NADIE SABE QUÉ ES UN SAPUCAI HASTA QUE LO GRITA

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¿Y USTED NO TIENE MIEDO DE QUE LA MATEN?
No es la pregunta más recomendable para comenzar una entrevista, pero fue exactamente lo que dije en cuanto me señaló una de las cuatro sillas que había en la sala: una habitación pequeña ubicada en la planta baja de un edificio enorme, que bien podría ser un orfanato, un convento o un colegio católico, pero que, según me aclararon al entrar, era “una residencia de estudiantes donde una comunidad de hermanas misioneras teresianas ofrece un ambiente cálido y cordial”.
Aquí mismo, pensé mientras tomaba asiento, se han de llevar a cabo las entrevistas a las jóvenes candidatas que llegan a Buenos Aires desde todas las provincias buscando un lugar donde alojarse. Luego supe que el edificio de la calle Paraguay 2877 era algo más que todo eso. En el año 2018 lo designaron sede de una provincia que no figura en ningún mapa. Una provincia de Dios.
Ella se acomoda del otro lado de la mesa y me dedica una primera sonrisa, creo yo, invitando a que empecemos.
—¿Y usted no tiene miedo de que la maten?
Es el único momento, a lo largo de toda la conversación, en que la monja me clava los ojos. No estoy segura de si es un gesto de indignación o desconcierto, pero afortunadamente esta parte pasa rápido.
—Tuviste suerte, me pescaste justo. En un rato me vuelvo para mi casa. Yo estoy jubilada, ahora vivo en el convento de Santos Lugares donde estamos todas las monjas viejitas.
Llevo el grabador en el bolsillo. No me animo a preguntarle si le molesta que registre la conversación. Mientras se dispone a servir dos vasos con agua fresca dice: “No te vayas a olvidar de encender el aparato... A veces les pasa y después tienen que volver a hacer todo de nuevo”.
APENAS UNOS SEGUNDOS ENTRE MI PRIMERA PREGUNTA y su esquiva respuesta bastan para imaginar las escenas que han de estar pasando por su mente, tal como dicen que corren las instantáneas de toda una vida en el momento de la muerte: cuando el 10 de septiembre de 1990 la avisan que ha desaparecido una alumna del colegio que ella dirige en San Fernando del Valle de Catamarca; cuando el padre de la niña le comunica que acaba de reconocer el cuerpo en la morgue; cuando las compañeras quieren salir a la calle a pedir justicia; cuando el jefe de policía, cuyo hijo figurará en la lista de sospechosos, la retiene en la dirección acusándola por adelantado de lo que pueda sucederles a sus alumnas. Cuando sale a la calle con ellas. Cuando uno, dos, muchísimos testigos la buscan para confesarle datos clave que más tarde negarán en el juicio. Cuando toma la decisión de acusar a los culpables sabiendo que son todos parientes de las familias más poderosas de la provincia y del país. Cuando advierte que está enfrentándose al mismísimo presidente de la nación y, aun así, sigue marchando, dos, tres, cien veces. Cuando el presidente, Carlos Saúl Menem, se ve presionado para intervenir la provincia gobernada por el caudillo Ramón Saadi, hijo de Vicente Saadi, personaje fundamental en el armado de su carrera política y de la alianza que lo ha llevado al poder.

Martha Pelloni es la mujer que a comienzos de la década de los noventa pasó a la historia como “la monja del caso María Soledad”, la historia de una adolescente violada, asesinada y desechada en un zanjón que provocó que todo un pueblo, y luego todo un país, se levantara exigiendo justicia.
Muchas veces desde entonces pensé que alguien debería escribir la historia de esta monja que se hizo célebre poniéndose al frente de una lucha completamente desigual. Una lucha que, por otra parte, no ha terminado.
Ella encabezó las primeras marchas de silencio antes de que la nueva ola del feminismo recorriera el mundo; se enfrentó a jueces, políticos y testigos comprados o amenazados de muerte. Pero, además, se trata de una religiosa que, actuando desde adentro de la Iglesia, ha conseguido desmantelar muchas de las miserias que la sociedad le reprocha a la Iglesia. En la prensa la llaman “la monja justiciera”; en los pueblos del litoral, “la hermana sapucai”.
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TRES VECES PENSÉ EN ENTREVISTARLA
Tres veces me convencí de que no era yo la persona indicada. La monja vive recorriendo, como si se paseara por el patio trasero de un convento, los casi tres millones de kilómetros que conforman la superficie de la República Argentina. Hoy coordina una red que tiene más de treinta foros repartidos en veinte provincias, con profesionales y voluntarias que devinieron asesoras expertas a fuerza de haber sido víctimas. Cada foro nace a pedido de las personas interesadas en cada lugar; la hermana da una capacitación para el armado del equipo, que siempre es interdisciplinario. Atiende personalmente, conoce pueblos de los que la mayoría no sabe ni el nombre.
Yo, por mi parte, no soy una cronista de territorio, no salgo de casa por casi nada. He llegado a pensar, comparándome con los nombres que hicieron resucitar la crónica latinoamericana en los noventa, que dada mi resistencia a hablar con la gente o acercarme al lugar de los hechos ni siquiera soy cronista. Leo noticias, busco en archivos, uso la imaginación, encuentro incongruencias y asociaciones, pero siempre entre documentos. Mi timidez es más fuerte que mi curiosidad. Soy una cronista de escritorio, si es que eso existe.
Ahora mismo tengo sobre la mesa cientos de notas del “archivo Pelloni” que he ido recopilando durante los últimos años. Ella acude a la prensa cuando necesita hacer público algo que los poderosos han conseguido encubrir; y yo soy experta en rastrear esas declaraciones. Nada más.
Fue a mediados de 2019, poco antes de la pandemia del covid, cuando sin darme tiempo para pensarlo la llamé. Había aparecido, como en tantas ocasiones, en un programa de televisión. Esta vez, denunciaba con nombre y apellido a toda una lista de funcionarios públicos por el robo de bebés. Habló de ritos satánicos y de tráfico de órganos. Imaginé a la monja como protagonista de un policial o de una película de terror. El periodista que la entrevistaba trataba aviesamente de desacreditarla preguntándole si se consideraba una persona mística, si tenía visiones, tal vez poderes. Ella miró a la cámara con una sonrisa y respondió con una voz tan cantarina como firme: “No señor, yo no soy mística. Soy racional. Miro la realidad. Y después sí, voy a la oración, soy contemplativa, es decir, me retiro a contemplar lo que veo. Y lo que veo es un problema social, por lo tanto es un problema de todos”.
FUE A MEDIADOS DE 2019, POCO ANTES DE LA PANDEMIA DEL COVID, CUANDO SIN DARME TIEMPO PARA PENSARLO LA LLAMÉ. HABÍA APARECIDO, COMO EN TANTAS OCASIONES, EN UN PROGRAMA DE TELEVISIÓN.
Como si hubiera recibido una orden, como si de pronto yo sí me hubiera vuelto mística, averigüé su teléfono y la llamé. Respondió enseguida, nunca se aleja demasiado de su celular. “Justo por estos días estoy en Buenos Aires, podríamos vernos mañana”, dijo. La dirección que me dio quedaba a tan pocas cuadras de mi casa que yo podía ir y volver caminando. Una señal divina, pensé, haciéndome a mí misma una broma tonta.
Para darme ánimos y comenzar a escribir esta historia, me conseguí una coartada entre los cronistas del siglo XIX, padres de la crónica latinoamericana que, según registra la crítica, no le daban la menor importancia al trabajo in situ. Sigo esa huella, me digo, para justificar lo que sea que padezco —fobia o vagancia— y me cubro bajo estas palabras de la cronista María Moreno en las que también ella encuentra refugio y padrinos: “Al respecto, una imagen que me encanta es la de José Martí leyendo el diario The Sun para poder escribir sus crónicas norteamericanas. Él leía el diario y, a continuación, hiperescribía, no necesitaba de la experiencia directa del acontecimiento para poder elaborar sus piezas”.
EN SEPTIEMBRE DE 2025 SE CUMPLEN treinta y cinco años del crimen que durante más tiempo mantuvo interesada a la prensa del país. Hay algo en el corazón de aquella historia que nos reclama desde el pasado, una voz atroz que regresa a decirnos algo que no terminamos de escuchar.
Los femicidios no suelen aparecer en los libros de historia. Sin embargo, este sí. Un gobierno feudal no cae por la muerte de una niña y las agallas de una monjita. Esta vez sí. Por algo será que en cada aniversario, como ahora, aparece alguien que tiene algo más para decir.
El 23 de febrero de 2025 Martha Pelloni cumplió ochenta y cuatro años, y se puede afirmar que lleva corridos más riesgos y aventuras que cualquier superhéroe de ficción. Me mira con una sonrisa. Dice que le pregunte lo que quiera, que ella va a responder a todo. Yo no creo que vaya a ser tan sencillo. Martha Pelloni es un misterio. ¿Una excepción? Una monja.
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NUNCA ESTUVE EN CATAMARCA
Pero estoy segura de que si antes del 10 de septiembre de 1990 me hubieran pedido que dijera algo sobre esa provincia del noroeste argentino, habría respondido lo mismo que tanta gente, sin pensar: “Un pueblito aquí, otro más allá, y un camino largo que baja y se pierde”.
La zamba “Paisaje de Catamarca”, que hizo tan popular el grupo folclórico Los Chalchaleros en los años sesenta, aparece tarde o temprano en todos los fogones y guitarreadas del país. Es una de esas canciones de las que todo el mundo conoce el estribillo —“Paisajes de Catamarca / con mil distintos tonos de verde. / Un pueblito aquí, otro más allá, / y un camino largo que baja y se pierde...”—, una promesa turística o alarde policromático que, algunos insisten, además, es cierta.
A Polo Giménez le gustaba contar que la había compuesto de apuro una noche de Carnaval de 1949. Estaba por llegar la madrugada, la gente, entonada, quería seguir bailando, y a él se le había agotado el repertorio, así que se puso a improvisar letra y música al ritmo de la zamba, todo para seguirle el tren a las parejas que insistían pañuelo blanco en mano.
JAVIER MILEI PROMETIÓ TAMBIÉN LEGALIZAR LA VENTA DE ÓRGANOS Y LA VENTA DE HIJOS COMO UNA EXPRESIÓN DEL LIBRE MERCADO... LA AUDIENCIA SE ESPANTA, LAS ENCUESTAS DAN CUENTA DE LA REACCIÓN ADVERSA Y ENTONCES EL CANDIDATO SE RETRACTA
La cantó una vez y le pidieron bis. En la tercera vuelta la concurrencia empezó a corear junto con él: “[...] el cañizo aquí, el tabaco allá, / y en las sogas cuelgan quesillos de cabra. / Un pueblito aquí...”.
“Esa noche”, contó mil veces el autor, “me fui a dormir con la rara sensación de que se había operado un cambio en mi vida. Desde entonces, cada vez que actué en algún lado tuve que repetir al menos tres veces ‘Paisaje de Catamarca’.”
POLO GIMÉNEZ MURIÓ unos cuarenta años antes de que su canción fuera declarada “Himno cultural y popular de la provincia de Catamarca, uno de los símbolos provinciales”. La ley 5768 fue promulgada en 2022.
Para entonces otro símbolo provincial se había instalado en el primer puesto del imaginario argentino. Desde el 10 de septiembre de 1990 Catamarca es, también, el caso María Soledad. Un crimen como tantos que sucedieron antes y que siguieron sucediendo después, pero que tuvo la potencia suficiente para marcar el espíritu de una época, un cambio en la percepción del lugar de las mujeres en los entramados del poder y en las decisiones de las políticas públicas. Símbolo de espanto, de la impunidad de los de arriba. Radiografía del femicidio antes de que naciera esa palabra. Radiografía de la trata de personas antes de que fuera considerada un delito internacional de lesa humanidad. Enfrentamiento de un pueblo pobre con un poder tan despótico como caricaturesco. Pero, además, y por sobre todas las cosas, testimonio de la fuerza de los débiles. Las débiles.
Si me preguntan hoy por Catamarca, el paisaje que aparece es una monja de unos cincuenta años que aparenta menos, ataviada con un hábito de color marrón y camisa de cuello blanco impecable, cruz al cuello, rosario en mano, que avanza en primera fila del brazo de un señor a su izquierda y de una señora a su derecha, padre y madre de la niña muerta: Ada Rizzardo y Elías Morales. Catamarca es una marcha encabezada por adolescentes con uniforme escolar exigiendo frente a la impertérrita catedral que los culpables conocidos por todo el pueblo paguen por el crimen. Ellas saben. Los vecinos saben. El obispo sabe. Pero ahora ellas han decidido dejar de callar.
¿Cuáles son las muertes que importan?
Es cierto que, como señala la periodista Adriana Carrasco en su crónica “Los gritos del silencio” para la revista Haroldo: “No mataron a una niña indígena, ni a una afrodescendiente, ni a una migrante, ni a una anónima indocumentada, ni a una mujer cis en prostitución, ni a una travesti, que vendría a ser lo de todos los días”. Mataron a una chica que en tres días iba a cumplir dieciocho años, que iba a irse a un viaje de egresadas que nunca se realizó, que quería ser modelo, que pensaba estudiar para maestra jardinera y ayudar a su madre ama de casa, y a su padre empleado público, en la economía de una familia que tenía seis hijos más.
Es cierto, esta vez unos muchachos del círculo de privilegiados asesinaron a una estudiante católica de familia obrera. Pero esta descripción de la víctima no basta para explicar por qué el caso se convirtió en una revolución. ¿Cuáles son las muertes que importan?
CASI TREINTA Y CINCO AÑOS después, cuando escribo esta crónica, la sociedad argentina vuelve a despertarse horrorizada ante la inexplicable desaparición de un niño de cinco años en la provincia de Corrientes. La televisión se ocupa del caso veinticuatro horas al día durante algunos meses. En las redes, la anónima multitud pide justicia. Loan Danilo Peña había ido con su padre a almorzar a la casa de su abuela, ubicada en Paraje Algarrobal, a ocho kilómetros de donde vivía, en la localidad de 9 de Julio, provincia de Corrientes. Luego de comer fue con sus primos, un tío y dos adultos a buscar naranjas a un terreno cercano. Y desde entonces no se sabe nada de él. En la comitiva que lo acompañaba la última vez que se lo vio había parientes y funcionarios públicos. Prácticamente todos ahora sospechados de trata. Circula la versión de que alguien de la misma familia canjeó al niño por dinero. Nuevamente pericias incompletas. Nuevamente echan a un abogado defensor que apunta a nombres de funcionarios públicos.
En la televisión, la abuela del niño declara que ella está pensando que tal vez a su nieto se lo ha llevado el pomberito, que, además, no es el primer niño que se
lleva. El público se espanta. ¿De qué habla esta mujer? ¿En qué país vive? ¿En qué país estamos viviendo? El pombero es una figura mítica del folclore guaraní que puede variar en apariencia y hábitos según la región pero que, en general, es un ser peludo, con vello en la planta de los pies, lo que le permite no dejar huellas; aparece durante la siesta y roba cosas, embaraza a mujeres, se lleva a los niños que se portan mal.
¿Es ignorancia lo que dice esta señora o es sabiduría popular? ¡Pregúntenle a la hermana Pelloni! Hay algo innegable:
la descripción de este personaje imaginario responde al identikit del criminal impune de carne y hueso, un delincuente que roba, viola, secuestra y huye protegido por un poder tan diabólico como un Estado todopoderoso y cómplice.
Hace pocos meses, en diciembre de 2023, una mayoría votó a un presidente que en su campaña prometió regresar a los años noventa. ¿Serán los noventa del caso María Soledad? Ese mismo presidente, Javier Milei, prometió también legalizar la venta de órganos y la venta de hijos como una expresión del libre mercado... La audiencia se espanta, las encuestas dan cuenta de la reacción adversa y entonces el candidato se retracta. Pero lo cierto es que no ha hecho más que tratar de oficializar algo que ocurre desde hace mucho tiempo en las zonas más pobres del país, que son muchas.

PELLONI ENCABEZA UNA MARCHA federal concentrada en el Obelisco, pleno centro de Buenos Aires. Reclama la aparición del niño y reclama mucho más. No sólo hace referencia a las redes políticas implicadas en el secuestro de niños pobres, sino que dice a viva voz: “Ya llevamos cuarenta y cinco días. Le pedimos al obispo de Corrientes que nos explique por qué no aparece Loan. Él es conocedor de la cultura de Corrientes”. Cuando se cumplan ochenta días habrá otra marcha. Y luego más. Hasta que aparezca el olvido con el que trafican los culpables.
La hermana, ante este nuevo caso tan convocante, vuelve a ser invitada central de muchos programas de televisión porque es una voz autorizada, experta en algo que nadie quiere saber del todo. La escuchamos decir lo que viene diciendo todos estos años: “Hay que prestar atención a lo que dicen y callan las personas. Viven con miedo. Saben mucho. No conocen sus derechos. Estamos naturalizando antivalores que nos destruyen como seres humanos. Investiguen a la familia del niño, investiguen a los funcionarios... No tengo dudas de que Loan ha sido vendido para la trata o la venta de órganos. El pombero y otras creencias populares son eso, creencias... Los poderosos se aprovechan de la pobreza económica y también de las creencias, porque estamos hablando de gente con mucha fe. Se mantienen felices por esa fe. Aman la naturaleza, aman a los chicos que traen al mundo, pero la fe es muy fuerte en estas personas. El problema no está en las creencias donde, dicho sea de paso, convive tranquilamente la devoción a una Virgen cristiana con el pombero o el San La Muerte..., sino
en que los criminales sacan partido de todo eso”.


