad son monedas de cambio tan volátiles como las del bolsillo. Por eso, en algún momento José José es capaz de confesarse “tan infiel como un perfume de mujer”, echar alguna cana al aire y recurrir después a la “amnesia”.

Para lograr todos estos y otros efectos, hacía falta esa voz francamente privilegiada, aunada a la sensibilidad que —con sus compositores, sus letristas— consumó un repertorio formidable. Tal vez con los hallazgos de la intuición, José José diseñó la fórmula perfecta de su voz, una esfera definida por la intensidad erótica y el corazón hipersensible, entre cumbres y precipicios borrascosos. Siempre está al acecho la caída que en algún momento lo atrapa como a un inocente en plena novatada: el “aprendiz de seductor”, el gavilán transfigurado en paloma, impermeable al sarcasmo y la parodia, pues las verdades del corazón merecen nuestro respeto. Incrédulos, desalmados, herejes, favor de abstenerse; para ellos, el mismo José José anticipó la respuesta, cantada con todas sus letras de modo insuperable: “casi todos sabemos querer, / pero pocos sabemos amar”.