FILO LUMINOSO

The Mastermind de Kelly Reichardt

Josh O’Connor ha interpretado al escritor Lawrence Durrell y al príncipe Carlos de Gales. Foto: Fuente > Mubi

[Incluye algunos spoilers]

La cineasta estadunidense Kelly Reichardt es considerada un referente del slow cinema, un género del cine independiente caracterizado por el énfasis en la creación de atmósferas, largos planos secuencia y meditaciones por medio de la contemplación. Estas cintas, a veces consideradas neo-neorrealistas son obras melancólicas y minimalistas que muchos vinculan con el legado de Robert Bresson y la obra de Tsai Ming-Liang. Reichardt debutó con el drama River of Grass (1994) y estuvo a punto de abandonar el cine por la dificultad de obtener financiamiento para su segundo largometraje, Old Joy (2006), en gran medida debido a la misoginia dominante en la industria. A ésta siguieron: Wendy y Lucy (2008), Meek’s Cutoff (2010), Night Moves (2013), Certain Women (2016), First Cow (2019) y Showing Up (2022), obras que se caracterizan por su observación de lo cotidiano y por crear retratos de personajes marginales, a menudo confundidos o atrapados en decisiones desventuradas.

El noveno largometraje de esta directora, guionista y actriz, The Mastermind, tuvo su premier en Cannes y fue incluida en el New York Film Festival. Se trata de un heist movie (cinta de un atraco) que deriva en una especie de road movie. En la década de 1970, James Blaine Mooney o JB (el estupendo actor británico Josh O’Connor en su segundo papel como ladrón de arte, después de La quimera de Alice Rohrwacher, 2023), quien abandonó la carrera de arte y se encuentra desempleado, vive con su esposa Terri (Alana Haim, que sigue instalada en los 70 desde Licorice Pizza) y sus dos hijos gemelos Tommy y Carl (Jasper y Sterling Thompson) en un suburbio clasemediero de Massachusetts. JB ha sacado provecho de la posición de su padre (Bill Camp), un estoico juez, y de su protectora madre académica (Hope Davis), que le presta dinero a escondidas de su marido. En vez de buscar trabajo, JB decide robar cuatro pinturas del pionero del arte abstracto estadunidense, Arthur Dove (¿fue ironía que una directora que enfatiza el naturalismo a ultranza eligió a un ícono del modernismo?), del apacible Museo de Arte de Framingham (usaron la biblioteca Cleo Rogers Memorial del arquitecto I.M. Pei, en Columbus, Indiana, inaugurada en 1971). El contrapunto de la aparente modorra en que vive JB es la pista sonora jazzística de Rob Mazurek, que imprime un tono de ansiedad y vértigo creciente, muy apropiado para los años de Nixon. Además evoca cintas clásicas del género de ese tiempo como:

The Anderson Tapes de Sidney Lumet con música de Quincy Jones (1971); La huida de Sam Peckinpah, también con música de Jones (1972); y La captura del Pelham 1-2-3 de Joseph Sargent, con música de David Shire (1974).

LAS PRIMERAS ESCENAS DEL FILME nos muestran a JB visitando con su familia el museo y pronto podemos ver que esta no es una actividad inocente, ya que está usando a su esposa e hijos como cortina de humo para probar la seguridad del recinto. En esa visita JB se apropia de una figura tan valiosa como insignificante al ser retirada de su contexto; la extrae y esconde en el estuche de unos lentes que oculta en la bolsa de su esposa, con lo que más que probar si los objetos de la colección del museo están protegidos, muestra su negligencia al exponer a su familia. El plan maestro de JB es de una simpleza apabullante y cuenta con que el guardia de la sala está siempre dormido, y el vigilante de la entrada es un hombre desarmado y de edad avanzada.

A pesar de su enfoque en el desarrollo de personajes, Reichardt ha hecho sofisticadas películas de género: un thriller de activismo ecologista, Night Moves y dos westerns fascinantes de la costa noroeste del Pacífico: First Cow y Meek’s Cutoff. En The Mastermind imita las convenciones del género de los atracos: el líder obsesivo que es la mente maestra de la operación, la cuidadosa preparación del golpe, el reclutamiento de cómplices, el procedimiento del robo y la huida. Elementos que se han repetido con variantes desde obras maestras como Rififi de Jules Dassin (1958). Sin embargo, en este caso tenemos una incursión atropellada e improvisada con un equipo de sujetos incompetentes y poco dignos de confianza. Sin recurrir a la violencia cosmética ni a artificios, se muestra el atraco con desenfado, como se vería en la vida real un plan ridículo e ingenuo. Esto da lugar a una brillante dosis de humor negro que se vuelve un bisturí para disecar la arrogancia del protagonista.

UNA VEZ QUE EL ROBO TIENE LUGAR, JB oculta las obras en el tapanco de una pocilga, en una secuencia memorable revela la imposibilidad de que semejante idea tenga un buen desenlace. El artista fracasado intenta apropiarse de obras que admira y que, si bien lo inspiraron, quizá también le mostraron su incapacidad para seguir la vía creativa. JB no roba porque tenga un comprador listo, ni tampoco para poder contemplar esos cuadros, sino porque quiere ocultarlos, desaparecerlos entre los cerdos, casi como una venganza contra el gran arte que lo condujo a la pasividad.

JB NO ROBA PORQUE TENGA UN COMPRADOR LISTO, NI TAMPOCO PARA PODER CONTEMPLAR ESOS CUADROS, SINO PORQUE QUIERE OCULTARLOS, DESAPARECERLOS ENTRE LOS CERDOS

La policía lo encuentra en poco tiempo, pero se libra del arresto al mencionar el nombre de su padre. Gángsters locales, ofendidos o sorprendidos por un intruso robando en su territorio, también lo localizan sin demasiada dificultad, de manera que JB debe escapar, abandonando a su familia. A medida en que se aleja de su mundo, se hunde en un marasmo moral sin ser capaz de racionalizar su situación. En su huida busca refugio con amigos de la universidad, Fred (John Magaro) y su esposa Maude (Gaby Hoffmann), que se han alejado de la sociedad de consumo. Pero Maude lo echa porque proteger su capricho criminal implica un riesgo absurdo.

El estilo de Reichardt depende de un control absoluto de las acciones y diálogos, así como de evitar cualquier efecto visual, auditivo, estilístico irrelevante o pretencioso, con lo que raya en el puritanismo del movimiento Dogma. La fotografía mantiene una paleta de colores fríos y otoñales, bajo un cielo imposiblemente gris. La detallada y precisa ambientación de la época comienza a adquirir verdadera vida propia cuando la política, en particular la guerra de Vietnam y la militancia antibélica, pasan de ser mero decorado a volverse centrales al relato. La obsesiva presencia de la guerra de Vietnam y Camboya, en los medios y las manifestaciones callejeras, pone en evidencia la inmensa mancha moral que pesa sobre una sociedad que tolera crímenes de guerra cometidos en su nombre. Los reportes mediáticos en la película señalan que los jóvenes se sienten “impotentes, cínicos y apáticos” ante la guerra, pero los vemos en las calles protestando y arriesgándose a ser golpeados y encarcelados. En cambio, esos tres adjetivos describen a JB y, de paso, a la mayoría de la gente que hoy se ocupa de sus “planes maestros”, mientras ignora la catástrofe moral del genocidio que comete Israel en Gaza y de la cual es cómplice con su silencio.

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