Diversa Cultural

Diversa Cultural
Diversa Cultural Fotos: Especial y OpenEditionJournals
Psicodelia
Psicodelia ı Foto: Fuente > Especial

PSICODELIA

[…] LA MANERA como Timothy Leary concibe el futuro enriquecido por la experiencia psicodélica, puede presentarse a que algunos sonrían y les parezca utópica: El régimen psicodélico permitirá a cada uno comprender que no es un robot puesto sobre esta tierra para recibir un número de seguridad social y para ser agregado a las agrupaciones sociales que son la escuela, el colegio, la carrera, los seguros, los funerales, las despedidas. Gracias al LSD, todo ser humano sabrá comprender que la historia completa de la evolución está registrada en su cuerpo; todo ser humano deberá recapitular y descubrir todos los avatares de esta ancestral y majestuosa soledad. Cada cual llegará a ser su propio Buda, su propio Einstein, su propio Galileo. En lugar de referirse a conocimientos muertos, estáticos, predigeridos, que le transmiten otros fabricantes de símbolos, empleará sus ochenta y tantos años en este planeta en revivir todas las posibilidades de la aventura humana, prehumana y aun subhumana. Cuanto más tiempo y atención se reserven para esas exploraciones, tanto menos atado estará el hombre a pasatiempos más vulgares. Y eso podría ser la solución natural al problema de los ocios. Cuando las máquinas se encarguen de los trabajos más duros, las ingratas tareas intelectuales, ¿qué haremos de nosotros mismos? ¿Nos ocuparemos en construir máquinas mayores aún? La única respuesta a este dilema particular es que el hombre va a explorar la infinidad de los espacios interiores, descubrir los terrores, las aventuras y los éxtasis que reposan en lo hondo de cada uno de nosotros.

Jean Louis Brau, Historia de las drogas, trad. J. Ma. Claramunda, Bruguera, 1973.

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JOYCE CANTA

JOYCE VIVÍA con un pie metido en la música: tocaba la guitarra y el piano aceptablemente, pero era, sobre todo, un tenor lo bastante talentoso como para presentarse por dinero al concurso de tenores del Feis Ceoil, un popular festival de música. El año era 1904, el mismo en que ocurre el Ulises; los motivos eran sólo económicos, pues Joyce vivía en la pobreza. Pidió dinero prestado para pagarse unas clases de canto con el mejor profesor de Dublín, Benedetto Palmieri. Cuando avanzó lo suficiente como para necesitar un piano, pidió dinero prestado, se fue de casa de sus padres, alquiló una habitación y luego un piano, dicen que se preocupó por estar ausente cuando los empleados fueran a llevárselo, para no tener que darles propina. En el concurso cantó un aria irlandesa y la canción “No Chastening for the Present”, del compositor de operetas Arthur Sullivan. El profesor Luigi Denza, que inundaría las fiestas italianas del siglo XX con su célebre “Funiculi, funiculá”, era el juez del concurso y quiso darle a Joyce la medalla de oro. Pero entonces, siguiendo una costumbre de los concursos de este tipo, le pidió a Joyce que cantara una pieza improvisada. Joyce se negó, indignado, y bajó del escenario. Acabaron dándole la medalla de bronce. Joyce la llevó a una tienda de empeño, a ver si le sacaba algo de dinero. No le dieron nada por ella.

Juan Gabriel Vázquez, “Los versos perdidos. Formas de poesía en el Ulises”, Viajes con un mapa en blanco, Alfaguara, 2018.

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Vieja receta para escribir
Vieja receta para escribir ı Foto: Fuente > Especial

VIEJA RECETA PARA ESCRIBIR

CUANDO RESOLVEMOS escribir, deberíamos primero planear las proporciones de la obra en cuestión. Proporción entre el corazón y el cerebro, entre el juicio y la imaginación. “Durazno de un ensayo”, “melón de un poema”, “membrillo de un libro”; tenemos que dejarnos impregnar por una forma arquetípica. Luego debemos tratar la personalidad con la mixtura conveniente hasta lograr el glaseado (estilo) que corresponde: —Para mi novela filosófica con un miligramo de nostalgia, estoy tomando efedrina una vez por semana, opio con un poco de mescalina para soltar mi imaginativa, y masaje de la base del cuello para estimular el tálamo después de la orgía mensual. Escribo dos tercios de ella en pie, durante las primeras horas de la mañana, y un tercio acostado, por la tarde. Mi supervisor es un jungiano”.

Cyril Connolly, “Mensaje desde el ello”, La tumba sin sosiego, Premià editora, 1981.

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Prosa dibujada
Prosa dibujada ı Foto: Fuente > OpenEditionJournals

PROSA DIBUJADA

HACE POCO FUI a ver los manuscritos de Stendhal en la Biblioteca de Grenoble y estuve mirando los Diarios. Me sorprendió la cantidad de dibujos y de diagramas que aparecen en el texto. Stendhal dibujaba las escenas antes de narrarlas, por ejemplo, la disposición de la mesa en un restaurante, el lugar de cada uno de sus amigos, las puertas de salida, las ventanas; así fijaba espacialmente la escena antes de escribirla. El punto cero del manuscrito sería el diagrama casi abstracto, sin palabras. Los planes o mapas de Santa María que hacía Onetti, por ejemplo, o ciertos dibujos de Kafka en sus cuadernos. Para los escritores el vínculo con el manuscrito siempre ha estado muy presente; incluso es muy común que los autores tengan manuscritos de otros escritores, por el tipo de intercambio que se instaura entre uno y otro y que hace que a veces uno se quede con la versión previa de un relato o de la novela de un amigo.

Ricardo Piglia, La forma inicial. Conversaciones en Princeton, ed. Arcadio Díaz Quiñones y Paul Firbas, Sexto Piso, 2015.

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Medir el tiempo
Medir el tiempo ı Foto: Fuente > Especial

MEDIR EL TIEMPO

DESDE LA ANTIGÜEDAD, los humanos hemos buscado formas de comprender y cuantificar el tiempo. La historia de la cronometría está llena de innovaciones fascinantes. Hacia el 2000 a.C. los sumerios de Mesopotamia (actual Irak) crearon un calendario basado en los ciclos de la Luna, que dividía el año en 12 meses. Los egipcios usaban relojes de agua o clepsidras (1500 a.C.), en los que el agua goteaba por un orificio en el fondo un recipiente cónico, de manera que bajaba su nivel. Las marcas en su interior indicaban el tiempo transcurrido. En esa época, los egipcios comenzaron a emplear relojes solares. En Asia y Europa se usaron velas de cera (500-1000 a.C.) para controlar el paso del tiempo, aunque fuera de noche. Estas velas ardían a un ritmo constante y unas marcas regulares indicaban el tiempo transcurrido. El científico chino Su Song construyó un reloj (1094) en forma de torre de 12 metros de altura, accionado por agua. Empleó una ingeniosa serie de piñones para controlar la hora y la fecha, además de los movimientos del Sol, la Luna y los planetas. En 1524 el relojero alemán Peter Henlein revolucionó la portabilidad al fabricar relojes mecánicos lo suficientemente pequeños para llevarlos en el bolsillo. Estos funcionaban gracias a un muelle de acero que, al desenrollarse, movía las agujas del reloj. Basándose en las descripciones de Galileo (1602) sobre el movimiento periódico de un péndulo, el científico holandés Christiaan Huygens diseñó en 1656 el primer reloj que aprovechaba este principio. Su precisión era asombrosa para la época, perdiendo o ganando sólo unos pocos segundos al día.

Sam Atkinson (ed.), A través del tiempo. Un recorrido visual por la historia, trad. Rubén Giró I Anglada, DK, Penguin Random House, 2019.

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Un ser fantástico
Un ser fantástico ı Foto: Fuente > Especial

UN SER FANTÁSTICO

POR ENCIMA DEL HOMBRE y del caballo, la parte aún oscura del cielo rodaba despacio, arrastrando detrás de sí una luz pálida, apenas por el momento amarillenta, primero y, si no se conocen el engañador anuncio del carmín y del rojo que después explotarían por encima de la montaña, como en tantas otras montañas de tan diferentes lugares había visto ocurrir o en lo llano de las planicies. El caballo y el hombre se levantaron. Enfrente estaba la espesa barrera de los árboles, con defensas de zarzas entre los troncos. En lo alto de las ramas ya piaban los pájaros. El caballo atravesó el lecho del río con un trote inseguro y quiso entrar por la fuerza en lo enmarañado vegetal, pero el hombre prefería un paso más fácil. Con el tiempo, y había tenido mucho mucho tiempo para eso, había aprendido las maneras de moderar la impaciencia animal, algunas veces oponiéndose a ella con una violencia que explotaba y continuaba toda en su cerebro, o quizá en un punto cualquiera del cuerpo donde entrechocaban las órdenes que del mismo cerebro parían y los instintos oscuros alimentados tal vez entre los flancos, donde la piel era negra […].

José Saramago, “Centauro”, Casi un objeto, trad. Eduardo Naval, Punto de Lectura, 2011.