Poco tiempo después de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), los artistas de ese país respondieron a la crisis, inflación, desempleo, aislamiento y humillación nacional con un movimiento cultural, el expresionismo, que intentaba hacer que la memoria de las atrocidades de la guerra se mantuviera presente y vibrante en las artes y la literatura. Para ello echaban mano del horror, lo grotesco, lo exagerado y lo repulsivo con la intención de imprimir miedo al público y vergüenza a los intelectuales que colaboraron con las ambiciones militares o que no pudieron prever las consecuencias. El final de ese conflicto mundial también coincide con la pandemia de influenza. Esas tragedias influyeron obras maestras del cine alemán como El gabinete del Dr. Caligary (1919) de Robert Wiene, Metrópolis (1927) y M (1931), ambas de Fritz Lang, y por supuesto Nosferatu, de F. W. Murnau (1922). Estas películas anuncian la crueldad y los horrores del autoritarismo por venir, y exponen a los asesinos inhumanos que se paseaban entre nosotros. El zombi, el robot criminal, el asesino de niños y el vampiro son aptas metáforas del nazismo y el fascismo.
A poco tiempo de la reelección de Donald Trump, mientras el mundo apenas sale de la pandemia del Covid, se estrena una nueva versión de Nosferatu, en este caso dirigida por Richard Eggers, un cineasta que ha retomado elementos del folclor y la mitología con obsesiva precisión histórica y estética para crear tres películas fabulosas: La bruja (The Witch, 2015), El faro (The Lighthouse, 2019) y The Northman (2022). Podemos pensar que se trata de una coincidencia, pero en el tiempo en que un genocidio tiene lugar ante la indiferencia del mundo y el planeta arde, es imposible no imaginar que esta obra sea un anuncio de los terrores que nos acechan.
LA CINTA ES UN REMAKE DE LA OBRA DE MURNAU, que a su vez celebra a la versión de Werner Herzog (1979), al Drácula (1932) de Tod Browning e incluso al Drácula de Bram Stoker (1992) de Francis Ford Coppola. El agente novato de bienes raíces, Thomas Hutter (Nicolas Hoult), es enviado en 1838 por su compañía a Transilvania para firmar el contrato de compra del conde Orlak (Bill Skarsgard absolutamente sorprendente) de una propiedad dilapidada en Wisborg, Alemania (antes de la unificación), ciudad donde viven Thomas y su esposa Ellen (Lily-Rose Depp fabulosa). Ella intenta convencerlo de no aceptar ese trabajo, pero él la ignora. La diferencia esencial de esta versión comparada con la original (que es una copia no autorizada de la novela de Stoker) es que aquí vemos en la introducción del filme a Ellen, años antes de su matrimonio, hacer un llamado a los seres de la noche que encuentra respuesta en una voz misteriosa que sella su destino. De esa manera se invierte la relación entre el vampiro y la joven. Es ella quien lo invoca y su viaje es el resultado de ese llamado. En la versión original Orlak descubre a Ellen por la foto en el medallón que lleva Thomas. Deseo, amor, blasfemia y piedad se fusionan para mover la maquinaria del horror.
Ellen queda al cuidado de Friedrich Harding (Aaron Taylor-Johnson) y su esposa Anna (Emma Corrin) quien está embarazada y tiene dos hijas pequeñas. El encuentro con Orlak es una experiencia aterradora no sólo por tratarse de un imponente monstruo en aparente descomposición (siguiendo la tradición vampírica eslava y balcánica) cuya voz parece ser un eco telúrico que retumba en los muros, sino porque Thomas descubre la obsesión que tiene por su esposa y que el verdadero motivo de su viaje es apropiarse de su cuerpo. Si en la cinta de Murnau, Orlak llega a Londres acompañado de la peste, desatando muerte y desolación con la intención de conquistar el mundo de los vivos, aquí su intención es romántica y eso da lugar a un triángulo amoroso.
Ellen se pregunta: “¿El mal viene de dentro o de fuera de nosotros?” ¿Es ella responsable de la tragedia o ésta era inevitable de cualquier manera? Eggers no arriesga una respuesta. El profesor Von Franz (Willem Dafoe en una adaptación del papel de Van Helsing) trata de confrontar la superstición con la razón, especialmente al criticar los rancios tratamientos a los que someten a Ellen: narcotizarla con éter, atarla a la cama o ceñirla con un corsé para curar su histeria y ataques epilépticos. Las contorsiones, convulsiones y coreografías maniacas (inspiradas en el Butoh) que realiza Depp son de las mejores expresiones de una posesión que se han visto en el cine. Von Franz postula que quienes han enfrentado a la oscuridad son los más capaces de derrotarla, por tanto será ella quien pueda vencer al vampiro.
EGGERS PREPARÓ ESTA PELÍCULA durante una década y en ella fusiona el horror gótico con un romanticismo decimonónico, recreando con gran detalle y precisión el vestuario (es notable, en particular el uniforme que lleva Orlak), la arquitectura y costumbres de la época. La fotografía oscura, casi monocromática, con colores pálidos, de Jarin Blaschke, recurre a eventuales evocaciones a la pintura de Caspar David Friedrich. La música espectral y fantasmagórica de Robin Carolan, el denso y complejo diseño de producción de Craig Lathrop y la audaz edición de Louise Ford, que permite hacer fluidas transiciones entre la realidad y la alucinación, son fundamentales para crear una atmósfera de angustia y de inminencia de cataclismo. Eggers se negó a reproducir las tomas de la cinta de Murnau, pero se mantiene relativamente fiel a ese relato con la excepción de algunos elementos, como la brutal y ruidosa manera en que el vampiro se bebe a sus víctimas no por el cuello sino por el pecho.
El hiperrealismo de la ambientación se extiende a la represión sexual de la época que padece Ellen, que la motiva a buscar satisfacción entre las sombras y es así como se da la conexión psíquica con el vampiro. Ellen como Thomasin en La bruja, y Winslow y Wake en El faro, sucumben al llamado de fuerzas sobrenaturales que entrelazan deseos sexuales, transgresión y muerte.
Una de las principales aportaciones de esta versión consiste en convertir a Ellen en el personaje principal. Es a través de la agonía de la joven que percibimos el drama. Eggers dice no estar interesado en la política, sin embargo la historia carga un legado de antisemitismo clásico y trata acerca de la amenaza de la corrupción de la sangre y la tierra debido a la inmigración proveniente del este (o del oriente) e incluso presenta al negocio inmobiliario como un oficio depredador y sangriento. El cine de vampiros es usualmente un género parasitario en el que cada nueva película se nutre de sus predecesoras. Eggers parte de ese legado fílmico, pero se vale de otras fuentes de inspiración y de esa manera ha creado un filme de una belleza sobrecogedora, intenso y cargado de una inquietante energía erótica que con un estilo neoexpresionista anuncia una nueva era de horror.
