HUMANIDAD MÍNIMA

Dormir es un trabajo

Dormir es un trabajo
Dormir es un trabajo Foto: Especial

POR LA MAÑANA se disparó la alarma. Ana y yo salimos de la sala

de cine y le pregunto si piensa que

ya han ido a arreglarla.

—¿Arreglar qué? –me pregunta

—La caja de la alarma.

—¿Estuviste pensando eso toda la película?

No estuve pensando toda la película en la alarma, sólo en algunas partes. La mitad del relato cinematográfico de Las alas del deseo es una compilación de pensamientos rumiantes que escuchan los ángeles. Si había un ángel en la sala seguro se habrá dado cuenta que me era imposible prestarle total atención al drama de Daniel, el ángel enamorado que imaginaron Wim Wenders y Peter Handke. La película es bellísima y tierna. No recordaba lo encantador que era el actor Peter Falk en su personaje de estrella de cine y ángel caído. Y aun así no pude olvidarme del repiqueteo de la alarma del C5 que está colgada del poste abajo de la ventana de nuestro cuarto y nos obligó a sacar el colchón para acampar en la sala.

Salimos del cine y decidimos caminar a casa. Saco el celular y reviso el chat de vecinos. En este momento hay tregua y todos somos aliados. El administrador del edificio nos cuenta que, al hacer el reporte, los agentes de seguridad le pidieron el número de la alarma atrofiada, una foto para poder encontrar más fácil el sitio y su ubicación por WhatsApp.

—Dormiremos de nuevo en la sala –le digo a Ana.

TOMAMOS RUMBO POR LA AVENIDA Cuauhtémoc. En el camino repasamos algunos fragmentos de la película. Mañana veremos Paris, Texas, otro viaje a ninguna parte. Llegamos a la esquina de nuestro edificio y ahí está el soniquete. La caja de donde sale nos mira, es el ojo del guardián, pero nadie acude a su llamado.

Entro al baño y busco en internet ejercicios de meditación. La noche anterior por momentos pensaba que había dejado de escuchar el ruido, pero regresaba. Recuerdo el libro del sacerdote Pablo D’Ors, Biografía del silencio. Al salir del baño lo abro en mi tableta. D’Ors es una suerte de guía para la meditación. Busco un poco y doy con esto: “… buena parte de mis meditaciones las paso soñando despierto; eso de soñar me resulta bastante agradable. Pero no me engaño: eso no es meditación. Parece, pero no lo es. Porque no se trata de soñar despierto, sino de estar despierto. Soñar es escaparse, y para vivir no es preciso estar siempre escapándose”.

Me acuesto y escucho el ruido y repito en mi cabeza: ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no allí? ¿Cuándo empezó el tiempo y dónde termina el espacio? ¿Acaso la vida bajo el sol no es sólo un sueño? La alarma suena con más fuerza. Cierro los ojos y vuelvo al recuerdo del poema: “Cuando el niño era niño, nada podía pensar de la nada, y ahora esta idea lo estremece. Cuando el niño era niño, jugaba con entusiasmo, y ahora se mete en sus cosas como antes, sólo cuando esas cosas son su trabajo”. Me vienen a la cabeza algunas escenas que presencié en caminatas recientes: Un perro carga la bolsa de una mujer con el hocico. Al ver a otro perro la suelta y su dueña le regaña. Una pareja de enamorados va a toda velocidad en sentido contrario, montados los dos sobre un monopatín, por una avenida principal de la ciudad. En la duermevela estoy caminando. No duermo.