Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo ahora me trago al Bien, que se ve tan débil, la gente va a pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de vergüenza que el Bien no desperdiciará la oportunidad y me tragará a mí, con la diferencia de que entonces la gente pensará que él sí hizo bien, pues es difícil sacarla de sus moldes mentales consistentes en que lo que hace el Mal está mal y lo que hace el Bien está bien.
La oveja negra y otras fábulas
—AUGUSTO MONTERROSO
Lucifer, Lucifer… el título sin duda es llamativo, pero si se fijan, también es cauteloso. Con toda la Academia que sustenta este volumen, su autor no pudo sino reprimir un tercer pronunciamiento del nombre que nos ocupa a riesgo de caer en la invocación.
Yo mismo al escribir estas líneas no lo hago. Algo de un temor ancestral y cautela inculcada desde tiempos inmemoriales, que podríamos decir está ya impreso en nuestro genoma como una impronta inconsciente, me lo impide. Pero a diferencia de Maldoror, ese personaje maldito que creara el Conde de Lautremont en la Francia romántica de hace dos centurias, Salvador Hurtado no detiene nuestros pasos. Todo lo contrario; nos invita a abrir su libro, que página a página se vuelve nuestro.
LEYÉNDOLO PODEMOS PASAR DE LA NOTA HISTÓRICA MÁS PRECISA Y ERUDITA AL PRESENTE MÁS INMEDIATO Y COTIDIANO
Hurtado no puede sino hacernos partícipes de una obra que la humanidad ha venido escribiendo y representando desde el origen de los tiempos. La relación del hombre con lo desconocido, con lo inexplicable. La búsqueda de un sentido a la existencia, inevitablemente nos ha llevado a Dios, ya sea que éste sea nuestro creador o nosotros el suyo. Esta compleja relación no estaría completa sin su contraparte. No hay Ying sin Yang, y viceversa. ¿Pero quién es el otro? Se le han dado infinidad de nombres, a veces con la intención de materializarlo y muchas otras con infinidad de eufemismos que demuestran el temor que despierta el mero hecho de imaginarlo: “Patas de cabra”, “El socio”, “El príncipe de este mundo”, “El Chamuco” y un larguísimo etcétera.
El estudio de las religiones, su historia, la búsqueda de sus orígenes, contrario a lo que pudiera pensarse, no es una actividad que tenga tanto tiempo. Sincretismos, imposiciones, descalificaciones y adaptaciones del pensamiento y de las religiones en sí predominaron a lo largo del tiempo. No fue sino hasta mediados o finales del siglo XIX que el pensamiento científico comenzó a estudiar estos fenómenos independientemente de la fe que se profesara. Pioneros como Freud con su Totem y Tabú o Fraser con La rama dorada abrieron el camino. Seguirían Mircea Eliade y más recientemente Joseph Campbell, entre muchos otros. Textos maravillosos y complejos no siempre accesibles para un público interesado, mas no experto.
Y es justamente aquí donde el libro de Salvador Hurtado viene a llenar ese hueco. Lucifer, Lucifer, es la obra perfecta para iniciar a los futuros iniciados, un Grimorio involuntario. Con un lenguaje directo, el autor nos lleva de la mano a los orígenes de la civilización: Sumeria, Acadia y Asiria, la Mesopotamia que luego sería la gran Persia. Sus dioses o daemones todavía nos acompañan. Justo hace unos días mientras releía la obra que hoy nos ocupa en el metrobús, una señora le comentaba a su amiga: “Ahí antes había un cine, ahí vi la película ésta en donde una niña vomitaba verde. ¿Cómo se llamaba?”. Me dieron ganas de compartir la conversación con ellas y decirles El exorcista, era Linda Blair que estaba poseída por Pazuzú, un demonio del ahora Irán, que no por nada nuestros maniqueos vecinos del norte consideran como parte del “Eje del Mal”, y que ellos a su vez denominan como “Gran Satán”.
Con esta anécdota quiero remarcar, valga la ironía, el tono amable de Lucifer, Lucifer. Leyéndolo podemos pasar de la nota histórica más precisa y erudita al presente más inmediato y
cotidiano. Es decir, que todas las referencias aluden a ese conocimiento que mencionaba; que tenemos sin saber que ahí estaba. Es un libro que nos conecta y aclara nuestro presente partiendo de las bases históricas que nos fundamentan. La Grecia clásica como basamento del futuro cristianismo, con todos sus santos y pertinentes tentaciones. Qué sería de las pastorelas sin los “diablos” que insistentes quieren desviar el camino de los ingenuos pastores y su intención de adorar al “Niño-Dios”.
Y aquí entramos en otra vertiente del libro. Lo dramático del personaje que le da título. Como buen teatrero que es, Salvador Hurtado no niega la cruz de su parroquia, y nos lleva por gran parte de las acepciones y momentos en que “al que no hay que nombrar por su nombre” se ha adueñado de las tablas.
Sin “Él”, ¿qué sentido tendrían Fausto o Don Juan? Sin “Él” no habría antagonista de valía, no habría héroes que nos interesaran por su lucha, ni suspenso, ni trama alguna que le diera sentido a la, entonces sí, inocua existencia nuestra, los comunes e insignificantes mortales.
Lucifer, Lucifer es un libro que puede leerse de corrido pero que también tiene la virtud de ser un libro de consulta. Ojalá (si Alá lo permite) en una segunda edición se agregara un glosario que nos lleve directo al capítulo o la
parte en donde se trata el término o tema que en ese momento nos intriga, para así iluminar mejor las tinieblas.