Tienes un match

En su libro Sexo futuro, Emily Witt, periodista de investigación, analizó cómo se diversificaron las prácticas sexuales, desde la llegada de internet a nuestras vidas. El sexo se ha transformado y ahora tenemos experiencias como el poliamor, y la meditación orgásmica, entre otras, donde el sexo no necesariamente lleva a un futuro de monogamia tradicional. En esta crónica, Héctor Ríos nos lleva, a través de viejos anuncios publicitarios, a los nuevos encuentros vía Tinder y otras aplicaciones para encontrar pareja

Tienes un match
Tienes un match Foto: George Ho / Creative Commons

“HOMBRE DE MEDIO SIGLO, ESCRITOR, ALCOHÓLICO FUNCIONAL Y CON DOS HERNIAS, BUSCA MUJER SOLVENTE PARA FRACASAR JUNTOS. ABSTENERSE IDEALISTAS.”

Si este fuera el año de 1940, eso habría escrito en el aviso oportuno de El Universal. Pero es el 2025, y el deseo se negocia en un catálogo donde se deslizan rostros como si fueran cupones. ¿Cómo es que el deseo se volvió swipe y el amor scroll?, me pregunto mientras, sentado en una terraza del Centro Histórico, observo las cúpulas de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Rodeado de turistas que brindan o que se besan y se toman una selfie, pido otro trago. Estoy aquí por costumbre. O por esperanza. O inercia. No lo tengo claro.

Busco entonces un encuentro, con la mirada deletreo los rostros, sé que tras cada sonrisa ebria hay un mapa lúbrico dispuesto a ser recorrido. Afilo el cuchillo de mi vista. Apunto. Respiro. Lanzo. Vuela sin fuerza el deseo. Alcanza nada. ¿Acaso me he vuelto un apestado?

Y es que, desde que terminé con Carla, mi ex pareja por ocho largos años, los encuentros, lugares y tálamos han sido torpezas, fatigas, despropósitos. Intenté en balde reavivar viejas relaciones con ex amantes; probé con las speed dates, fui a reuniones de expatriadas avecindadas en la ciudad. Incluso intenté en fiestas de BDSM. Nada.

He salido con mujeres de perfiles distintos: obsesas del gimnasio y del sexo; deprimidas sobrevivientes del cáncer; lozanas maestras de kinder que por las noches se transforman en dominatrix; abuelas divorciadas de medio siglo enraizadas en sus veinte años; alcohólicas de cepa; anoréxicas ex adictas a la heroína; amantes de la salud y la vida esotérica.

El resultado: un verdadero tour de force. Para ellas, para mí.

RECUERDO QUE EN EL SIGLO PASADO, y todavía a principios de éste, se acostumbraba buscar pareja a través de anuncios pagados en periódicos como La Prensa o El Universal; en ellos se publicaban desesperados anuncios que mostraban a flor de piel las más puras o dudosas intenciones.

Anuncios de este tipo aparecían en marzo de 1940 en La Revista México al Día:

JOVEN DE VEINTE AÑOS, SERIO,

AMANTE DE LA MÚSICA,

DE LA LITERATURA Y DE LOS VIAJES,

DESEA INTERCAMBIO CON SEÑORITA

SERIA Y UN POQUITÍN CULTA.

CRISPÍN HERNÁNDEZ NAVARRETE.

MÉXICO, D. F.

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JOVEN MILITAR, IGNORANTE, PERO SINCERO, SOLICITA TENER CORRESPONDENCIA CON SEÑORITA

DE CUALQUIER EDAD Y QUE RADIQUE DENTRO DEL PAÍS.

E.M.O. 3ER REGIMIENTO

DE CABALLERÍA.

SILAO, GTO.

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CABALLERO DE CUARENTA Y CINCO AÑOS, PROFESOR DE MÚSICA, DESEA CORRESPONDENCIA CON SEÑORITA

O SEÑORA, DE TREINTA Y CINCO A CUARENTA Y CINCO AÑOS, AMABLE, JOVIAL Y CATÓLICA. FRANCISCO DEL PRADO.

SAN LUIS POTOSÍ.

Vuelvo a pensar en mi anuncio y sus posibilidades. Corrijo.

HOMBRE DE MEDIO SIGLO, ESCRITOR DEL FRACASO, ALCOHÓLICO FUNCIONAL DURANTE EL DÍA, NEURÓTICO LAS VENTICUATRO HORAS, BUSCA MUJER PARA RUMBEAR, DESENTONAR EN LA VIDA Y FRACASAR JUNTOS.

DE PREFERENCIA, QUE SEA SOLVENTE. CIUDAD DE MÉXICO.

BUSCO ENTONCES UN ENCUENTRO, CON LA MIRADA DELETREO LOS ROSTROS, SÉ QUE TRAS CADA SONRISA EBRIA HAY UN MAPA LÚBRICO DISPUESTO A SER RECORRIDO.

Hay corazones de aviso oportuno que nacen con mala estrella, otros nacen muertos. Escribe Darío Sztajnszrajber: “El amor es imposible porque todo amor es siempre un desamor. Deseamos porque carecemos, nacemos porque ya estamos muertos”.

Dejo el dramatismo y extiendo al cantinero un billete de cien pesos; éste a cambio me da un tarro de cerveza.

—Hermosa vista ¿No crees? —dice mientras sirve ginebra en una copa balón repleta de hielos.

Tiene razón, la vista es hermosa. Desde las alturas de este hostal no existen los sin techo que aprietan sus cuerpos contra las cortinas de acero de los negocios de abajo, o las marchas de indignadas por personas desaparecidas; los gritos de los vendedores callejeros; los concheros ejecutando sus danzas prehispánicas. Sólo está el set de cine de la noche tibia que ilumina la Catedral y los edificios de la calle Monte de Piedad.

Entablo conversación con una joven pareja que se ha sentado a mi lado. Ella, ojos de hierba, afable y ebria, me dice con acento porteño que es argentina, hostess en un restorán de chicas que prometen su cuerpo a hombres que pueden pagar.

—Yo les vendo ilusión, algo que no pueden tener en su vida diaria —dice.

Él, orondo, sonríe. Luego cuenta que la convenció a salir del lugar “con provocaciones”. Histriónico, recuerda sus baladronadas.

—Te pareces a mi abuela, tienes canas, arrugas, eres fea —le dije. Ella asiente, ríe y, con sinceridad candente, lo besa.

—Es que soy masoquista —me contesta finalmente.

Seguimos siendo animales de corral. Y es que, al parecer, hay ausencias que sólo los azotes y un par de tragos llenan.

Me levanto del banco en el que estoy sentado con más envidia que con ganas de ir al baño. El suelo es una incertidumbre. Avanzo entre risas escandalosas, entre lenguas extranjeras, entre el choque de tarros y de copas, entre la majadería de la música de reguetón. Mi teléfono vibra, lo reviso, es un mensaje de la mujer con la que hice match, sostuvimos una conversación por chat un par de días y acordamos reunirnos hoy. Me avisa que está por llegar en unos minutos. A ese punto he llegado, a buscar mujeres por medio de una aplicación de citas.

SEGÚN SEAN RAD, CREADOR DE TINDER, una de las aplicaciones de citas más populares del mundo, el origen de su aplicación nació un día en el que, sentado en un café, no pudo acercarse a una mujer que le había gustado. Al final, cuenta Rad, la mujer le sonrió. El patetismo de esa escena hizo que este hombre de origen iraní buscara eliminar “la incertidumbre de la atracción” mediante una plataforma en la que la gente conectara si había interés mutuo, eliminando así la incomodidad y el rechazo.

De este modo, vaciada la experiencia del encuentro físico, la seducción y el erotismo quedaron relegados para no herir o importunar; la indeterminación, el misterio, el azar, por no hablar de los parpadeos involuntarios, las manos que sudan, la voz que tiembla o la excitación en el cuerpo, se volvieron un disgusto que había que evitar.

Ahora, el cortejo se debe a la prisa, al dinamismo con el que un dedo índice se desliza hacia la derecha o a la izquierda. No más fórmulas del amor cortés, mucho menos danza del apareamiento, ni feromonas que excitan. Ni qué decir de hábiles o impúdicos juegos de lenguaje oral. No más procacidades del tipo “Quisiera ser mariachi para tocarte la cucaracha” o “Hagamos una barbacoa: tu pones el hoyo y yo pongo la carne”. Tales vulgaridades, pronunciadas en los tonos más cerriles, han quedado desplazadas por sofisticadas peticiones que, al pie de una imagen saturada de filtros glamurosos y brillantes, muestran bellezas fabricadas luciéndose en escenarios exóticos; así, juntos, la libido y el deseo corren en fugaz catálogo virtual donde las relaciones amorosas son ligeras —y de una inconsistencia que busca alejarse de cualquier vínculo sólido.

LA INDETERMINACIÓN, EL MISTERIO, EL AZAR, POR NO HABLAR DE LOS PARPADEOS INVOLUNTARIOS, LAS MANOS QUE SUDAN, LA VOZ QUE TIEMBLA O LA EXCITACIÓN EN EL CUERPO, SE VOLVIERON UN DISGUSTO QUE HABÍA QUE EVITAR

Ya Zygmunt Bauman advertía sobre el amor líquido en la posmodernidad, aquel que se caracteriza por la fragilidad de los vínculos humanos que, en lugar de ser duraderos, buscan ser desechables, efímeros y superficiales: se obtiene así una relación de la que pronto se prescinde y luego el proceso se repite una y otra vez.

En la actualidad, tratando de despejar sospechas, y aprovechando la corrección política, algunas aplicaciones de citas prometen en sus plataformas un artificial empoderamiento femenino:

Bumble fue diseñado para reinventar las normas heterosexistas y anticuadas a la hora de conocer gente. El poder queda en manos de las mujeres al controlar la conversación dando ellas el primer paso.

O bien, como puede leerse en el sitio de esta otra aplicación, aseguran alcanzar lo inalcanzable: “Si lo que buscas es amor, has llegado al lugar correcto. Todo es posible en Tinder”.

Vuelto un pirómano, el eros electrónico muestra al humo formando entelequias. El amor, decía Cioran, crece en los ardores de la banalidad.

Confundido entre tanto hielo abrasador y fuego helado, seducido por la variedad de sus ofertas, resuelvo navegar en las aguas del amor líquido. Presto descargué de un jalón Tinder, Bumble, happn y Badoo.

Hallé la siguientes peticiones:

R. 30 AÑOS. PUNTOS EXTRA SI TIENES PASAPORTE, BUSCO HOMBRE MAGNÁNIMO, CULTO, PROVEEDOR, SOLVENTE, INTELIGENTE. BUSCO MATRIMONIO,

NO FREE, NO ONS, NI CURIOSOS.

TENGO UNA HIJA.

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V. 42 AÑOS SÓLO CATÓLICOS QUE VIVAN

SU FE. SOLTERA, SIN HIJOS, DEPORTISTA

EN BUSCA DE UN AMOR BONITO. ME ENCANTA COCINAR. QUIERO CASARME

POR LA IGLESIA. NO PUEDO SALIR CON HOMBRES QUE YA LO HAYAN HECHO

O DIVORCIADOS.

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J. 50 AÑOS. SI TE GUSTAN LOS ANIMALES, SI AÚN CREES EN LA MONOGAMIA,SI NO TIENES HIJOS, SI NO TE DROGAS, SI NO TE EMBORRACHAS, SI NO ERES PANZÓN, SI MIDES DE 1.60 PARA ARRIBA, SI SABES BAILAR, SI TRABAJAS, SI NO ERES

DE APEGO EVASIVO, ENTONCES CONOZCÁMONOS Y LO DEMÁS

ES QUÍMICA.

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D. 44 AÑOS. QUIERO CONOCER GENTE ALEGRE, INTELIGENTE, CON SENTIDO

DEL HUMOR. NO SEXO CASUAL.

¡NO PRINCESOS!

V. 39 AÑOS. ME GUSTA LA ADRENALINA, ME GUSTAN LOS EXRECLUSOS, LOS UNIFORMADOS. JUEGO AMERICANO

EN BIKINI.

Tienes un match
Tienes un match ı Foto: TeaMeister / Creative Commons

CONFUSIÓN, TEMOR, PERPLEJIDAD, pasmo y hasta expectativa. Por mi cabeza desfilaron cada uno de esos escenarios antes de reunirme con mi cita: hablaríamos, fingiríamos interés, habría una promesa de una nueva cita que nunca llegaría mientras buscábamos un pretexto para marcharnos. O tal vez sería una comedia, un video, un reel, “una noche de copas, una noche loca” que terminaría al día siguiente en una cama en la que hablaríamos, fingiríamos interés y nos marcharíamos para no volvernos a ver. ¿Debía quedarme o marcharme en ese instante del lugar?

Cuando regresé a la barra, la pareja masoquista se había ido, en su lugar había una mujer con los labios pintados de negro que bebía de una botella de cerveza. Pedí otro trago y me dediqué a scrolear la pantalla de mi teléfono. El tiempo corrió como si hubiera volteado un reloj de arena. Entonces caí en cuenta. Me habían plantado. Ni un mensaje excusándose. Y yo que pensé que había una conexión genuina, honesta, responsable. ¿O sería acaso que había sido presa del tráfico, de un asalto quizá? O de plano, al llegar a esta terraza, ¿me reconoció a la distancia y se arrepintió?

Con el orgullo magullado llamé la atención de la mujer que estaba a mi lado. Me lancé con todo, descarado. Al diablo la incertidumbre de la atracción, al diablo Rad, Tinder, Bumble, todas las aplicaciones de citas y hasta Rimbaud con su pretensión por ser “absolutamente moderno”. No señor, soy un hombre chapado a la antigua, un seductor nato en busca del encuentro físico. Pedimos otras rondas, coqueteamos, reímos. A esas alturas ya era todo un erotómano, el Don Juan del Zócalo. De pronto, con su acento tico, Carol se disculpó, tomó su bolso y se dirigió al baño. Otra vez me concentré en mi teléfono. Vuelvo a scrolear durante un rato hasta que alguien toca mi espalda con un dedo.

—¿Héctor? —pregunta una voz de mujer.

—Sí —respondo.

¿Por fin había llegado mi cita? ¿y ahora qué iba a hacer?, ¿por cuál de las dos me decidiría? Volteo lentamente.

—Tenga —me extiende una nota— es la cuenta de la señorita que estaba aquí, me dijo que usted pagaría —me dice la mesera.

Mi teléfono vibra. Lo reviso. Me avisa que tengo un match.

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