El corrido del eterno retorno

La biografía de un hombre es la puerta de su refrigerador

La biografía de un hombre
La biografía de un hombre Foto: El Cultural

Si muero mañana, joven y sin haber amado, espero que no, toco madera, mi vida podría contarse a partir de los imanes que tengo pegados en la puerta del refri.

Muchos dirán que me he convertido en una señora, por mi afición a coleccionar imanes, pero la verdad es que ocurrió de manera accidental. En un viaje a España compré algunos suvenires. Entre ellos unos imanes con la leyenda I Barcelona. Decidí quedarme uno para mí. Pero no tenía donde ponerlo. Entonces estaba casado y me resistí a colocarlo en el refri conyugal. Nunca lo saqué de la maleta. Y ahí permaneció hasta que me divorcié. Recuerdo que al mudarme lo que más me emocionaba recibir después del colchón era el refri. El día que lo llevaron ha sido uno de los más felices de mi soltería: ya tenía para enfriar las chelas. Después de conectarlo, saqué el recuerdito catalán y lo adherí a la puerta.

Ese imán no sobrevivió. Se perdió en una mudanza. Sin embargo, desde entonces se empezó a construir mi biografía alrededor de los imanes que empecé a recolectar en los viajes o que me regalaban mis amigos. Quizá mi inclinación por ellos se deba a que los prefiero a los llaveros. De cuántos juegos de llaves disponemos. De uno. Máximo dos. Habrá quién tenga más, pero lo común es sólo uno y ya. Entonces, cuando alguien regresa de un viaje y te trae un llavero lo más seguro es que no lo vayas a usar. Que lo regales más adelante. O que lo olvides en algún cajón. Por el contrario, los imanes tienen un hogar asegurado en el tórax del refri.

LA HISTORIA DE MIS IMANES contempla algunas polaroids mini. Hay una del maestro Daniel Guzmán, ex bajista de la banda Pellejos, que le fue tomada en el bar Vietnam de Guadalajara. La virtud de los imanes es que son más que un adorno, son disparadores de recuerdos. Y siempre que abro el refri para beberme una cerveza, alguno de ellos me hacen rememorar pasajes de mi existencia. Como cuando veo la foto del maestro Guzmán y recuerdo la grabación del segundo disco de su banda. Y en toda la música y los tragos que hemos compartido.

Tengo una foto de mis dos dolores de cabeza juntos: mi hija Celeste, cuando cumplió 18 años, y mi perro Jersey. Fijada por una guitarrita del Señor Frogs. Y en la tercera y última foto aparecemos Ivy y yo, tomada el día en que empezamos a vernos como algo más que amigos. También está fijada por otra guitarrita del Hard Rock. Siento una debilidad por los imanes de liras. Si no tapizo el refri con ellas es porque he procurado dejar que sean los imanes en su mayoría quienes me encuentren a mí antes que yo elegirlos deliberadamente.

Otra guitarra que decora mi composición es una guitarrita del House of Blues de Dallas. Esta es nueva. La primera la compré en un viaje a Houston y se la regalé al Gaby Rock, mi amigo y contador que murió en la pandemia. Cuando la veo me acuerdo de dos cosas. Obvio de Gaby, quien cuando era morro se portó conmigo como un hermano mayor. Me regaló decenas de casets grabados, gracias a él conocí a Stevie Ray Vaughan. Me llevaba a los tacos de hígado y a las gordas del Cuate. Y fue él quien me presentó a La Funda, una de las personas que más me han enseñado de música. Y de la otra cosa que me acuerdo es de mi compa Luis Prado, quien me regaló esta nueva guitarrita, y de las horas que hemos compartido en conciertos.

En el centro tengo un imán de la gasolinera texana Buc-ee’s. Un símbolo de mi amistad con Electrolit de Guayaba, a quién conocí en la prepa. Creo que teníamos catorce años. Es un recordatorio de todos los kilómetros que hemos recorrido juntos por las carreteras de México y Estados Unidos. Juntos descubrimos la tienda del castorcito y nos convertimos en fans al instante. Siempre que pasamos por alguna de las sucursales llegamos por sándwiches de pavo, carne seca, y artículos de nuestra mascota preferida.

Poseo también un letrero de la esquina más famosa de la historia hippie: Haight con Ashbury. Ese lo levanté en un viaje que hice a San Francisco con Karina, la Contadora del Rock a una boda. Después de la muerte de Gaby, su ángel me empujó hacia Karina, quien además de ser mi contadora, se ha convertido en una de mis mejores amigas y mi partner de conciertos. En ese viaje nos pateamos todo San Francisco a pie. ¿Les ha pasado que cuando viajan con alguien en algún punto se cansan de la compañía de la otra persona? Me ha ocurrido algunas veces. Pero nunca con Karina. Es la compañía perfecta.

Mi imán de Heisenberg es herencia de un viaje a Albuquerque para realizar el Breaking Bad Tour. Un recorrido por las locaciones de la serie. Fue la primera vez que vi la epidemia de los amantes a la aguja cara a cara. El fentanilo todavía no se podía conseguir en las calles, pero la heroína ya tenía años que se había vuelto a convertir en una plaga. Recuerdo que parecía un capítulo de Walking Dead. Decenas de adictos

se inyectaban bajo los puentes, en plena calle

y la policía no intervenía. Un paraíso a escala menor como el que vería luego en mi viaje a Tenderloin, o como el de los adictos a la crystal meth en el centro de Los Ángeles. De San Francisco tengo también un imán con una frase de Jack Kerouac. Comprada en el Museo Beat. Y una postal que quité de mi refrigerador para enmarcarla, de la emblemática foto que aparece en la portada de On the Road adquirida en la librería City Lights.

TAMBIÉN ADORNA EL FRESCO un botón de los estudios Sun Records. Fruto del viaje que hice a Memphis para visitar la tumba de Elvis Presley, pero no pude entrar a Graceland porque me puse hasta la madre de ácido y cuando llegué ya había cerrado. Gracias a esa aventura, escribí una de los textos más entrañables que hayan salido del teclado de mi compu. Y que verá la luz en mi próximo libro de crónicas. Así que no puedo decir que fuera una misión fallida. No regresé con una sensación de derrota ni con las manos vacías. Creo que si algún día decido volver a intentarlo y lo logro, no resultará tan memorable.

Nunca he ido a París pero tengo una Torre Eiffel cortesía de América Pacheco. Tampoco he ido a NY y tengo una estatua de la libertad regalo del Conejo.

No conozco Las Vegas pero Pipo me obsequió un letrero de la ciudad. Y mi Patrona contribuyó con un vinyl en miniatura con estampado de viniles.

En conclusión: la puerta de mi refri es un buen resumen de mi paso por la tierra. Así que si mañana muero y quieren saber algo de mí, pueden empezar por ahí...

MI VIDA PODRÍA CONTARSE A PARTIR DE LOS IMANES QUE TENGO PEGADOS EN LA PUERTA DEL REFRI