ISRAEL Y PALESTINA
¿Quiénes seremos los israelíes y los habitantes de la Franja de Gaza cuando llegue a su fin esta larga y cruel guerra? La memoria de las atrocidades que los dos pueblos han cometido el uno contra el otro seguirá ahí por muchos años, sólo que todos tenemos bien claro que en cuanto Hamás vea la oportunidad se apresurará a cumplir con lo que expresa abiertamente en su Carta Fundacional: el deber religioso de destruir Israel.
¿Cómo se podría entonces firmar un acuerdo con semejante enemigo?
Sin embargo, ¿tenemos otras opciones? Los palestinos harán su propio examen de conciencia. Yo, como israelí, me estoy preguntando qué pueblo seremos cuando acabe la guerra. ¿Cómo lograremos gestionar nuestra parte de culpa —si es que llegamos a ser capaces de reconocerla— por lo que le hemos hecho a los palestinos inocentes, por haber matado a miles de niños y destruido tantas familias? ¿Cómo aprenderemos –para nunca más ser sorprendidos– a vivir una vida plena en el filo de la navaja? ¿Cuál será el precio que nos exigirá una vida de tensión y sospecha perpetua, de miedo eterno? ¿Cuantos de nosotros decidiremos que no queremos o no estamos dispuestos a llevar la existencia de un eterno soldado espartano?

Tres bajistas que ya no están / III
David Grossman, “Hogar o fortín. El desastre de una gran negligencia”, 1 de marzo de 2024 en El precio que pagamos, selección de Eva Cossée y Christoph Buchwald, trad. del hebreo de Ana María Bejarano, Debate, 2024.

PRUDENCIA
La prudencia del gobernante es la virtud cardinal del político para Aristóteles. En la Edad Media se llamaba “prudente” al buen rey. Sin prudencia, cruelmente ausente en las democracias modernas, lo mismo entre los dirigentes que entre las masas, es imposible el buen gobierno. […] precisamente, en el propósito de evitar el peligro del despotismo el único remedio conocido [es]: la democracia. Cierto, la democracia también puede ser tiránica y la dictadura de la mayoría no es menos odiosa que la de una persona o un grupo. De ahí la necesidad de la división de poderes y del sistema de controles. Pero las mejores leyes del mundo se convierten en letra muerta si el gobernante es un déspota, un hombre que domina a los demás porque es incapaz de dominarse a sí mismo. Repito: una política secular realista combina la modernidad democrática con la vieja y tradicional virtud de la prudencia.
Octavio Paz, Vislumbres de la India, Seix Barral-Biblioteca Breve, 1998.
DOS GENIOS CON HUMOR
En una reunión en la que coincidieron Albert Einstein y Charles Chaplin, el científico le dijo al famoso actor: “Usted es extraordinario”. Cuando éste le preguntó por qué, Einstein respondió: “Porque usted pasa una hora haciendo cosas sin decir una palabra y todo el mundo lo entiende”, refiriéndose a las películas de cine mudo de la época. Chaplin rió y replicó: “Es cierto. Pero usted es aún más extraordinario que yo”. Cuando Einstein quiso saber la razón, el intérprete contestó: “Porque usted pasa una hora hablando de física cuántica y nadie entiende nada”.
Manuel Sans Segarra, La supraconciencia existe. Vida después de la vida, Planeta, 2024.

LO PENOSO DEL ESFUERZO
“El genio es fruto del esfuerzo”, dice el proverbio, pero también el talento debe valorarse como una joya pues de otro modo corremos el riesgo de quedarnos sin conocerlo. Esta puede ser una sabia sentencia, adecuada para una sociedad cuya finalidad es el éxito. El hombre se esfuerza sin tregua en su competencia con los otros para demostrar la propia fuerza y el propio valor, es decir, para ganar. Los japoneses, sobre todo, jamás hemos dudado del valor del esfuerzo.
El esfuerzo [para los nobles ingleses] es despreciado porque significa el cruento empeño de quien, desprovisto de dinero y de poder social, no tiene otro medio más que éste para llegar a ser reconocido […].
Pero el mayor tormento no es trabajar. La tortura más dolorosa e innatural es la que sufre quien, a pesar de tener talento, se ve obligado a no usarlo o a emplearlo en una medida inferior a sus posibilidades. El ser humano posee una naturaleza extraña: se siente vital sólo cuando puede dar el mayor vuelo posible a su capacidad. En nuestra sociedad, quien deposita su ética en el esfuerzo no se da cuenta casi nunca de la tortura especial a la que esa ética somete a quien posee cierta capacidad, obligándole a usarla parcialmente y con un ritmo más lento del que él es capaz de llevar. […] En este aspecto se manifiesta la otra cara hipócrita de una sociedad que basa su ética sólo en el esfuerzo y en la construcción, es decir, una sociedad que obliga al ser humano a realizar lo que le resulta más penoso.
Yukio Mishima, Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis, trad. Martin Raskin Gutman, Palmyra, 2006.

UN CUENTO FANTÁSTICO
Hacia 1947 yo era secretario de redacción de una revista casi secreta que dirigía la señora Sarah de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera en diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una que el manuscrito estaba en la imprenta; otra que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula “Casa tomada”. Años después, en París, Julio Cortázar me recordó ese antiguo episodio y me confió que era la primera vez que veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra. […]
Jorge Luis Borges, “Un cuento de Julio Cortázar”, Excélsior, 4 de abril de 1984.
MONTERROSO VIAJERO
A lo largo de los treinta y dos años y dos meses que fui su mujer, puedo afirmar que Monterroso y yo (por su iniciativa) nos la pasamos viajando. Desde recién nacida y en adelante nunca, nunca, me atrajo ni me gustó viajar. Siempre acepté, a pesar del miedo que rayaba en pánico:
- Si ves una silla siéntate;
- Si ves un taxi, tómalo;
- Si ves un baño, úsalo;
- Nunca rehúyas una invitación a comer y, menos, a beber;
- Nunca le hagas el feo al hotel en que tus anfitriones te hospeden;
- En los congresos literarios, al bajar del avión y reencontrarse con la recepcionista, Monterroso, a la vez que vistosamente se llevaba una mano al bolsillo interior izquierdo del saco (vacío, por otra parte), se acercaba a uno, a otro, de sus variados y amados colegas y les preguntaba: “A ti ya te dieron el sobre para tus gastos?” Atónitos, resentidos, sin aliento y menospreciados, le contestaban, uno tras otro: “A mí todavía no” y se miraban entre ellos;
- La víspera de regreso a casa, a Monterroso le fascinaba darse un baño de tina (siempre que la hubiera en el hotel): qué placer, qué satisfacción, qué gusto irradiaban de la expresión de sus ojos, de su sonrisa. ¡Memorable Monterroso! ¡Inolvidable!
Bárbara Jacobs, “Principios de viaje de Monterroso”, De la mano a la luz, Ediciones Era, 2024.

