Luis Espinosa, entre fósiles y huellas

“Sin paleontología la teoría de la evolución no existiría. Lo que les interesa a los biólogos no es sólo la descripción, sino sus relaciones y parentesco, y eso es algo de lo que nos ocupamos los paleontólogos.” Esto afirma Luis Espinosa —autor de diversos descubrimientos fósiles en territorio mexicano y que actualmente dirige el Museo de Geología de la UNAM—, en conversación con nuestro colaborador Torres Pantin, quien lo hizo recuperar ciertos recuerdos de esa ciencia esencial y extraña.

Mandíbula de tiburón tigre, encontrada en Baja California. Foto: Cortesía del autor

Década de los 80: el paleontólogo Luis Espinosa regresaba a México luego de una estancia en Estados Unidos. Junto con otros colegas, lograron conseguir una subvención para un proyecto de expedición paleontológica en Coahuila. Los habitantes locales, que desconocían la importancia de un estudio paleontológico, los acusaron de que su objetivo era robar recursos regionales.

Lograron desenterrar un dinosaurio de tamaño mediano. Vieron varios autos con una calcomanía que decía: “Haz patria y mata a un chilango”. Tenían que presentar sus intenciones de exploración y colecta mediante una rueda de prensa ante los medios e instituciones locales. Entre dudas, Espinosa recordó un dato aparentemente poco importante: en Coahuila había nacido su prima Isaura Espinosa, actriz famosa por películas como Un hombre y una mujer con suerte, Contracorriente o Inevitable.

La rueda de prensa era tensa. Luis tomó el micrófono y, para mencionar a su prima, comentó: “Venimos a rescatar a Isauria, el dinosaurio de Coahuila, que tiene el nombre de una actriz local”. Gran ovación. Perso-nal de la alcaldía le ofreció apoyo económico. Un poco de cultura pop no vino mal para la causa.

Isauria es el primer esqueleto de dinosaurio que llegó al Museo de Geología de la UNAM, y, además, uno de los pocos ejemplos en el mundo que tiene un nombre propio.

Luis Espinosa (1950) es alguien dedicado. Consciente de que su área de conocimiento es poco conocida, se detiene a explicar cada punto de su discurso, intentando que el escucha entienda todo sobre el tema. Trabaja en el Museo de Geología de la UNAM, un edificio neoclásico diseñado por Carlos Herrera López durante el porfiriato, ubicado en Santa María La Ribera. Dirige la institución desde hace 27 años.

Isauria es el primer esqueleto de dinosaurio que llegó al Museo de Geología de la UNAM, y, además, uno de los pocos ejemplos en el mundo que tiene un nombre propio.

¿PALEONTOLOGÍA, ESO SE COME?

Un paleontólogo se dedica a estudiar los rastros fósiles de vida. Los localiza, desentierra, analiza, y compara materiales que hablen de los seres que habitaron nuestro planeta en el pasado. Trabaja en el campo y en el laboratorio.

Todo ser vivo es susceptible a convertirse en un fósil por algún proceso fisicoquímico: un mamut en un charco de alquitrán, una planta sedimentada por el lodo, unas huellas en un suelo particular. Un paleontólogo puede buscar rastros de vida animal y vegetal, incluso hongos y cualquier actividad orgánica, para ser preservados en el registro geológico. Cada material recolectado debe ir a parar a una colección. Allí podrá ser analizado y estudiado por profesionales del sector, ymediante una curaduría especializada se le puede dar un orden a la clasificación. Alejandro Cristín y María del Carmen Perrilliat, en un texto referente al tema, comentan que la importancia de eso radica en que “[…] Sin su existencia física o su faltade disponibilidad, todo lo que se escriba o diga de ellos es simplemente un escenario”. También es posible hallar patrimonio paleontológico en espacios a cielo abierto. Cuando eso pasa, el área designada adquiere una protección legal. Un lugar entero puede ser un paraíso de fósiles. Hay muchas playas que conservan una enorme cantidad de conchas prehistóricas.

Existen varias ramas de la paleon-tología: la paleoantropología —dedicada a los seres humanos prehistóricos—; la paleo-botánica —dedicada a las plantas—; la paleoictiología —dedicada a los peces—; y aunque la palabra no sea muy conocida, probablemente la más famosa sea la dinosaurología, que no necesita descripción.

La paleontología estudia las capas de la Tierra. Nuestro planeta ha vivido muchos periodos geológicos y cada uno tiene sus propias características, colores y texturas. A ese fenómeno, Luis Espinosa lo suele llamar “rebanadas de tiempo”, como si nuestro hogar fuese un enorme pastel cuyo interior puede analizarse. Sumado al hecho de que cada región tiene peculiaridades, esa posibilidad de análisis se complica y enriquece. En esas capas es que se ubican los fósiles. Un paleontólogo es como un decodificador de lo que esconde nuestro planeta. Tiene la mirada clavada en el suelo.

Los cortes geológicos son como rebanadas de tiempo, y los fósiles revelan los cambios anatómicos o evolutivos. Cada rebanada tiene un código de barras, que son los fósiles. El paleontólogo es un especialista en leer ese código de barras, leer las tendencias evolutivas de los grupos. El paleontólogo comparte con un geólogo si una secuencia pertenece a uno u otro periodo. El geólogo no tiene manera de saber qué edad tendría esa secuencia porque no todas las rocas permiten ser estudiadas por métodos geoquímicos, o sea, radiométricos, por eso se habla de “edades relativas”.

DE LA FORMACIÓN A LA ACCIÓN

Espinosa comenzó sus estudios de Química en la UNAM, después pasó a Biología esperando hacer más trabajo de campo, y a poco de terminar esta carrera cursó una materia que lo atrapó: Paleontología. El profesor lo invitó a hacer su pasantía en el Instituto de Geología de la casa de estudios. Ahí empezó su vida profesional, pero también se percató de que su conocimiento en el área no estaba a la par del de sus compañeros. Después de una larga travesía profesional y de especializaciones, obtuvo una beca en la Universidad Estatal de California para realizar una maestría en Ciencias y allí conoció a un paleontólogo estadunidense que lo invitó a participar en su investigación. El propósito era una estancia de tres meses en la Península de Baja California con la intención de estudiar las condiciones en las que se había desarrollado ese paisaje y evaluar las rocas de la costa del Pacífico para después compararlas con las rocas del continente encontradas a esa misma altura. Existía la teoría de que, en algún momento, la península estuvo unida al resto del continente. Empezaron el estudio a la altura de Guerrero, y luego a la de Michoacán.

En varias ocasiones fueron interceptados por bandas criminales, pero siempre les permitían seguir el camino porque no tenían más que herramientas y rocas. Espinosa me cuenta que cerca de una zona llamada La Chuta, unos delincuentes los obligaron a mostrar sus papeles. Al ver la palabra “doctor” los hicieron atender a un herido. No era buena idea intentar explicarles que un doctor en paleontología no es lo mismo que un doctor en medicina, por lo que ambos decidieron ponerle unas vendas mojadas en agua caliente al caído en batalla. Justo antes de que lo hicieran, apareció un médico de verdad. Los dejaron irse. La zozobra fue intensa. Pasaron un par más de días allí sin saber si algo así se repetiría… y si la suerte volvería a estar de su lado. Justo antes de dejar el lugar encontraron algo interesante en un escarpe al lado de la carretera. Lo detallaron, fotografiaron y midieron. Eran las primeras huellas de dinosaurio encontradas en territorio mexicano, huellas de hadrosaurios y varios dinosaurios carnívoros.

Esqueleto del dinosaurio Latirhinus uitstlani, llamado coloquialmente Isauria. ı Foto: Cortesía del autor

Lo que hace que un fósil se conserve son condiciones fisicoquímicas específicas. En este caso, lo que sucedió fue que algunos dinosaurios se desplazaron a la orilla de un cuerpo de agua, hace unos 125 millones de años, dejando sus huellas en la tierra. Por razones climáticas y geológicas el sitio no llegó a tener contacto con el agua ni por lluvia ni por inundación, secándose de tal manera que las improntas sirvieron como molde al sedimento que, mucho tiempo después las rellenó. Al cabo de millones de años, comenta Espinosa, la tectónica y la erosión las develaron.

CAZADOR DE DINOSAURIOS Y TIBURONES

Los años 80 y 90 fueron décadas de mucho trabajo de campo. Espinosa fue fijándose en otro tipo de criaturas: los tiburones. Durante años se dedicó a cazarlos, tanto prehistóricos como actuales. Participó en diferentes excavaciones localizando huesos de diferentes especies de estos seres, especialmente del Carcharocles megalodon, una especie emparentada con el actual tiburón tigre. Playa por playa, Espinosa recorrió gran parte de las costas mexicanas. Recopiló dientes. Hasta la fecha, no ha ocurrido el descubrimiento de ningún megalodón entero.

En uno de los recorridos, a bordo de un barco cubano —un ferrocemento, cuyo diseño es famoso por incorporar planchas de hierro que bajan más de dos metros en el nivel del mar— llegaron frente a las Islas Marías. Espinosa y su compañero tuvieron que dormir en la plataforma techada, por la presencia de roedores. Durante la noche se soltó una tormenta. Cayó un rayo y pudieron ver cómo una cubeta con los anzuelos era destruida a escasos metros de donde ellos estaban. Estuvieron a poco de morir, pero la vida les puso en suerte poder pescar un tiburón. Después, cada vez que atrapaban un ejemplar lo utilizaban para dar clases en alguna escuela pesquera local. Luego conservaban las mandíbulas para hacer estudios comparativos con los materiales paleontológicos recolectados.

Los dinosaurios mexicanos Es un catálogo muy bien diseñado que da una buena explicación sobre todos los reptiles gigantes prehistóricos descubiertos en territorio nacional. 

La manera de conocer el pasado es conociendo el presente. Estudiar las formas actuales de los seres vivos y compararlas con las fósiles nos revela cambios anatómicos y evolutivos. Sin paleontología la teoría de la evolución no existiría. Lo que les interesa a los biólogos no es sólo la descripción, sino sus relaciones de parentesco, y eso es algo de lo que nos ocupamos los paleontólogos: gracias a nuestra labor se descubren parentescos entre especies.

Durante un largo periodo, Luis Espinosa recolectó una enorme cantidad de dientes de Carcharocles megalodon y, al hacer un estudio comparativo con los dientes del tiburón tigre actual, observó detalles de la mandíbula del gigante de los mares, detallando formas y proporciones, para poder determinar el posible orden en el que debieron haber estado. El presente lo ayudó a desentrañar el pasado. Fueron quince años de trabajo.

Entrevistado en su oficina, le pregunto al paleontólogo cómo cerramos esta historia. Espinosa no sabe por dónde empezar para terminar. Su lugar de trabajo está plagado de libros y objetos paleontológicos, muestras de su dedicación de años. Saca de un estante algo que parece ser un libro: una publicación hecha por La Casa de Moneda de México, Los dinosaurios mexicanos. Es un catálogo muy bien diseñado que da una buena explicación sobre todos los reptiles gigantes prehistóricos descubiertos en territorio nacional. Cada uno de ellos tiene una moneda correspondiente. Es evidente que se trata de una edición para coleccionistas. Me señala una de las monedas: tiene la imagen del Latirhinus uitstlani, dinosaurio descubierto por él y sus colegas en 1980. No le gusta alardear, pero le hace feliz ver el testimonio de uno de sus mayores logros en la esfera científica. Luego me muestra en su teléfono una fotografía que le envió el paleontólogo Héctor E. Rivera Sylva, que ha sido su discípulo, y que actualmente trabaja en el Museo del Desierto de Coahuila.Es la imagen de un dinosaurio que parece un ave con un nombre que claramente hace referencia a él. Cuando se publique el artículo sobre ese descubrimiento, será un homenaje a su trabajo. Espinosa considera que su historia sigue escribiéndose a diario. Ya su etapa de buscar fósiles en el campo ha terminado, pero su labor en el Museo de Geología de la UNAM sigue. Al recordarle que necesitamos un final para esta historia, él prefiere que sean los datos los que den la respuesta.

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