El l 2 de abril de 1982 la Junta Militar argentina anuncia que ha recuperado las islas Malvinas. El desenlace lo conocemos: luego de menos de tres meses los ingleses las recuperan. Lo sucedido en esos eufóricos (al principio) y desolados (al final) tiempos son el escenario en el que Eduardo Sacheri imagina y reconstruye circunstancias, delinea el perfil de una docena de personajes e ilustra la tensión y tragedia vividos. En una serie de capítulos breves da cuenta del tránsito de un optimismo desbordado al desamparo que, como una cauda, deja la contundente derrota militar.
Aparece el militar oportunista que asciende vertiginosamente gracias a su audacia y a su capacidad para susurrarle a los jefes lo que desean escuchar; el mozo de la Casa de Gobierno que ve con distancia y los pies bien puestos en la tierra una historia que parece repetirse; la funcionaria civil del Ministerio de Relaciones Exteriores que hace lo que le toca hacer de manera profesional y cuidadosa a sabiendas que se encuentran en un laberinto del que no podrá salir de manera venturosa; el exaltado ciudadano conservador y militarista que vive el momento como si fuera anunciador de un futuro luminoso; pero también las madres angustiadas que han visto cómo sus hijos han sido enviados a combatir sin deberla ni temerla; los escépticos que van descubriendo que los comunicados de la Junta Militar son como una nebulosa, plagados no sólo de vaguedades sino de mentiras. Un ramillete de personas que en conjunto dan cuenta de las muy distintas pulsiones que sacudieron y modelaron el espacio anímico de los argentinos.
La primera reacción no sólo fue de júbilo sino de regodeo en una artificial unidad nacional construida desde el poder con una política audaz pero suicida. Apenas unos días antes, en la Plaza de Mayo, se produce la primera manifestación opositora desde el golpe militar de 1976 y continúan los abusos de militares y paramilitares, pero el 2 de abril, como activada por un resorte, la inmensa mayoría siente que Argentina recupera su dignidad y abarrota la misma Plaza de Mayo vitoreando incluso a la Junta. Los militares, por supuesto, gozan el momento, pero lo mismo sucede en los hogares, los talleres, las calles. Se genera una dinámica entre un “nosotros” incluyente y un “ustedes” excluyente. Al parecer, la inmensa mayoría quiere fundirse en ese nosotros que produce cobijo, sentido de pertenencia. El 2 de abril, se piensa, está condenado a ser incluido en el calendario de las grandes gestas patrióticas.
LAS DERROTAS POLÍTICAS que sufre Argentina en los días siguientes no son suficientes para apagar los ánimos: el Consejo de Seguridad de la ONU demanda que retire las tropas de las islas; Estados Unidos se alinea con Inglaterra, cuando los generales creían que eran sus consentidos en el continente; el secretario de Estados Unidos, Alexander Haig, intenta mediar, pero fracasa; en Europa se piensa –y con razón− que la Junta Militar no es más que una trituradora de derechos humanos. La Junta intenta dar un viraje en sus relaciones con otros países; vuelve los ojos a Latinoamérica, a la OEA, pero su pésima fama pública, bien ganada, la mantiene aislada.
Una especie de machismo militar alimenta las reacciones en la cúpula castrense. Refiriéndose a los ingleses Galtieri proclama: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, y desde la Plaza la respuesta es: “Lo vamos a reventar, lo vamos a reventar”. Uno de los personajes de la novela dice: “me da miedo una horda de estúpidos gritando a favor de entrar en guerra”, pero él mismo sabe que se encuentra en minoría, en absoluta minoría. Incluso las publicaciones, por “sugerencia” de la Junta se alinean con el gobierno y alimentan el espíritu triunfalista y guerrero. El cerco autoconstruido no permite que se filtren dudas, preguntas, se reclama la unidad sin fisuras. Se crea un llamado “Fondo Patriótico Nacional” para que los ciudadanos, en solidaridad con los soldados, contribuyan. Y no son pocos los que lo hacen. Es un signo de patriotismo. Pero Inglaterra, como se sabe, mandó a su flota y entonces la “euforia” poco a poco se convierte en “inquietud” y al final en “desolación” (las comillas son obligadas porque así se titulan los tres grandes apartados de la novela). La superioridad militar británica se impuso, Galtieri fue obligado a renunciar, el ánimo público se tornó belicoso y depresivo, y las víctimas fueron los jóvenes soldados, sin reparación suficiente, enviados a una misión imposible.
GALTIERI FUE OBLIGADO A RENUNCIAR, EL ÁNIMO PÚBLICO SE TORNÓ BELICOSO Y DEPRESIVO, Y LAS VÍCTIMAS FUERON LOS JÓVENES SOLDADOS, ENVIADOS A UNA MISIÓN IMPOSIBLE.
EL 2 DE ABRIL SE PRODUJO un fenómeno de ceguera colectiva. Las personas, al parecer, creen lo que quieren creer. Fueron seducidas por los hechos, pero también por las palabras. Uno de los personajes del relato, al inicio escéptico, incluso sarcástico, claudica ante la marea de adhesiones. Si en un momento pareció un hombre que “sabía evitar que lo comieran las modas, las seguridades, los lugares comunes, las estúpidas certezas compartidas”, el clima general lo succiona, “para no ser un bicho raro... para ser igual a los demás”.
Sacheri ha sabido construir con un coro de voces el ambiente anímico que forjó la “recuperación” de las Malvinas. Pero con ojo agudo, devela también la fácil seducción de las masas, el dolor impotente de las familias a las que les arrancaron a un hijo, el difícil y contradictorio juego entre la realidad y la comunicación que se explotó desde el poder, el autoengaño que se vivió en los pasillos de la Casa Rosada. Un fresco emocionante, cargado de tensión y comprensión. Una auténtica novela.


