PSICOGRAFÍA

Volar en globo

Volar en globo
Volar en globo Foto: imagen: Cortesía del autor

El operador del globo sostiene una cuerda delgada con la que controla el destino de los imprudentes que decidimos que un amanecer de domingo podía pasarse mejor en el aire que en cama. No se pasa mejor el tiempo en ningún sitio que en cama. Tira poco de la cuerda. Veo que en realidad es más importante que abra y cierra de forma intermitente el tanque de gas para que una llamarada haga que el globo se eleve o baje. Sé que muchos medios de transporte usan materiales inflamables, pero prefiero no tenerlos a la vista.

Estamos por bajar y se nos indica que flexionemos las rodillas cuando estemos a unos metros del suelo.

—¿A cuántos metros?, pregunta un compañero de viaje.

—Yo les indico. También necesito que giren la vista hacia las montañas. —Los pasajeros giramos en varias direcciones. El valle de Teotihuacán está rodeado de cerros y nadie se entera de lo que el operador quiere decirnos. Finalmente alguien apunta con el dedo.

—Hacia allá.

Obedecemos y flexionamos las rodillas. El viento evita que toquemos el suelo con tranquilidad. La tripulación que nos recibe en tierra brinca y se cuelga con trabajos de la canastilla para detenerla. No sé de aeronáutica, pero me parece una maniobra poco ortodoxa. Estamos en suelo firme pero no podemos bajar hasta que el globo se desinfle. Mientras tanto, en minutos que se sienten eternos, nos sacude por el viento. Nos golpeamos las rodillas unos con otros, agachados y nerviosos, temiendo que el globo vuelva a elevarse. Todo queda en unos cuantos moretones.

EL OPERADOR OFRECE UN BRINDIS, nos cuenta algunos detalles de la historia de la ascensión aérea en globo. Dice que el primer vuelo con pasajeros de este tipo se pensó hacer con presidarios, para que un posible accidente no costara la vida de personas buenas y probas. Luego no fue así, porque en caso de que el vuelo fuera exitoso los presidiarios se convertirían en hombres célebres. Antes habían volado una cabra, un pato y un ganso.

En 1984, Jorge Luis Borges y su esposa María Kodama publicaron un libro titulado Atlas. En uno de los textos el poeta describe el viaje en globo que ambos hicieron en Napa, California. Dice así:

“Como lo demuestran los sueños, como lo demuestran los ángeles, volar es una de las ansiedades elementales del hombre. La levitación no me ha sido aún deparada y no hay razón alguna para suponer que la conoceré antes de morir. Ciertamente el avión no nos ofrece nada que se parezca al vuelo. El hecho de sentirse encerrado en un ordenado recinto de cristal y de hierro no se asemeja al vuelo de los pájaros ni al vuelo de los ángeles. [...] Las nubes tapan y escamotean los continentes y los mares. Los trayectos lindan con el tedio. El globo, en cambio, nos depara la convicción del vuelo, la agitación del viento amistoso, la cercanía de los pájaros”.

Debo decir que hay una extraña paz en el viaje lento de un globo. Cuando Borges subió al cielo llevaba mucho tiempo siendo ciego. Murió dos años después.

Llego a casa y estoy cansado. Para volar en globo hay que madrugar. Leo las noticias: “Globo aerostático se incendia en Zacatecas durante un festival y deja un muerto”.