LOS IMPRESENTABLES

Los ricos nunca comprenden

Los ricos nunca comprenden Foto: Cortesía del autor

HONORÉ DE BALZAC no vendía piñas. Sin embargo, en el año de 1836, cuando logró hacerse de algunos terrenos y construir un chalet a las afueras de París, donde podría finalmente dar cauce al proyecto narrativo más ambicioso que haya visto la literatura universal, La Comedia Humana, la fuerza de su genial inventiva tuvo otra de sus desviaciones.

Balzac había escrito a toda prisa César Biroteau. Pasaron tan sólo dos meses entre el primer rasgo de su pluma en el papel y la publicación de la novela. Recibió veinte mil francos y su megalomanía imaginó vente millones. Esa misma tarde, cuando dejaba vagar su mirada por la ventana del segundo piso de su casita en Les Jardins, después del trabajo agotador, pensó que nadie en Francia había tenido la idea de cultivar palmeras de piñas en invernaderos. Quedó registro de lo anterior en la carta que dirigió a Theophile Gautier: “Sólo en esto, haciéndolo debidamente, podré ganar cien mil francos, esto es, el triple de lo que venga a costar la casa”.

Pero otra idea aún más descabellada se interpuso al cultivo de piñas francesas. Balzac emprendió un viaje a Cerdeña porque un desconocido de apellido Pezzi le compartió el secreto de que ahí existían minas de plata abandonadas desde la edad de los romanos. Así fue que Balzac dilapidó todo el dinero ganado por su obra maestra. El viaje fue un fracaso del que regresó enfermo y cansado, no plantó una sola piña, no pagó una sola deuda y los acreedores, sus eternos perseguidores finalmente dieron con el refugio de Les Jardins.

Rafael Pérez Gay escribió en alguna página:

“Nadie ha hecho todavía el cálculo de las fortunas que han perdido los protagonistas de las novelas de Balzac, pero es un hecho que la cifra podría cimbrar el índice Dow Jones de la bolsa de valores de Nueva York”. Sus acreedores, en cambio, llevaban al centavo las cuentas por pagar del genio francés. Las tretas tendidas a los cobradores eran al mismo tiempo su yugo y su mayor divertimento. Cuenta Stefan Zweig en Balzac: una biografía que un hombre apostado en la atalaya que Balzac había mandado a construir en su terreno le anunciaba cada vez que un desconocido sospechoso se acercaba a su residencia. Entonces Balzac traslada todos sus objetos de valor a la casa de su vecina, que resultaba ser, también, su amante. El oficial de justicia encontraba poco más que una cama de fierro, un escritorio, una silla y otros trebejos. Entre grandes carcajadas Honoré de Balzac volvía a amueblar su casa toda vez que la visita indeseada fuera apenas distinguible en el horizonte.

No duró demasiado viviendo en ese escondrijo que aún sigue en pie, ya no a las afueras sino en mitad de París. Su ambición le mostró el rumbo hacia la anhelada estabilidad financiera: Ucrania. La noticia de la muerte del Conde de Hanska le dejaba el camino libre para cortejar, con todo el sentimentalismo de su pluma, a la señora von Hanska, antigua amante y próxima señora de Balzac. No le fue fácil. En 1838, Balzac le reclamó a la aristócrata millonaria que no cediera a sus propuestas:

“Te lo ruego: desiste de tus consejos y reproches […]

Los ricos nunca comprenden a los seres humanos

que son desgraciados".