Ríe al recordar aventuras. Reencontrarse con lo que ha escrito es, ella misma lo dice algo avergonzada, “una fuente de placer”. Y uno la imagina en las oficinas de la revista Rolling Stone en los años setenta, cuando era La única chica, justamente el título del libro por el cual atiende esta entrevista y donde relata su paso por el mundo del periodismo musical.
Robin Green llegó a los cuarteles de Rolling Stone cuando la publicación se erigía como un santo contracultural cuyos milagros buscaban los protagonistas del pop de la época. Más allá de ser la flor y nata de la prensa underground, se trataba de la puta crème de la crème, como apunta ella misma en su libro. Veinteañera, la mujer vivió los excesos de la era con su gafete all access colgando del cuello en toda clase de sitios. La resaca hippie todavía no se asomaba.
EN LA ÚNICA CHICA. DE REDACTORA EN ROLLING STONE a guionista en Los Soprano (Liburuak,2023), Robin relata su llegada a la revista dirigida por Jann Wenner para de ahí formar parte del equipo de guionistas de la serie producida por David Chase (ganadora de tres premios Emmy). La autora narra encuentros con Annie Leibovitz, Joan Didion o Hunter S. Thompson sin esconder caídas (léase el capítulo titulado “Un gran error periodístico”, a ritmo adictivo, con humor cómplice. Es la pluma mordaz de Robin Green. Flamígera si se le incita. “Acabo de viajar con mi pareja a China, un sitio impresionante, funcional. Ahí está el futuro”, recapacita la autora desde su casa, con un gin tonic cerca “porque ya pasan de las tres y es verano”. “Dentro de unos días partimos a la India”, prosigue la escritora; “es ahora o nunca”. Green viene de otra época. Aprendió el oficio de escribir en una redacción, la de Rolling Stone, que le llevó a disfrutar la hora de contar las palabras que contenían los textos que le entregaba a su editor. En su libro se lee: “ésta era una de las partes más gratificantes del trabajo”. Contar palabras.
¿Por qué?, le pregunto a Robin. “¡Ah!, es que cada palabra valía diez centavos”, me responde, diciendo que con su primer pago se hizo de un auto. “¡Vaya que pagaban bien!”, le comento, y ella aclara: “yo vivía en Berkeley Hills, todo era barato y ese coche era viejo, del 47”. Excéntrica, Green se presentó ante el jefe de Rolling Stone sin un currículum; cargaba una caja que contenía “cosas de mi vida”, según cuenta en su libro: “una copia de la revista literaria que había editado, un relato corto que había escrito, un par de cómics de Marvel —había trabajado allí como secretaria de Stan Lee— y unas galletitas con pepitas de chocolate hechas por mí”.
PUBLICAR EN ROLLING STONE SIGNIFICÓ MI PRIMERA VALIDACIÓN EN EL MUNDO. HACÍAMOS CONTRACULTURA
“LLEGUÉ A ROLLING STONE sabiendo que incluso podía trabajar gratis —prosigue Green—, podía darme ese lujo, quería estar ahí. De eso se trata, de hallar dónde quieres estar y quedarte. Cuando vi por primera vez esa revista supe que quería ser parte de ella… y lo logré. Amé mucho esa estancia”. Robin bebe de su copa y sigue. “Publicar en Rolling Stone significó mi primera validación en el mundo. Hacíamos contracultura”. Era una revista arrojada, tal como la música del momento, había protesta. Me enorgullece haber formado parte de todo eso.”
Pese a haber figurado en la plantilla de una publicación alguna vez célebre por su tino musical, Robin dice no estar interesada en profundizar en dicho tema. “Me gusta Bill Evans, Bob Dylan. De pronto voy al pasado. Pero oigo a Taylor Swift para hacer ejercicio. En realidad soy una teenybopper. No tengo gustos sofisticados, mis raíces son, ‘He’s my man’, cosas así”. Ciertamente en algún punto de La única chica, la escritora comenta que en su día rara vez escudriñaba las reseñas de conciertos o de discos de Rolling Stone. Quería escuchar música, no leer sobre ella, apunta en sus páginas. “No me importa lo que los críticos digan, jamás tuve una búsqueda intelectual; no estoy diciendo que no sea importante la crítica, sino que prefiero escuchar música solamente”.
En este sentido, ¿sigue siendo relevante hoy en día la labor de quienes escriben sobre música? Green no duda.
Sí, ¿no lo crees? Es importante leer algo que le llegue a la gente, que la conmueva. La música es relevante, y todo lo que la circunda también. La música es buena. Sana, ayuda. Divierte y conmueve. Y cuando un artista se manifiesta públicamente y cuenta lo que siente y piensa, la cosa se pone interesante. No estoy al tanto de lo que ocurre actualmente con el mundo del periodismo musical. Así pasa cuando envejeces, ya no es necesario pensar en otras realidades.
A mí me parece una pérdida de tiempo, estoy en otra etapa de mi vida. Acaso Bob Lefsetz sea mi fuente de información musical.
“¿QUÉ ES LO QUE EMPUJA a contar una historia? A menudo significa volver atrás y recuperar algún aspecto enterrado en el pasado con el fin de poder integrarlo a la identidad actual”. Así es como Robin Green cita a Mary Karr y su libro El arte de la memoria en las primeras páginas de La única chica. “Me parece maravilloso tener la oportunidad de decir algo —dice al respecto la autora. Siempre he tenido algo que decir”. Y de este modo ha sido desde su estancia en Rolling Stone, cuando vivió de todo sin achicarse, arreglándoselas para conducirse en un mundo donde la hipocresía imperaba. Hoy, ríe sonadamente al recordarse como una joven redactora casi patológicamente tímida, con fama de ser dura.
Le pregunto si disfruta repasando sus memorias y se extiende.
Suelo leerme a mí misma, una y otra vez, y me sorprende lo que he hecho. Leer lo que he escrito es una fuente de placer. Me enorgullece mi trabajo, se parece a lo que siempre quise hacer. Mi esposo se avergüenza de cosas que aparecen en La única chica, yo misma lo hago. Podría escribir un mejor libro que ese, pero no sé si suceda. No sé… me parece que el mundo pertenece a los jóvenes, no más a mí.
Green explica que se toma su tiempo para responder porque la veracidad le importa y, aunque se sabe de buena memoria, comprende que ésta no es infalible.
Antes de la despedida, le comento que muchas mujeres en la actualidad deben sentirse agradecidas con su labor, pues le tocó luchar en un mundo machista, abrirse campo en un paisaje hostil dominado por hombres. Y con su reacción final apela a esa frase que escuchó de pequeña y le hizo exclamar “¡ajá!”, con la epifanía que se le presentó para abrirse espacio a paso firme: la pluma es más poderosa que la espada.
¿Luchar? Jamás luché por nada. Fui la única mujer en los alrededores, pero no recibí más que respeto de parte de mis compañeros. Todo se trató de trabajar. Jamás me vi envuelta en un #metoo. Resolví mis asuntos. Entiendo que haya gente con otro tipo de experiencias; no fue mi caso. Nunca me sentí violentada ni consideré que estuviera peleando por algo, no tuve que modificar mi comportamiento. Amé hacer mi trabajo. Claro, tuve experiencias horrendas, me vi orillada a salir adelante en ciertas circunstancias, pero supe tomar venganza.
Y no porque fuera mujer, sino porque era periodista.


