La sutil complejidad

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Foto: larazondemexico

1. UNA ALEGORÍA CIFRADA

En diciembre de 2018, nos reunimos en la Capilla Alfonsina Felipe Garrido, Adolfo Castañón y quien esto escribe, moderados por Javier Garciadiego, para sostener una conversación pública en torno a Peter Pan y Wendy (1911) y a su autor, James Matthew Barrie (Escocia, 1860-1937). El motivo de la convocatoria fue la traducción de la novela elaborada por Felipe Garrido y el rescate y la edición del Peter Pan. El niño que nunca quiso crecer, realizados por Pedro Henríquez Ureña, paráfrasis y traducción de la novela de J. M. Barrie, que Adolfo Castañón recuperó del periódico Mañana, donde se publicó en 1923. Ambos libros están espléndidamente ilustrados por Gabriel Pacheco, el primero, y Rodolfo Arana, el segundo; uno cuenta con prólogo de Garrido y otro, epílogo de Castañón.1 Ahora recupero parte de las notas elaboradas para la ocasión e incorporo nuevas consideraciones, sin dejar de ocultar mis temores a repetir los lugares comunes, pues la bibliografía publicada sobre Peter Pan y Wendy  ya integra una discreta biblioteca.2

Esa noche en la Capilla Alfonsina comencé mi intervención con esta confesión de parte: durante mi infancia no tuve el Peter Pan de J. M. Barrie, pero sí la versión fílmica de Disney. Con este lánguido argumento excusaba mis asombros ante un muy tardío descubrimiento, que la amistad con Adolfo propició. Desde semanas antes de aquel día de diciembre había venido leyendo y releyendo la novela y la versión parafrástica de Henríquez Ureña; cuatro meses más tarde seguía sin salir del entusiasmo, porque ese libro supuestamente es para niños y hoy, con mis sesenta y seis años de edad y luego de más de un siglo de su primera edición, reconozco su admirable vigencia, tanto para la perspectiva del niño, como para la del adulto. Con inteligente astucia, J. M. Barrie asumió innumerables riesgos en la construcción de su novela, porque si bien se apegó a las convenciones narrativas en aquel entonces vigentes de los libros-para-niños, también se distanció de ellas con el propósito de explorar la libertad imaginativa que reclamaban su gran protagonista, Peter, y los niños que lo acompañaban en esas aventuras ocurridas en el País de Nunca Jamás, donde dominaba el gran antagonista, el Capitán Garfio.

Como es sabido, el protagonista Peter Pan es una alegoría cifrada en una expresión: el niño que nunca quiso crecer, como en algunas ediciones se indica a manera de subtítulo de la novela. En dirección contraria, por ejemplo, el también alegórico Pinocho, creado por Carlo Collodi (Florencia, 1826-1890) entre 1880 y 1883, recrea la vida del títere de madera que tras un arduo rito de pasaje se convierte en niño. Entre ambos personajes —tan opuestos— se enmarca una idea de progreso vigente durante el último tercio del siglo XIX e inicios del XX en Europa. Entonces, el común de los niños padecía los múltiples y severos conflictos derivados de ese progreso, porque las familias estaban más ocupadas en ser parte de aquel progreso y beneficiarse de él, que en atender a los niños como tales. Por el contrario, más bien los explotaban como mano de obra o los dejaban a la deriva de la incuria, problema bastante extendido desde décadas antes en Inglaterra, como ya había mostrado Dickens.

Peter Pan, huérfano de madre, tenía una imagen de hombre/padre bastante negativa, porque observaba a los señores como su padre siempre ocupados-en-asuntos-importantes, los que permiten la sobrevivencia material. Agudo y perceptivo, J. M. Barrie imaginó al niño eterno, no por niño per se, sino por su cualidad imaginativa y por su arrojo, no obstante los riesgos no siempre advertidos —y menos con prudencia, cualidad muy complicada de adquirir. En estas líneas, cuántos patrones de conducta social y moral contextualizados.

"James Matthew Barrie imaginó al niño eterno, no por niño per se, sino por su cualidad imaginativa y por su arrojo, no obstante los riesgos no siempre advertidos —y menos con prudencia, cualidad muy complicada de adquirir.

2. NO CRECER, ¿MADUREZ MENTAL?

Peter Pan y Wendy ha trascendido por la sutil cualidad alegórica que nos permite a lectores de todo el mundo identificar la caracterización de los asuntos humanos de aquella modernidad del inicio del siglo XX, cuyos rasgos esenciales se han mantenido vigentes —no obstante su profunda y dramática transformación derivada de la Gran Guerra, que estallaría pocos años después. Visto con cuidado, J. M. Barrie no escribió una novela que buscara escapar de la realidad, sino una que la confrontara justo en la parte más vulnerable y, por ello, sensible: el reemplazo de nuestra imaginación e inteligencia en su etapa más temprana, para buscar las vías de hacerla productiva. Se ha reiterado que son rasgos de la personalidad de Peter Pan ser egoísta y soberbio, presumido y arrogante, astuto y atrevido, simpático y sensible,  intransigente en su voluntad de no crecer. Mientras, el Capitán Garfio es una suma de prejuicios y limitaciones derivados de carencias básicas en una etapa temprana de su vida, las que ha pretendido sustituir con autoritarismo y violencia. De ahí su agria envidia hacia lo que para él representa Peter Pan: la libertad de la juventud, como puntual y llanamente se lo dice.

El maniqueísmo intencionalmente acentuado, indispensable para la ejemplificación didáctica en función de los lectores infantiles o juveniles hacia los que naturalmente la novela se dirige, permitió al autor regular el péndulo que pauta el ritmo del relato, esa natural y permanente confrontación entre el bien y el mal. Articulado sobre tal recurso técnico y con Dickens al frente de una legión de novelistas europeos, el tema del maltrato a los niños se antoja infinito, pero hay un punto de quiebre: cuando concluye la edad infantil, para iniciar la adolescencia. Es el caso de Wendy, quien se confronta con el dilema que Peter Pan le formula con su decisión de no crecer. Así, ante la bifurcación de horizontes, cada uno elige el propio. Sin chistar, ella regresará a casa junto con los niños: dará continuidad a las normas del núcleo familiar, de la sociedad. Él ya había renunciado a esas normas, no a las que rigen la infancia, sino a las que vendrán después, como él mismo reconoce y admite. Aún siendo pequeño, escuchó en voz de sus padres cómo su porvenir tenía asignado un destino único: se debería ocupar en un trabajo para, así, pasar a formar parte de la cadena de producción para el beneficio del progreso —y de ese modo, se sobrentiende, anularse como persona.

Tal futuro asignado motivó su huida del núcleo familiar, esa representativa dimensión del mundo real regida por el péndulo del deber ser, el único que parece regir a todos los hombres dentro de las convenciones sociales y económicas pactadas. Por supuesto, la suya fue una elección radical: permanecer en el País de Nunca Jamás, sin las exigencias del tiempo inflexible ni las normas preestructuradas para convertirse en ese tipo de hombre bueno y productivo. En la perspectiva de los padres, es decir —reitero—, de las convenciones sociales y económicas vigentes, esa riesgosa renuncia conllevaría el no-crecimiento, como se lo hicieron ver a Peter Pan. Desde esa perspectiva, la consecuencia es precisa: sólo podría convertirse en un marginado social y, naturalmente, quedaría fuera del mundo de los adultos, los hombres de-bien. En efecto, por decisión propia, él se relegó al País de Nunca Jamás.

Durante décadas esta alternativa ha generado polémica. Considero que la  decisión de no crecer es muestra emblemática de su enorme madurez mental: al renunciar a las convenciones y seguridades del trabajo productivo, estructurado y mandatado por la noción de progreso, eligió los riesgos de la libertad, la imaginación y la fantasía o, en una dimensión axiológica, eligió ser. Ésa es la legítima elección de Peter Pan, porque la sobrelleva durante dos generaciones (en el tiempo interno de la novela) y siempre es consecuente con ella, sin atisbos de un posible cambio. El problema de esta decisión en aquel inicio del siglo XX es la sobreexplotación de la mano de obra, lo único que se valoraba del hombre común, el carente de tanto, en particular de los afectos humanos.

"Peter Pan sólo podría convertirse en un marginado social y quedaría fuera del mundo de los adultos, los hombres-de-bien... por decisión propia, él se relegó al País de Nunca Jamás".

3. EL SÍNDROME DE PETER PAN

Atiendo este aspecto porque se ha convertido en un tópico del que han abusado la pedagogía, la psicología y el psicoanálisis, al punto de crear el síndrome de Peter Pan, por el valiente acto asumido para sí mismo: la voluntaria decisión de no crecer, que se ha in-terpretado como falta de madurez de la persona. Curiosa y contradictoriamente, en tal parcialización de la novela de J. M. Barrie, a conveniencia se ha omitido la importante función del Capitán Garfio, la obvia y natural antípoda de Peter Pan (sujeta a la convención narrativa dentro de este tipo de literatura didáctica). Como debe ser según la norma, a Garfio se le anuló como referente, a pesar de su enormísimo valor dentro de la novela, porque el mal no puede ser modelo de nada. En otras palabras, como tópico, al arquetipo (Peter Pan) se le ha reducido a su sola decisión de no crecer (ergo, la perenne puerilidad, que anularía su esencial cualidad de arquetipo), mientras al tipo (Capitán Garfio), mejor ni considerarlo, no obstante actuar como la indispensable contraparte referencial del arquetipo. Recordemos el mandato ya referido: el destino asignado a Peter por los padres tenía sólo dos horizontes, el padre mediocre y ausente pero bueno (según ella), o el pirata malo pero exitoso (según el propio Garfio, tan falto de autocrítica).

Ante ese estrecho porvenir vital propuesto, expresamente pautado por el péndulo que acosa a Garfio, Peter Pan sólo puede renunciar a crecer según la norma paterna, porque contra ella pelea encarnizadamente. Así lo ilustra J. M. Barrie: cuando los archirrivales se enfrentan con los filosos aceros, Peter hace “gala de buena educación” —según la perspectiva de Garfio. Inesperadamente éste le pregunta “quién y qué eres”; Peter responde: “Soy la juventud, soy la alegría... soy un pajarillo recién salido del cascarón” (FG, 196).

[caption id="attachment_1038341" align="alignright" width="271"] Fuente: uihere.com[/caption]

En tan breve e intensa confrontación entre los metales de la daga y la espada, y ante los ojos de los Piratas, Garfio sólo estaba atento a la gestualidad exterior  —de la cual carece, aunque la anhela, como ilustra su muy hostil maltrato hacia los Piratas— porque reparó en los “modales” de la “buena educación” de Peter. Esperaba doblegarlo y, así, exhibirlo: “quería ver a Peter dar muestras de mala educación” (FG, 196). Sin embargo Peter se burla de la fuerza de Garfio y de su persona —doble humillación— en el acto decisivo: lo orilla hasta el borde del barco, esquiva la espada y tras un sagaz giro le da una patada en el culo, que desconcierta a Garfio y hace que tropiece y caiga al agua, donde el cocodrilo lo espera.

Con una confrontación de esta naturaleza, me resulta difícil aceptar el supuesto síndrome como cualidad única del mito a conveniencia cifrado en Peter Pan, según los especialistas en la ciencia de la conducta. Considero que su decisión de no crecer obedece a una necesidad: vivir la vida sin las ataduras a normas —más cuando son rígidas y enfocadas sólo a fines utilitarios o rentables, como percibió en la conversación de sus padres sobre su porvenir. Más aún, en los últimos dos capítulos, “El regreso a casa” y “Cuando Wendy creció”, es posible observar cómo la voz del narrador toma cuerpo y sugiere un problema: para los niños Wendy, John y Michael, su regreso a casa generará “una lección de ética, de moral, la cual les ha hecho falta desde que los conocimos” (FG, 203). Sin embargo, ¿acaso esa lección no es para los padres, quienes no comprenden lo mucho que se enriquecieron, o para los hijos, para quienes a esa edad es prematura la capacidad de juicio? El narrador muestra que entre los padres y los hijos hay un sí es no de culpabilidad en ambas partes, porque ni los padres cumplieron bien su función, ni los hijos fueron consecuentes con las lecciones recibidas; de ahí la turbación de los dos lados. Cuando desde afuera de la casa Peter Pan observa a través de la ventana la escena de felicidad por el rencuentro, hace conciencia de una verdad:

Él había tenido innumerables alegrías que otros niños jamás llegarían a conocer, pero lo que estaba contemplando en ese momento por la ventana era la felicidad que jamás podría alcanzar (FG, 212).

Si el dilema de Peter se resolvió en parte con el reconocimiento de su orfandad, quedaba pendiente el dilema de Wendy —su admiración y hasta amor por él. Para ello, tras analizar la primera versión de su novela, J. M. Barrie introdujo un capítulo final, “Cuando Wendy creció”. Es una discreta y sensible manera de sintetizar la historia de vida de Wendy, quien al convertirse en madre olvida tanto a Peter como la aventura en el País de Nunca Jamás; es decir, borra su infancia. Entonces se hará el cuestionamiento directo a la versión positiva de la realidad, en donde por principio se cancela la posibilidad del mundo aparte que representan la fantasía y la imaginación, ligadas al deseo. A pesar de que Wendy borra aquel vital episodio de su infancia, ella no sería la mujer que es con su hija, sin esa intensa visita al País de Nunca Jamás:

—Los queridos días de antaño, cuando podía volar [comenta Wendy a su hija].

—¿Por qué ya no puede volar, madre?

—Porque ya crecí, mi amor. Cuando la gente crece olvida cómo se hace.

—¿Por qué lo olvida?

—Porque ya no son alegres, ni inocentes ni insensibles. Sólo los que son alegres, inocentes e insensibles pueden volar (FG, 223).

4. LOS OTROS PERSONAJES

No podemos reducir el mito moderno, que se cifra en el personaje Peter Pan, a la sola negación a crecer. J. M. Barrie va más lejos, porque la figura de los padres que nos sugiere —explícita o tácitamente— no sale bien librada. Las razones son claras: A. Ellos no sólo no estimulan la fantasía ni la imaginación, sino incluso la limitan con el pretexto de vivir en la realidad; B. Entre ellos disputan sus propias creencias y prácticas, más cuando están en función del porvenir deseado para los hijos; C. Viven el día a día del aquí y ahora, sin mostrar con su ejemplo cómo y cuál es su personal deseo de porvenir, más allá de resolver las necesidades básicas; D. Los hijos no perciben en ellos nociones o gestos de amor, amistad, solidaridad, riesgo, aventura, novedad. Su vida transcurre regida por la más cruda realidad material, mientras en los niños esas nociones son expresiones vivamente espontáneas y cotidianas, como ilustran los juegos que inventan; E. Cuando los niños viven la fantasía asumen riesgos, actúan con arrojo y están en disposición de dejarse sorprender por la aventura: descubrirán una incipiente estructura axiológica, como ilustra el péndulo entre el bien y el mal, que pasado el tiempo se fortalece o se diluye.

¿Qué decir del Capitán Garfio? Sólo es la mitad del País de Nunca Jamás. En la fantasía es la versión mejor acabada del mal; la antípoda perfecta de Peter. Es decir, con su generosa grandilocuencia, Garfio representa lo más hostil y vulgar de la realidad, que ni siquiera en el peor de sus momentos los padres de Peter ni los de Wendy y sus hermanos podrían recrear. Los Piratas también son las víctimas perfectas del perverso Garfio. En sentido contrario, los Pieles Rojas y en particular los Niños Perdidos, sometidos también por la realidad, encuentran en Wendy y Peter Pan un bálsamo: les cuentan cuentos, estimulan su imaginación, viven con ellos la fantasía de las casas subterráneas y de estanques con sirenas. Queda pendiente el cocodrilo: se trata del mal que sólo aterroriza al malvado Garfio, pues a nadie más ataca. El simbólico tic-tac que lo distingue es la pauta pendular que rige la fantasía. Todas las aventuras concluirán tras el duelo cuerpo a cuerpo entre Garfio y Peter. Luego de dos o tres lances y una burla, el Capitán resbala y cae al agua, donde el cocodrilo acaba con él.

"Si el dilema de Peter se resolvió en parte con el reconocimiento de su orfandad, quedaba pendiente el dilema de Wendy —su admiración y hasta amor por él".

De esta manera, el autor de la novela cierra el círculo del conflicto, cuyo origen en el País de Nunca Jamás fue una pelea entre Garfio y Peter. En aquel entonces, en defensa propia, Peter le cercenó el brazo, que el cocodrilo devoró con todo y reloj. De aquí parte el núcleo del mal y de la trama completa de la novela: el afán de venganza permanente de Garfio. Peter, más astuto, hábil e inteligente —porque usa su inteligencia, destreza y sensibilidad de manera adecuada—, acepta el reto de Garfio y muestra cómo puede humillarlo (su noción de buena educación es digna de burla) y vencerlo (su manejo de la espada es torpe y la habilidad de sus pies resulta lerda). Complementaria a esa aguerrida confrontación está la rivalidad de amores que siente Campanita ante Wendy; la solución que ofrece J. M. Barrie es del todo contraria a la violencia. Se trata más bien de una prueba de amor: para salvar a Peter Pan de la muerte por el veneno que Garfio depositó en la medicina de su rival, Campanita la bebe y así muere con el fin de salvarlo.

En estos dos grupos de episodios, Peter Pan muestra y demuestra con largueza cómo su elección de no crecer no está reñida con una noción universal de bien, solidaridad, entrega y, sobre todo, integridad consigo mismo. Su código ético es nítido, normado por la clásica triada de Uno, Bueno y Verdadero. Con todo esto de por medio, me pregunto si la decisión de Peter Pan de no crecer es un obstáculo para ponderar con prudencia y actuar con diligencia cada resolución. Aunque parece un juego de fantasía, porque disfruta hacer lo que hace y sus acciones son respuesta franca a las hostilidades de la realidad; aunque es un niño, porque juega y fantasea, actúa como una persona madura, responsable, cuyo esquema de valores está perfectamente articulado y lo emplea con precisión. Una virtud más: Peter disfruta la vida sin rencores.

Notas

1 J. M. Barrie, Peter Pan. El niño que nunca quiso crecer, Felipe Garrido (traducción y prólogo), Nostra Ediciones / Secretaría de Cultura, Colección Clásicos Ilustrados, México, 2017. Citaré FG y número de página; J. M. Barrie, Peter Pan, Adolfo Castañón (epílogo), Bonilla Artigas, Col. Asteriscos, México, 2018. Citaré AC y número de página.

2 Con motivo del centenario de la primera edición de Peter Pan y Wendy, María Tatar preparó una edición crítica conmemorativa que incluye amplia información en torno a la obra y el autor además, por supuesto, de la publicación de la novela e innumerables ilustraciones, fotos y una generosa bibliografía. También está la edición de W.W. Norton & Co. Inc, publicada en 2011 en Nueva York. La edición española realizada en Madrid por Ediciones Akal, 2013, fue traducida por Axel Alonso Valle.