Amorcito corazón

OJOS DE PERRA AZUL

Amorcito corazón
Amorcito corazón Foto: Cortesía de la autora

Nunca le he temido a la oscuridad. De niña, podía deslizarme por la casa a medianoche, recorrer los pasillos en penumbras, ir de una habitación a otra sin sentirme amenazada por las tinieblas que aparecían ante mis ojos. Aprendí a hablar con las sombras, me susurraban sus misterios en un lenguaje secreto. Tampoco me daban miedo los monstruos, ni las brujas o payasos. Sus facciones exageradas, narices, orejas y ojos desproporcionados, las voces impostadas me parecían más cómicas que espeluznantes. Las feroces bestias del bosque me fascinaban. Mi fantasía no era huir de ellas sino perseguirlas, perdernos entre el verde denso de las montañas, bailar una danza con el lobo feroz. Nunca creí en el peligro del tenebroso robachicos, quien por portarme mal y desobedecer me metería en su costal para venderme. La idea de quedar huérfana de padre y madre no me asustaba, aunque me entristecía. Sin embargo, pensaba que sería una oportunidad para vivir sola, no asistir a la escuela, comer dulces todo el día y salir con mis amigos sin tener hora de llegada. Que dios me castigara y me enviara al infierno no era motivo de angustia, nunca he creído en su existencia.

Lo que me ha aterrado desde siempre es que alguien me rompa el corazón, que se quiebre en mil pedazos. Eso sí me asusta de verdad. Es un miedo distinto, irracional, sin lógica aparente. Nudo que habita en mi interior, me paraliza, abarca todo el cuerpo e invade el pensamiento. Se enreda en mis entrañas, corre por mis venas. El terror a entregarme a una pasión que me consuma se adhiere a mi piel, está incrustado en la médula de mis huesos.

EN ALGUNAS OCASIONES HE PENSADO entregarme al otro, intentado confrontar el pánico a un romance arrollador, pero fracaso una y otra vez. Se siente como atravesar aquellos corredores nocturnos de la infancia, regreso temblando al otro extremo para encender la luz. Lo he disfrazado, puesto máscaras como a los adefesios y los ogros de los cuentos, sólo para confirmar que ese espanto no es un juego de apariencias sino algo más profundo y primitivo, enraizado en mi historia. Es un abismo sin fondo. Por eso, prefiero no involucrarme en relaciones amorosas para evitar la traición, el abandono o la decepción que me llevarían directo una miocardiopatía fatal.

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Este 14 de febrero decidí ser valiente y enfrentar la experiencia en carne propia. Llamé a mi enamorado en turno, le pedí que no me mandara rosas rojas, ni globos ni peluches, mucho menos chocolates. En cambio, le propuse que nos despojáramos de todos los prejuicios y que nos entregáramos por completo el uno al otro, sin límites, totalmente, sin temores al desastre sentimental. Me contestó que ya tenía fragmentado el corazón, que ni el más potente pegamento podría recomponerlo y que buscara a otro para mi experimento.

De manera que, querido lector, estoy abierta a quien se atreva al dulce asesinato de mi tormentoso y endurecido corazón. No prometo nada porque yo tampoco creo en el amor que en estos cursis días se festeja falsamente en columnas como ésta. Forever love.

*Eres el rumor de mi vida.

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