Arte, el sueño de la máquina creativa

El filósofo Daniel Innerarity (Bilbao, 1965) escribió Una teoría crítica de la inteligencia artificial, que analiza el desafío de la IA para el mundo actual. “Hay una frase de Norbert Wiener, uno de los padres fundadores de la IA, que creo es la clave de la cuestión: ‘El futuro no van a ser seres humanos tumbados en una hamaca servidos por robots esclavos, sino más bien una lucha cada vez más exigente por afrontar los límites de nuestra inteligencia’”. Galaxia Gutenberg nos concedió la publicación de un fragmento del libro.

Daniel Innerarity
Daniel Innerarity Foto: Especial

Los programas de inteligencia artificial celebran éxitos espectaculares no sólo en el dominio del cálculo, la predicción analítica o los diagnósticos, sino también en la composición musical, la modelación creativa de procesos visuales, las series televisivas, el diseño arquitectónico o la escritura de historias. Son, propiamente, obras generadas por la inteligencia artificial aquellas que no están asistidas, sino que son producidas por entero por ella, aunque estos programas hayan sido diseñados por humanos. Estos avances en la inteligencia artificial han llevado a muchos a especular con la idea de que los seres humanos seremos pronto reemplazados en muchos ámbitos, incluido el de la creatividad. Como muestra de la sacudida que todo esto produce, tenemos, por un lado, el programa Sora de OpenAl, que genera videos realistas a partir de descripciones textuales y, por otro, los guionistas de Hollywood, que se declaran en huelga: avances que parecen poner la creatividad al alcance de cualquiera y el temor de que buena parte del sector de la cultura sea reemplazado por las máquinas. La cuestión de si la inteligencia artificial puede producir arte suscita fascinación e inseguridad al mismo tiempo. Las tecnologías computacionales empleadas para crear artefactos considerados obras de arte son vistas como una amenaza para el mundo del arte tradicional o como una apertura de nuevas for-mas de expresión. El arte generado por inteligencia artifi-cial (AI Art Generator) podría hacerse cargo de nuestra crea-tividad artística, podríamos automatizar o mecanizar la creatividad (Musser 2019), como se predice también para el ámbito del trabajo o la democracia. Si la creatividad artísticaera uno de los últimos dominios de la distinción entre los humanos y las computadoras, uno de los “baluartes del excepcionalismo humano” (Gunkel, 2021), el pináculo donde defender nuestras capacidades específicas frente al avance imparable de la inteligencia artificial (Arielli, 2021), también este bastión parece ahora haber sido derribado y estaríamos entrando en una era de creaciones sin autores humanos. La indistinción entre máquinas y humanos proclamada por Descartes hace cuatrocientos años sería también real en el ámbito de la creatividad, que dejaría de ser algo exclusivo de los humanos.

QUIENES SALUDAN CON ENTUSIASMO esta posibilidad suelen argumentar que nadie es capaz de distinguir una obra de arte generada por una máquina de la que tiene por autor a un ser humano, lo cual equivale a pensar en la estrecha lógica del test de Turing: la inteligencia consistiría en imitar a los humanos en una determinada propiedad sin preguntarse por la naturaleza de esa propiedad (Boden, 2010). Que un performance llevado a cabo por una inteligencia artificial sea indistinguible de lo que hacemos los humanos se refiere a la pericia de parecérsenos y a la dificultad de realizar una distinción, pero no aporta nada a la definición de esa propiedad que consideramos característica del ser humano. Estaríamos confundiendo el ser con el parecer, con el “hacerse pasar exitosamente por”; la creatividad artística de la inteligencia artificial sería una forma de pericia que perfecciona tecnológicamente el parecido. De hecho, se dice que hay que tener grandes conocimientos musicales para distinguir el productode una máquina del que procede del ingenio humano (que generalmente es muy limitado, salvo en el caso de los grandes creadores, y, a veces, inferior al de las máquinas). También es verdad que buena parte de la música actualmente se hace así, lo que no revela tanto una especial habilidad de los programas como la simpleza de nuestro gusto musical. Y ya no digamos si la admiración procede del hecho de que tales obras hayan sido vendidas en alguna subasta por un altísimo precio como el célebre Portrait of Edmond de Belamy, vendido en Christie’s en 2018 por más de 400 mil dólares, que muestra que lo que se considera importante es el efecto generado en el mercado, más que su valor artístico en sí. No resolveremos este asunto de si podemos calificar como arte este tipo de obras si antes no nos preguntamos por la verdadera naturaleza del arte y la comparamos con la manera de proceder de ese uso de la inteligencia artificial que, de modo poco riguroso, calificamos como creativo.

Arte, el sueño de la máquina creativa
Arte, el sueño de la máquina creativa ı Foto: Fuente > Learning Heroes

NATURALEZA Y LÍMITES DE LA CREATIVIDAD HUMANA

La cuestión acerca de si las máquinas son creativas como nosotros requiere que nos aclaremos acerca de hasta qué punto los humanos lo somos (Innerarity2011, Innerarity 2022). Tal vez la pregunta no sea si la inteligencia artificial es creativa sino si lo somos realmente nosotros. Frente a la idea romántica del creador ex nihilo sobre la que se basaría un sentido fuerte de la propiedad intelectual, por ejemplo, se podría afirmar que casi nada es absolutamente original.

Entendemos por creatividad la capacidad de dar origen a algo nuevo, pero también sabemos que la condición humana es inexplicable sin la imitación y la rutina, o que, incluso cuando creemos ser máximamente creativos, apenas hemos hecho otra cosa que una recombinación de elementos que ya existían.

Si es tan fácil descomponer en código informático el estilo de algunos de los compositores más originales del mundo, eso significa que algunos de los mejores artistas humanos se parecen más a las máquinas de lo que nos gustaría pensar. (Zylinska, 2020).

Podemos estar luchando porque se reconozca el estatuto del artista y para que los algoritmos no destruyan ese trabajo creativo, pero ¿estamos tan seguros de que cuando producimos algo con la pretensión de crear una obra de arte ésta no es reducible, en alguna medida, a estereotipos, lugares comunes o versiones más o menos actualizadas de algo ya hecho? ¿Acaso no son muchos de nuestros productos culturales más de lo mismo, un remake actualizado de lo que en su momento supuso una disrupción cultural y que ya no estremece ni conmueve? Las creaciones humanas no salen de la nada, ni las obras de arte, ni las explicaciones científicas. Todas presuponen, en mayor o menor medida, elementos que ya existen. Con esto no quiero minusvalorar la creatividad humana sino mostrar sus límites. Recombinar es una actividad que exige no poco ingenio. Generalmente, una recombinación es una creación porque expresa la capacidad individual de relacionar elementos que nadie había relacionado hasta entonces, o no de ese modo.

EL EJEMPLO MÁS CLARO DE ESTA LIMITACIÓN de nuestra capacidad de innovar es que, cuando inventamos nuevos monstruos que se parecen demasiado a criaturas conocidas (como puede comprobarse en el universo cinematográfico, poblado de extraños que, en el fondo, nos resultan muy familiares). Los monstruos son demasiado humanos. Es normal que así suceda porque algo absolutamente extraño no sería reconocible como tal. Si algo fuera completamente inaudito no podríamos oírlo.

Frente a la idea romántica del creador ex nihilo sobre la que se basaría un sentido fuerte de la propiedad intelectual, por ejemplo, se podría afirmar que casi nada es absolutamente original.

La creatividad generalmente no existe más que como modesta variación, pese al tono inaugural con que suele presentarse. Con esto no estoy defendiendo a quien copia para hacer un negocio o aprobar un examen, por supuesto, sino quellamo la atención sobre el hecho de que no hay creación sin recombinación, ni autenticidad sin cierta imitación, niagencia que no sea, de algún modo, distribuida. Si la creatividad fuera el resultado proteico de una individualidad, resultaría incomunicable (y en esto limita con la lírica o con lo místico, como diría Wittgenstein); en la medida en que es recombinación, nos permite comunicar, remitiendo a lo que todos, de alguna manera, ya sabían. Una vez que algo ha sido creado se encuentra a disposición de cualquiera en orden a una futura recombinación y creación, es decir, para dar lugar a ulteriores novedades. Por eso, en vez de preguntarnos por el “quién” o el “qué” de la creatividad, tal vez sería mejor preguntarse por el “dónde”, como una forma de autoría más relacional y distribuida de lo que solemos creer (Celis Bueno et al., 2024). Pensemos en cuál es la razón que nos lleva a compartir nuestras creaciones con otros, a hacerlas públicas y comunicarlas. Quien ha creado algo generalmente suele estar interesado en darlo a conocer, y la digitalización ha posibilitado esa difusión de una manera fácil, instantánea y con un crecimiento exponencial. Esto no justifica ciertas formas de apropiación, como el plagio, pero sí pone de manifiesto que la creatividad resulta posible porque hay tradiciones o comunidades de aprendizaje, y la obrade arte está para ser compartida. La fron-tera entre la apropiación indebida y la variación creadora será siempre una cuestión disputada y que habrá que volver a trazar, también, en función de las nuevas posibilidades tecnológicas.

NATURALEZA Y LÍMITES DE LA CREATIVIDAD ARTIFICIAL

Visto lo anterior, podemos abordar la cuestión de la creatividad artificial sin ningún género de supremacismo humano, conscientes de que, si nuestra creatividad tiene un alcance y unos límites, algo similar puede decirse de la creatividad artificial, siempre que advirtamos que se trata de dos propiedades distintas, que no somos creativos respecto de las mismas cosas y del mismo modo, sino en un sentido distinto y con unas virtualidades también diferentes, por lo que tendrá poco sentido pensar que son creatividades que compiten o se reemplazan.

Cuando nos preguntamos si la inteligencia artificial puede producir arte, debemos examinar qué queremos decir con la idea de “poder”, algo que depende, a su vez, de qué idea de arte tenemos. ¿Estamos hablando de la capacidad de reproducir cierta destreza y ofrecer ilimitadas variaciones? ¿Se trata de que la inteligencia artificial sea capaz desuministrarnos productos comparables a aquellos que ya tienen el estatuto de arte?

El examen atento de lo que en realidadhacen estas producciones tecnológicas arroja un resultado muy significativo. La “creación artificial” se realiza a partir del análisis del material histórico disponible, extrayendo, de las obras del pasado, patrones que podrían recombinarse para producir otras más. Los programadores se miden con las obras del pasado, que tratan de imitar, para aumentar las pinturas de Rembrandt,para producir nuevos cuartetos de Brahms, más cuadros que podría haber pintado Bacon, para completar la sinfonía inacabada de Schubert o componer la décima sinfonía de Beethoven. Bach es muy apropiado para jugar con la relación entre regla y creatividad porque estaba más cerca de la composición basada en reglas que otros músicos. A los programas podemos pedirles un nuevo álbum de los Beatles, una pintura realizada con el estilo de Chagall y Monet o un relato que podría haber escrito HenryJames. De este modo, se consigue que haya en el presente más de lo que hubo en el pasado, pero no, propiamente, algo distinto. Los algoritmos pueden extraer reglas de configuración a partir de las bases de datos, pero la creatividad no está en esa formalización sino en los datos enlos que se ha basado. Lo que parece creativo en la tecnología digital son las invenciones humanas del pasado, que las máquinas abstraen y emulan.

LAS OBRAS DE ARTE ASÍ GENERADAS se realizan sobre los patrones del pasado, no sólo porque parten de fotografías, imágenes, textos o piezas musicales ya existentes, sino también porque sus experimentos están pensados, en última instancia, para complacer las preferencias humanas, especialmente el gozo de identificar algo que ya conocíamos. Los programas reproducen lo que es accesible y reconocible por el gusto del consumidor, al que no distorsiona o sacude con ningún descubrimiento inesperado. Que haya muchas obras de arte exitosas en términos de aceptación pública producidas mediante la inteligencia artificial no habla tanto en favor de esta tecnología como en contra del gusto público, tan fácil de satisfacer con productos que no suponen ninguna aportación genuina en términos de creatividad, que se limitan a agradar y responder a las expectativas de entretenimiento. Si, como parece, buena parte del arte en el futuro será producido por robots, dado que los robots conocen mejor lo que nos gusta que los creadores, es previsible una degradación del gusto estético. Se echarán de menos creadores que nos hagan descubrir cosas que no nos gustaban anteriormente, que contradigan, de algún modo, nuestros gustos. A este res-pecto la pregunta más pertinente sería: “¿Por qué estamos intentando replicar algo que ya tenemos?” (Darling, 2021).

El “arte artificial” modeliza el momento creador como producto de ciertas funciones estocásticas. En muchos proyectos arquitectónicos, diseños, guiones y series televisivas lo que hay son idiosincrasias estilísticas, coloraciones típicas, fraseologías particulares o figuras compositivas propias de autores del pasado. Se trata de propiedades que no corresponden a otra cosa que al cliché. Aunque se refieran a obras de arte humanas, no ofrecen más que un catálogo de signos etiquetados, reducido a lo que en principio es cuantificable y traducible en parámetros matemáticos (Mersch, 2020). Esto es mimetismo; es lo que hace un artista como aprendiz: copiar y perfeccionar el estilo de otros en lugar de trabajar con una voz auténtica y original. El ejemplo más claro de ello es el algoritmo DeepArt, que convierte cualquier fotografía en una obra de arte con el estilo de Van Gogh o Matisse, asumiendo con gran credibilidad, así, el trabajo del copista. Una cosa es producir algo que resulta de la digestión de miles de obras de arte similares y otra, dar lugar a algo que merezca ser considerado como original. En sentido estricto, la creatividad humana no puede ni imitarse ni repetirse; implica, siempre, aunque sea mínimamente, cierta transgresión que no es reducible a reglas o agregaciones estadísticas, cierta irregularidad. En cambio, lo que en la computación tiene la apariencia de libres asociaciones, sigue estando algorítmicamente determinado; no ha roto con nada, ni aporta ninguna novedad radical, es decir, se trata de creatividad sólo en sentido genérico e impropio.

Arte, el sueño de la máquina creativa
Arte, el sueño de la máquina creativa ı Foto: Fuente > Wired

Las innovaciones tecnológicas del llamado “arte generado por la inteligencia artificial” no constituyen, necesariamente, una innovación artística. Los ordenadores tienen una forma débil de creatividad que les permite reproducir patrones de habla, sonido o formas, pero nada más. De un ordenador no puede esperarse que produzca algo radicalmente imprevisible, nada similar a lo que suponen la vanguardia o los creadores disruptivos en la historia de las artes. Veámoslo con el experimento que se llevó a cabo en el Rijksmuseum, en Amsterdam, para enseñar a una máquina a pintar como Rembrandt. El algoritmo fue entrenado con trazos seleccionados de sus cuadros. El resultado fue una extrapolación de su estilo a partir de las diferentes fases de su carrera. Por supuesto, el Rembrandt generado por la inteligencia artificial no era realmente una predicción de la creatividad de Rembrandt sino una muestra representativa bastante arbitraria de sus diversas etapas (Langmead, 2019). La producción de un “retrato medio” (Ajani, 2019) de Rembrandt que resulta de la computación cuantitativa de los trazos empleados por el artista no puede calificarse como expresión original. Es más fácil que un programa haga cuadros con el estilo de Vermeer o composiciones musicales con el estilo de Mozart que crear nuevos estilos de pintura o música.

Además, el problema es que toda obra de un gran artista está hecha de rupturas y discontinuidades; la creatividad surge cuando irrumpe algo impredecible. La inteligencia artificial no puede ser creativa porque es incapaz de predecir una discontinuidad: ningún programa que sepa componer como Beethoven habría podido componer las obras de su estilo tardío, que suponen una impredecible y asombrosa ruptura con su evolución; podrían imitar su estilo en lo que tiene de previsible, pero no en lo sorprendente (Adorno, 1982; Innerarity, 1996).

AUNQUE NO COMPARTAMOS LA IDEA romántica del artista como un genio creador con una inspiración desconocida, la praxis creadora no tiene lugar en un proceso automatizado sino que aspira a quebrar las reglas y producir resultados imprevisibles. Las circunstancias a partir de las cuales surgen las obras de arte se pueden explicar pero no predeterminar.

El ingenio humano es incomparable a la capacidad innovadora computacional. La creatividad no puede más que ser imitada algorítmicamente mediante la probabilística, la aleatorización, la recombinación genética y el análisis de datos. ¿Acaso tiene algún sentido la idea de una “imitación de la creatividad”? Las máquinas llevan a cabo un tipo de creatividad limitada. Se mueven en un ámbito en el que las normas están prefiguradas y son capaces de aprender a jugar en el seno de esas limitaciones. En esto no son completamente distintas de nosotros, pues buena parte de lo que los humanos hacemos también cuando creamos obras artísticas se inscribe dentro de reglas que no cuestiona ni modifica, pero, en general, la cultura y la existencia humanas son tan interesantes porque tenemos la capacidad de cambiar ocasionalmente esas reglas y es eso, precisamente, lo que, en sentido estricto, llamamos creatividad.