FILO LUMINOSO

Molusco, de Mauricio Bidault

José Ignacio Solórzano, Jis, lleva años dedicándose a alterar, con sus cartones humorísticos, la vida en pareja.
José Ignacio Solórzano, Jis, lleva años dedicándose a alterar, con sus cartones humorísticos, la vida en pareja. Foto: Cortesía del autor

El señor Jis es una institución, no sólo de la viñeta abigarrada, obscena y brutal, sino de la cultura como un todo y en particular de ese peligroso terreno donde el arte y la filosofía se funden y se desvían a la guarrada y lo sublime. Los cartones de Jis crean espacios fascinantes donde los trazos ligeros y elegantes develan revelaciones existenciales, místicas, amorosas y pachecas. Nos hemos acostumbrado tanto al arte de Jis que a veces no percibimos la sabiduría de sus obras, lo tenemos siempre ahí como una certeza, una diáfana guía espiritual, moral, poética y técnica, pero también un horóscopo metafísico del pudor transgredido.

El documental Molusco, tercer largometraje de Mauricio Bidault (Aquí sobre la tierra, 2011 y Hasta el fin de los días, 2014), es un afortunado intento por asir a José Ignacio Solórzano (Guadalajara, Jalisco, 1963) a través de sus palabras y dibujos, así como por las opiniones de un grupo multidisciplinario de fanáticos célebres que incluye al cineasta Guillermo del Toro, los actores Diego Luna y Daniel Giménez Cacho, el escritor Aurelio Asiáin, los músicos Quique y Joselo Rangel y el monero argentino Liniers entre otros. Aparte están los testimonios, comentarios y revelaciones de quien ha sido su más cercano cómplice, colaborador y contraparte creativa, Trino, y los filosos apuntes cáusticos de su hermana Diana Solórzano (“Le tenía miedo hasta a las piñatas”) y su esposa Kenya Rodríguez, harta de que su vida marital y sexual fuera balconeada regularmente en los cartones.

La cinta que lleva por título el apodo de Jis comienza apropiadamente con la afirmación de que “La vida es un misterio”, que surge en medio de un océano de ideas, afirmaciones, destellos y conjeturas anotadas compulsivamente en alguna libreta: “Te pareces a mi mamá”, “Perros comestibles”, “Dame tu teléfono”, “Pedir a la novia”, “Tatuajes”, “Muñones”, “Mis huevos”, “Té, café, tequila, tu madre”. Esas frases sirven de pretexto para una serie de intervenciones en que se van tocando los temas de la obra de este monero legendario que en buena medida uno se atreve a proponer que es el Posadas de nuestra era, y sus monstruos habitan sus viñetas para dar constancia con humor y sorna de las aberraciones de este sucio misterio que es la vida en la periferia del capitalismo del alto y cataclísmico holoceno. En sus dibujos convive lo grotesco con lo sentimental, lo cruel con lo hilarante y lo absurdo con el pesimismo devastador. Sus visiones atrapan la mirada entre la esplendorosa brillantez y la impenetrable oscuridad. Como dice Liniers: “Lo de Jis es la tira más normal del mundo, más obvia y más clara pero de otra dimensión”.

Jis es un artista plástico que ha elegido como su medio a los periódicos y revistas; estos espacios le permitieron por décadas un acercamiento íntimo y cotidiano a su público, ahí podía desarrollar sus introspecciones, su exploración irreverente e impredecible de las minucias diarias, de las miserias e inseguridades cotidianas. En esos rincones podía desarrollar una variedad de asuntos con toda libertad, desde la vida tortuosa del amor y la fascinación exigente del sexo hasta la obsesión con las moscas y las islas desiertas. Así, a lo largo de los años Jis ha dejado miles de cartones dispersos, como pistas para la iluminación, piezas de un rompecabezas inacabable o un caótico mapa de un universo de placer, horror y autodescubrimiento, impresos en papel prensa, reciclable y desechable. El mandala de un iluminado y un místico del escepticismo.

JIS NOS HA DADO UNA EDUCACIÓN VISUAL Y CRÍTICA INCOMPARABLE Y UNA CAPACIDAD DE VER LO BIZARRO Y DESQUICIADO COMO UNA POSIBILIDAD MÁS DE LO BELLO.

Como muchos otros descubrí el trabajo de Jis y Trino en sus colaboraciones con revistas subterráneas y contraculturales (Galimatías, La mamá del abulón, La Garrapata), luego los seguí compulsivamente en su paso por las Histerietas de La Jornada. Esas imágenes brindaban claridad y alivio al ridículo frenesí político de los años ochenta. Su humor negrísimo compartía el espacio pero no los objetivos con el resto de los moneros que comenzaron a destacar a finales del siglo pasado y que en general estaban mucho más comprometidos con un discurso político y sus afiliaciones ideológicas. En vez de criticar a líderes y legislaciones, Jis y Trino engendraron al Santos, la Tetona Mendoza, los Zombis de Sahuayo, el Peyote Asesino y el Diablo Zepeda entre mis favoritos, un legado que ya en sí mismo debería ponerlos en el Olimpo de nuestras artes. Las finas líneas de Jis flotan lejos de la denuncia obvia o la exaltación lambiscona pero siempre cerca de la provocación intelectual y el morbo funcional.

Una de las partes más amargas de Molusco es cuando Jis cuenta la forma en que fue despedido (por un chamaco de recursos humanos) de su periódico, Milenio, que por años se atrevió a dar espacio a sus delicados debrayes experimentales. Esto es impactante y doloroso, porque representa muy bien la catástrofe de la pérdida de relevancia de los periódicos y los medios impresos. Es el reconocimiento por parte de la dirección del diario de su incapacidad de comprender la importancia de los monos de Jis y de lo indispensable que es el arte inútil (el único que tiene sentido). Si algo distinguía de la mediocridad a ese diario era el recordatorio matutino de la depravación, la divagación existencial y el regodeo con lo críptico y misterioso que proveía puntualmente Jis.

El concierto de voces que diseccionan y celebran a Jis tiene su contraparte en las palabras del propio artista quien va del candor a la autoflagelación (“Una persona que nunca ha sabido hacer dinero”, “un hombre inmaduro, cobarde y huevón”) y de la confesión a la melancolía. Aquí vemos su intensa curiosidad e inagotable capacidad de asombro, su pasión y contundencia intelectual, así como su mirada honesta y perversa. Sus dibujos (“Una especie de autobiografía, a veces medio esotérica a veces tal cual”) nos llevan a territorios extraños que se van volviendo familiares y una vez que estamos ante lo aparentemente habitual nos redescubre nuevas maneras de ver. Su destreza también radica en hacer de lo predecible algo inesperado y sorpresivo. Jis nos ha dado una educación visual y crítica incomparable y una capacidad de ver lo bizarro y desquiciado como una posibilidad más de lo bello. Ya lo escribió el infalible artista gráfico y escritor Bef: “Jis es dios”.

Bidault incorpora en su documental, aparte de los testimonios, algunas materializaciones en 3D de las creaciones de Jis, así como cuerpos femeninos desnudos y una sensual voz en off que nos informa que aunque los medios desaparezcan en algún futuro, si existen el papel y el lápiz Jis seguirá dibujando. El filme se desarrolla con agilidad aunque lamentablemente a veces no se detiene lo suficiente en algunas de sus obras que requieren paciencia y tiempo, las cuales, especialmente al final, tan sólo peina a toda prisa cuando merecen ser contempladas por ser el eje del recuento. “La vida es un misterio” y hace falta que Jis no nos permita la tentación de olvidarlo.