El albur: la alegría del idioma

El poeta y ensayista Jorge Luis Darcy recientemente estrenó libro: El albur: la alegría del idioma. A la larga te acostumbras, en donde define a este juego de palabras de doble sentido como una expresión del lenguaje y afirma que el albur logrado debe siempre confluir en risa, nunca en ofensa. Agradecemos a la Universidad Autónoma de Nuevo León su permiso para publicar “El hechizo de la espiral”, uno de los capítulos finales de este cultivado y divertido libro

El albur: la alegría del idioma
El albur: la alegría del idioma Foto: El Cultural

Vivaracho, locuaz, observador y, sobre todo, oyente, el albur sabe, como todos los teóricos del humor, que lo congruente sirve para manifestar el razonamiento del ser, pero no es terreno apto para la comicidad. Es menester devastar el significado incuestionable para limpiar el área de dogmas; y, desde ahí, hacer las transacciones verbales. Destruir para construir. El albur intuye y opera en concordancia con el hecho de que el humor relativiza el poder. Debe ser por ello que, en una sesión en el Congreso, cuando un diputado señaló a un colega de ratero, el inculpado lo encaró diciéndole: ¡Ah sí!, pues ahora me lo sostienes y me lo pruebas, reduciendo al otro a la defensiva.

En su ensayo La risa, Bergson lo deja claro: “lo cómico, para producir todo su efecto, exige una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura”. Por otra parte, Freud hace lo propio y postula aquello de que todo chiste en el fondo esconde una verdad, por tanto, deduce: “[…] que el chiste es uno de esos mecanismos para hacerle frente a la represión social, cultural o individual que nos genera displacer o neurosis”. Samuel Taylor Coleridge sentencia: “a ninguna mente bien organizada le falta sentido del humor”. El albur colinda con todos estos postulados, mas no define su punto de vista; en buen momento, ha evitado la religión de la Academia. No se le antoja transitar por ese espacio amable y presupuestario de alguna institución gubernamental, cuyos directores pensarían, más que “hacer un favor al cuidado de la tradición”, disfrazar su falta de talento.

Esta empresa anónima del albur no necesita de la santificación oficial, en todo caso, se atiene al postulado ejemplar de Gandhi: my life is my message.

HECHIZO DEL LENGUAJE: el albur mejora el ingenio repentista, basado en la palabra eficaz en un acomodo sintáctico. Y por ello supera lo unívoco al desdoblarse por los mares abiertos de la multiinterpretación; ahí donde el tardo ve solo blanco o negro, o peor, no ve nada. Enriquece el idioma, en oposición a todo aquello “políticamente correcto” que tiende a delimitarlo y, por tanto, a empobrecerlo. La locución Va a entrar el yate comunica una acción mientras que el yate va a entrar, es más efectivo lingüística y conceptualmente. Te ríes, y eso da luz verde para que circule; y si no provoca risa jamás se podrá entender como una ofensa, puesto que la acción principal de está haciendo su entrada el yate es comunicada en ambas expresiones. Si alguien entiende otra cosa, es que cayó en la embestida del albur y, por tanto, también supone el inicio de una penetración sexual. Este fenómeno había que abonarlo a la elasticidad del idioma, pero sobre todo a esa mente receptora del mensaje que, por un lado, advierte el doble sentido y en otro es cooptado por la corrección política. No hay manera de reclamar. Después de saber la edad de una mujer en específico y considerarla mayor, se lanza la muletilla: entonces su papá ya es grande. Si ella ya tiene una edad avanzada por lógica su padre ya está grande. Listo. Si además de eso, alguien escucha el calambur su papaya es grande, y concibe la papaya, su interior, como símil de la vulva, entonces deberá atenerse a lo impropio de sus interpretaciones. No hay con quien quejarse.

Lo políticamente correcto es un convencionalismo social en apariencia no negociable. Se ha posicionado con sus aristas, añadidos, trampas, beneficios y desventajas. Pero creo que del mismo modo en que el albur superó el tabú, más identificado con el fuero interno, así también sobresale entre estos argumentos de la corrección política. El humor suscitado de la creación-descubrimiento de este juego de palabras, hace que todo pueda ser visto como un accidente del lenguaje en el que hemos caído; cada quien en plena libertad, en tanto residente de la polis, decidirá si lo disfruta o lo padece. Una vez tomada esa decisión, el albur se ajusta al civismo y la convivencia. No insiste, puesto que si causó gracia, hay que saber luego callar y gozar el juego; si causó irritación, con mayor juicio hay que serenarse. Si alguien es recriminado por consumir tanta comida chatarra, este responde al criticón: mira, tú eres feliz porque comes sano; déjame comer lo que yo quiera. Fulminado y a continuar rutinas.

LO POLÍTICAMENTE CORRECTO ES UN CONVENCIONALISMO SOCIAL EN APARIENCIA NO NEGOCIABLE. SE HA POSICIONADO CON SUS ARISTAS, AÑADIDOS, TRAMPAS, BENEFICIOS Y DESVENTAJAS.

HEREDAMOS LA LINEALIDAD occidental del progreso. Su camino no es ligero, pero sí excluye siluetas, desviaciones, contratiempos. Con nuevo idioma, religión y costumbres, nos fue impuesta la moral rectilínea, que coliga la desmesura con ausencia de razón. Al caminar esa vía nos volvemos partidarios del conocimiento como el gran maestro a seguir.

Pero nuestro regusto por lo indeterminado, exagerado y mudable, se perpetuó. Adoramos la madrépora y todas las representaciones que se le asemejan. Por eso, bien afirmaba la doctora Helena Beristáin que el albur es una expresión tardía del barroco. Seguimos obedientes de dicha linealidad, aspiramos a la reflexión lo mismo que a la precisión de la técnica, las veneramos y validamos. Que en esas y para esas vigilancias, cultivamos nuestra

descendencia y se aconseja su larga vida; pero abrazamos el albur por ambiguo, sus chingaderas, cuentecillos, obstinaciones, ocurrencias, sus bien logradas metáforas. En ese aceptar-rechazar, educarnos-malcriarnos, provocar-conciliar, aclarar-confundir, se advierte una doble moral que un doble sentido en el lenguaje certifica y legitima.

LO QUE HA HECHO EL ALBUR es perfeccionar la espiral de su expresión. Llama la atención lo terriblemente juntos en que los opuestos conviven en una celda de gustosas palabras bien estructuradas. También su parquedad da risa, lo lacónico como sinónimo de inteligencia por sobre el enredo de lo cotidiano. —Qué bien bailas… —y cojo… —Si llegas temprano, agarra mesa; si llegas tarde, te sientas en la barra. —¿Cuántas plumas tiene el pájaro? —Setecientas. La circunvalación es perfecta. No hay escapatoria: agresión-simpatía, claridad-ambigüedad, heterosexualidad-homosexualidad, cálculo-ocurrencia, engaño-realidad, Sí-No, sino del albur. (Le pregunté a un hombre de letras, serio en su creación, qué pensaba de un estudio sobre el vocablo verga, su respuesta fue contundente: —Siéntate y te lo resumo).

La ingeniosidad verbal es el trago de agua, el respiradero, la reacción que afronta y esquiva. Por eso, si al hijo más pequeño de Javier Solís lo conocen como Solisito el chico, de la misma manera que al hijo menor del Señor Mendoza lo llaman Mendoza el chico, el gran poeta hace suya esa lógica, se incrusta en la tradición y apunta que al hijo más pequeño de Gerard Piqué lo llaman Piqué el chiquito. Lenguaje nada más. Que confluya en risa. Juego verbal, repentismo, oído fino, destreza. El mismo poeta tenía un buen amigo homosexual,a quien le recomendaba ir al ginecólogo para que se hiciera el examen del cacanicalaou. Y reían, ambos. No despreciaban esas cosas del lenguaje; el gay, poseedor de muchas otras felicidades y penas, es más pleno como para dejarse martirizar por este juego de palabras.

No hay modo de razonar que se negocie con unos soneros jarochos en el restaurante para que hagan burla de nuestros defectos visibles y nos lleve a carcajada, o contratar a un mariachi para entonar aquello del: Buenas noches todos, aquí nada pasa, que chingue a su madre, el dueño de la casa. Y botados de la risa contestar en la misma tonada: Buenas noches todos, oigan mi canción, que chingue a su madre, el del guitarrón. En la moral occidental, lenguaje unívoco y doble sentido, formalidad y relajo, muerte y vida, educación y salvajismo, están en los extremos. De seguir esta lógica el aficionado al albur, conllevaría a la retirada hasta encontrar una barrera insondable, quizá muy parecida al aburrimiento. Se sentiría aislado en la definición, no por haber llegado a un final, sino al percatarse que recorre una línea infinita. Aturdido por no encontrarse más que con su sola presencia, el individuo ha de dar un giro, volverse finito, olvidar lo lineal y retornar, literalmente enroscado, con la cola entre las patas, a ser locura entre lo razonable, hetero entre lo homosexual, ambiguo entre lo unívoco, con sus viceversas. Alejarse del habla ordinaria es obviar el hábitat. La riqueza es lo uno y lo otro, unotro, que cifra la experiencia total, que no totalitaria, de la vida.

Es parte intrínseca de estas latitudes mexicanas derrochar solvencia para servirle a los extremos a un mismo tiempo y lograr la espiral. Encontrar una palabra correcta para volverla equívoca. Cifra de nuestro barroco. No se entiende que un hombre alburee a su compa para ser más verga, más chingón y que el premio sea una penetración, exhibiendo exactamente lo contrario. En El color del verano, Reinaldo Arenas, escribe:

Un hombre machista tiene un concepto tan elevado de la masculinidad que su mayor placer sería que otro hombre le diera por el culo. De esas inhibiciones surgen las leyes represivas, el comunismo, la moral cristiana y las costumbres burguesas.

De acuerdo, pero el albur nos enseña que no todo es tan trágico; este tropo pícaro, añade que de esas inhibiciones, acá por estos rumbos, también surge el humor. Por eso el siguiente diálogo: —Si yo meto un gol y él mete 100 goles ¿a quién le vas a poner el goleador? —Pos a él. —Claro.

Y si él se echa un pedo y yo me echo 100 pedos ¿a quién le vas a poner el pedorro?

—Pos a ti. —Órale…

“SED HOMBRES DE MAL GUSTO”, aconsejaba Juan de Mairena a sus alumnos, que es decir vayan contra lo lineal y busquen en el recoveco pestilente, en la cháchara, en la desnudez sin tapujos. Aprendan de los gusanos que saben el oficio de dar fe de lo acontecido, pues surgen con donaire de esa misma descomposición. Y el albur trabaja en todo aquello que por vulgar se detesta. En Corriente alterna, Octavio Paz, dice: “La poesía es nuestro único recurso contra el tiempo rectilíneo –contra el progreso”. El albur es poesía que desemboca en humor. De ahí que el mexicano, si en algún momento se advirtió un ser hermético, hoy brota con su ingenio; se sabe, más que habitante de una tierra, inquilino del idioma.

NO SE CULPE AL ADULTO MEXICANO POR JUGAR ESTO. ESTÁ CRUZADO POR UNA JUBILOSA NOSTALGIA, UNA EXTRAÑA FAMILIARIDAD LO UNE CONSIGO MISMO Y CON EL RESTO.

Me movió el intento de contestar el porqué es tan popular el albur entre los mexicanos; adultos jugando a ser niños, a rescatar la fantasía con que advertían el mundo. Juegos con el otro, como filtro para los conocimientos primarios. Espero haber aproximado leña para avivar el fuego de las conclusiones, o en su defecto, dejar alumbradas ciertas áreas donde arraigan cuestionamientos y dudas. La retrospección que se activa cuando iniciamos cualquier actividad lúdica, en este caso el albur y sus compinches, da como resultado la satisfacción inigualable de jugar lo mismo con la sonaja que con la mierda. Ruido y desperdicio con los que fuimos capaces de sorprendernos, retornan desinhibidos en el juego de palabras, ya con la inteligencia suficiente para construir albures. Cierto, utilizando motivos escatológicos, carnales, pudendos, finamente agresivos, aseadamente ambiguos: lenguaje puro. Esquivamos la realidad, con mayor o menor fortuna según la pericia del ponente y del escucha, al volver un círculo la linealidad fastidiosa del saber. Como apunté al inicio de este libro, la expresión los mexicanos de todo hacemos un chiste, no es menos dramática que la frase los mexicanos todo evadimos. Si alguien le dice pendejo, ya no responde con tu hermana me emparejo; dijimos que va superando su etapa misógina. Ahora es: —Pendejo —Te dejo, en franca alusión sexual. Al amigo pasado de peso ya no le dice el gordo, por esas cosas de la corrección política, nomás le comenta que eso que trae ya no es papada, es mamada; al bajo de estatura, ya no le apoda el chaparro, ahora le dice el honesto, porque siempre te habla al chile.

No se culpe al adulto mexicano por jugar esto. Está cruzado por una jubilosa nostalgia, una extraña familiaridad lo une consigo mismo y con el resto, luego la proyecta en imágenes. Obsérvese: anda en la aprehensión de la vida con toda la cauda de remedios caseros de su herbolaria para cuidar imagen y salud, economiza emociones para no arriesgarse, aprecia su presente y piensa en su futuro; aquí está negando la cesación definitiva y sus manifestaciones. Pero es conocido mundialmente por la celebración de la muerte, que es ante todo, un desdeñar la vida. No soporta el peso de la tristeza y el gozo separadamente, ni gusta de la distinción entre lo claro y lo ambiguo, lo formal y lo irresponsable, por eso convive con los extremos en muchos de sus momentos íntimos y comunitarios.

Desde pequeño tuvo contacto con la doble sensación del sentido y del significado. El esqueleto es risueño, el amor-odio al vecino del norte, el chauvinismo y el malinchismo lo modela, está entre los más corruptos y religiosos, venera a la Virgen de Guadalupe y la Santa Muerte. Ovaciona la arenga de su independencia, donde nadie gritó Viva México, ni fue un 15 de septiembre. Tenochtitlán no debió ser construida donde un águila devorara una serpiente (separación y lucha del bien contra el mal) sino donde un águila posada en un nopal manara atl tlachinoli: agua quemada (sí, su fundación: unión de contrarios). Apuesta seguido por la sensatez del absurdo, por establecer ocurrencias. Desde niño come un mango que empalaga por su dulzor acompañado de chile picantísimo. De un solo bocado, no siente rubor por engullir ingredientes tan dispares, ni está habituado a esperar mucho para probar toda la paleta de sabores. Acostumbró su digestión a la pesadez gástrica, se disciplinó haciendo muecas por lo irritante de sus condimentos lo mismo que condescendiente y burlón en el lenguaje al grado de confundir conceptos. Se educó para disfrutar de ese desconcierto, no le acarrea problema estético, ni moral. Tolera en la misma esfera de interacción, abusos y confianzas, cordialidades y embestidas, bromas y formalidades, teniendo como único límite la frontera inapelable del nomás no te pases de verga.